red.diariocritico.com
“Tropa de elite” o los riesgos de la violencia desbocada

“Tropa de elite” o los riesgos de la violencia desbocada

Tiempo atrás un amigo me recomendó ver Tropa de elite, película que remeció la conciencia de la sociedad brasileña y que plantea interrogantes que deben ser enfrentados por cualquier sociedad civilizada, enfrentada a problemas de creciente criminalidad. El filme en cuestión aborda el tema del narcotráfico enquistado en los morros de Río de Janeiro y que desde allí extiende sus tentáculos hasta penetrar a toda la ciudad carioca.

La visión con que lo enfoca es, por decir lo menos, políticamente incorrecta, ya que se adopta el punto de vista predominante de los miembros del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales). Éste, como su nombre lo indica, es un grupo policial altamente entrenado para enfrentar situaciones de conflicto. Su adiestramiento es similar, por lo rudo y despiadado, al de los infantes de Marina estadounidenses, tal como se lo vio reflejado en Full Metal Jacket (“Nacido para matar”), el ácido encuadre de Stanley Kubrick para la guerra de Vietnam.

Se calcula que antes de su estreno, once millones y medio de brasileños ya habían visto esta cinta en copias piratas que no se sabe muy bien cómo se fugaron del laboratorio en el cual se la procesaba, lo que obligó a José Padilla, su director, a reeditar tanto el comienzo como el final de la historia. 

Su protagonista central es el capitán Nascimento, un oficial incorruptible y de estirpe espartana que lucha contra el narcotráfico y al mismo tiempo contra la autodegradación que le genera este tipo de guerra “sucia”, en la que no hay regla alguna y la tortura es una de las variables aceptadas para obtener la información necesaria de parte del enemigo que se oculta y mimetiza en las favelas.

Nascimento, curiosamente, debe acudir a drogas legales, pero drogas al fin, como los tranquilizantes, para combatir la tensión que le genera esta suerte de combate interminable. Una pugna en que la policía lleva siempre las de perder, en la medida en que muchos de sus miembros son corruptos y negocian tanto con los narcos como con quienes manejan el juego o el tráfico de armas, otras fuentes de ingreso alternativas.

Los miembros del BOPE son, como se dijo, un cuerpo policial, de disciplina espartana, con fama de eficiencia extrema y de no perder tiempo haciendo prisioneros. Sus integrantes son capaces de acertar una moneda a 100 metros de distancia con un tiro de un fusil de asalto y su escudo de armas es una calavera atravesada por una daga, con dos pistolas cruzadas de fondo.

Tropa de elite
ha sido criticada por la izquierda y por la derecha en Brasil. La primera la acusa de fascista y la segunda de no ser fiel en su retrato a la labor policial que se desarrolla en los barrios pobres de Río.

Lo llamativo, no obstante, es que su discurso –el discurso de Nascimento, en rigor-, es “clasista”, dado que apunta a indicar que los estudiantes de clase media o alta que consumen un “pito” (charuto, en portugués) son cómplices de los carteles de la droga. Y que los ricos con aires progres favorecen también a los “chicos malos”, a través de las ONGs o de las posturas de los universitarios permeados por el discurso de Foucault, al no plegarse sin remilgos al combate puro y duro del comercio de sustancias ilícitas.

Como sea, las películas siempre constituyen síntomas de expresiones del cuerpo social. Y es por eso que para muchos Tropa de elite no es más que la reacción autoritaria y asustada de capas medias que vieron cómo en Cidade de Deus (en cierta medida, su contrapartida)  los adolescentes que forman las tropas de choque del universo narco eran retratados como simpáticos Robin Hood empujados al crimen por las difíciles socioeconómicos en las que vivían. 

Pero el miedo, ya se sabe, es un negocio. Donde hay delito aparecen los protectores. Por eso no me asombró mucho saber también hace pocos días que un grupo de integrantes de las “milicias” -una especie de proto-paramilitares, alentados en algunos casos por las propias fuerzas represivas-, “detuvo” a un equipo de TV Globo y los torturó por andar metiendo las narices donde no debían. El método utilizado fue copiado al pie de la letra del filme de Padilla: bolsas de plástico para asfixiarlos y golpes diversos.

La pregunta que surge, entonces, es la de siempre: ¿Quién vigila a los vigilantes? El debate, por cierto, recién comienza. Pero, al menos en Brasil, éste ha sido reavivado por un hecho reciente que causó conmoción. Tres jóvenes habitantes del Morro de Providencia, en Río, fueron entregados por once integrantes del Ejército, a miembros de una pandilla rival del vecino Morro de Mineira.

Los muchachos al parecer se habían mostrado irrespetuosos y desacataron órdenes de la patrulla militar. Este “error”  les valió una terrible muerte: sus cuerpos fueron hallados con evidentes marcas de tortura, amarrados de pies y manos y acribillados por 46 disparos. Los 11 militares están presos y fueron formalizados por la justicia por homicidio calificado.

La justicia determinó, a la vez, la salida de las tropas del Morro, donde han operado por varios meses, y el ministro de Defensa se disculpó ante la comunidad local. Aunque la discusión de fondo se sigue centrando en torno a este interrogante: ¿Debe el Ejército asumir funciones policiales? ¿Está preparado para llevarlas a cabo sin incurrir en excesos lamentables?

Quienes saltan en su defensa levantan argumentos que, en principio, parecen razonables. “¿Si los militares brasileños pueden estar en Cité Soleil (Haití), por qué no pueden marcar presencia en el Morro de Providencia”?, se pregunta un columnista de un diario de Brasilia. A priori, como argumento no es malo, pero tiene algo de sofisma. Como cuando se comparan manzanas y peras.

El Ejército, como dijo el general Carlos Jansen, a cargo del operativo en los cerros de Río de Janeiro, pierde, con acciones como ésta, su capital más apreciado: la credibilidad. Sobre todo, teniendo en cuenta que las Fuerzas Armadas siempre fueron consideradas la última trinchera de la decencia en una ciudad y un país donde la policía tiene una pésima reputación.

Lo saludable del caso, sin embargo, es que el jefe castrense no cayó en la tentación de barrer la basura debajo de la alfombra y hacerse el desentendido. Antes de cualquier otra consideración, dijo con todas sus letras: “Fue un error”, con un grado de autocrítica que suele verse poco en gente con uniforme.

-----
Carlos Monge Arístegui.
Escritor y periodista.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios
ventana.flyLoaderQueue = ventana.flyLoaderQueue || [] ventana.flyLoaderQueue.push(()=>{ flyLoader.ejecutar([ { // Zona flotante aguas afuera ID de zona: 4536, contenedor: document.getElementById('fly_106846_4536') } ]) })