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La crisis ya está entre nososotros

El agravante en el caso español es que hay problemas estructurales que impedirán que a la desaceleración suceda una rápida y fuerte reactivación, con riesgo cierto de perder los avances de convergencia real que se consiguieron durante la fase expansiva.

Los números positivos de las cuentas públicas, tan cacareados, fueron sólo resultado del espectacular incremento de los ingresos fiscales derivados de la expansión económica, ya que entre 2004 y 2008, el gasto público creció siempre por encima del PIB

La especial intensidad de los actuales problemas económicos de España viene de que la política de los distintos gobiernos desde 1996 no ha sido plenamente coherente con la lógica implícita de una unión monetaria
 
Cuando unos advierten que estamos a punto de cruzar el umbral de la temible estanflación, otros aseguran que prácticamente ya hemos dejado de crecer, y los más pesimistas ven la recesión a la vuelta de la esquina, era imposible seguir negando que la “intensa desaceleración” es realmente lo que es, ni profundizar en la búsqueda creativa de términos elusivos que permitan no llamar crisis a la crisis. El término, ya admitido “más o menos”, como él es, prudente y suave, por Pedro Solbes, sobrevoló la reunión del presidente del Gobierno con los líderes financieros e industriales del país. Tampoco es ya posible negar ni disfrazar  la hondura, extensión y perspectivas de duración de la crisis por fin admitida.

Cierto que vivimos una crisis prácticamente mundial, como por otra parte cabía esperar de la lógica interna de la globalización. Esto es como los matrimonios, la globalización nos une a todos para la bueno y para lo malo. Pero cierto también que, siendo global, la crisis afecta con distintos niveles de intensidad a unos y otros países. Y es que la intensidad de los actuales problemas económicos de España viene de que la política desplegada por los distintos gobiernos, del PP y del PSOE, desde 1996 no ha tenido el coraje de ser plenamente coherente con la lógica interna de la unión monetaria. En los últimos días, los economistas más independientes, incluso entre los ideológicamente afines a uno u otro de los grandes partidos, han encontrado en ese déficit de coherencia la causa más seria de la reducida capacidad de respuesta de la economía española a la crisis.

Estamos como estamos. El desequilibrio exterior no sólo no se corrige, sino que aumenta. Como la economía española no puede financiar un déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente del 10 por 100 del PIB en las circunstancias actuales, es inevitable que el ajuste de la demanda interna sea profundo y brusco. Las constructores no pueden sostener buena parte de sus inversiones en un escenario de profundo descenso de la demanda que coincide con el endurecimiento financiero derivado de la crisis global. El desempleo crece de forma inocultable.

En esta situación, se agarra como un náufrago Rodríguez Zapatero al precio desorbitado del petróleo. Y es cierto que la escalada alcista de los precios del crudo ha proporcionado un choque adicional a la dinámica recesiva e inflacionaria de la economía española, al elevar los costes de producción y estimular la inflación, como se ve en los recientes indicadores, lo que agudiza la probabilidad de entrar en una dinámica de estanflación. Pero los problemas globales no debieran seguir sirviendo de pretexto para ocultar los errores propios. De igual manera que la crisis financiera ha acelerado y agudizado el ajuste pero no ha sido la causa.

Reconozcámoslo sin rodeos: ha terminado, de manera más abrupta de lo que habría sido posible con mejor previsión, el ciclo expansivo. A una velocidad de vértigo y con temible virulencia, para sorpresa, hay que reconocerlo, no sólo del equipo económico del Gobierno, sino de la mayoría de los analistas económicos. Los expertos, nacionales e internacionales, públicos y privados, comparten el diagnóstico de que la crisis será intensa y cada vez más son los que admiten la probabilidad de una recesión que podría llegar incluso antes de 2009, sin tiempo ya más que para sufrir, aguantar y esperar que pase la tempestad.

El agravante, en el caso español, es que hay por supuesto raíces cíclicas y estímulos de contexto internacional, pero también problemas estructurales que impedirán que a la desaceleración suceda una rápida y fuerte reactivación, con riesgo cierto de perder los avances de convergencia real que se consiguieron durante la fase expansiva.

Hay problemas no tanto derivados de la crisis internacional como de nuestra propia negligencia. Por ejemplo, se asume por todos que la estructura de precios y salarios es demasiado rígida lo que dificulta su capacidad de adaptación a los shocks internos y externos. Otro ejemplo: en el primer trimestre del año, el superávit presupuestario se ha visto reducido a la mitad. Y es que los números positivos de las cuentas públicas, tan cacareados, fueron sólo resultado del espectacular incremento de los ingresos fiscales derivados de la expansión económica, ya que entre 2004 y 2008, el gasto público creció siempre por encima del PIB.


El progresivo endurecimiento de la política monetaria en la zona del euro marcó el principio del fin del ciclo expansivo, aunque pudiera discutirse la dureza y ritmo del aterrizaje. En ese marco, cualquier factor que introdujese incertidumbre podía ser el detonante de la crisis, y lo fue la “tormenta financiera” que, desencadenada en Estados Unidos, se extendió al resto del mundo, sobre todo y por vez primera, a los países industrializados. La crisis financiera ha acelerado y agudizado el ajuste, pero no ha sido su causa. Al final del final, como es intuitivo, no existe economía alguna en el mundo que pueda vivir prolongadamente por encima de sus posibilidades, pero mucho menos una pequeña economía abierta como la española, integrada además en una unión monetaria.

En cierto modo, la especial intensidad de los actuales problemas económicos de España viene de que la política de los distintos gobiernos desde 1996 no ha sido plenamente coherente con la lógica implícita de una unión monetaria. El Partido Popular quizá debería haber instrumentado una estrategia presupuestaria más restrictiva cuando las presiones inflacionistas empezaron a manifestarse pero era evidente que el PSOE desarrolló una política presupuestaria netamente expansiva, dada la posición cíclica de la economía nacional entre 2004 y 2008, y no hizo nada para dotar de mayor flexibilidad a los mercados. Por eso, la capacidad de respuesta de la economía a la crisis es tan deficiente. La pérdida de competitividad impide que el sector exterior tome el relevo a la demanda interna como motor del crecimiento. Debemos prepararnos para lo peor… o tener fe, que como es sabido consiste en creer en lo que no ve
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