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Evocación de las tierras del rey Brigo

Evocación de las tierras del rey Brigo

Sabemos que los exterminadoras invasiones de los vikingos, a fines del siglo IX y sobre todo en el siglo X, destruyeron, no sólo manuscritos, sino la estructura pastoril irlandesa. Hay cientos de leyendas: de navegantes, de doncellas, mujeres deslumbrantes, prontas a bañar a los viajeros; de murallas giratorias. También están las visiones, el muerto que resucita y cuenta los portentos que vio en el otro mundo. Platón nos había dado la visión de Er; Cicerón, el sueño de Escipión; la Biblia, el viaje de Elías en un carro de fuego; los irlandeses darán, entre otras, la Visión de Adamnán. La fértil imaginación de los celtas embellece la realidad con la dimensión mágica. Naturalmente el arte presupone un grado avanzado de la transformación simbólica de la realidad.

Poner los pies en Galicia era para mí una ilusión que justificaba mi vida y mi literatura. Todo cuanto había leído y escuchado de mis mayores se me confundía. No podía creer que era yo quien viajara, que viera con mis ojos lo que tanto estudié en láminas, textos y sueños. Llegué a Santiago de Compostela agotado y sin embargo casi no podía dormir. Tal el estado de excitación. Me perseguían visiones, voces, dólmenes, una suerte de aturuxo  íntimo e incontrolable.

A la hora de llegar salté de la cama del hotel y me puse a caminar sus calles. Iba reconociendo los olores de Santiago; un aroma que provenía de Celt. Una suerte de fiebre ambulatoria hacía de mí un ser que tocaba los muros y lloraba interiormente, que es mi forma pagana de rezar. Por fin el obligado y asombroso camino. La Catedral. Se la ve una sola vez. Única, irrepetible. Y después todos los días. A toda hora. Azorado vislumbré el prodigio. Cientos de citas y nombres se agolpaban en mi corazón. Era un viaje mágico. El que no pudieron hacer miles de inmigrantes, el que jamás realizó mi padre. Me sentía acongojado. Pensé que mi osadía de sentirme poeta violaba confesiones, mundos protegidos, secretos sagrados. Llevaba un grado de inconsciencia y fantasía. No sabía diferenciarlas.

Me invadía la postración y por momentos un estado alucinado. Descubría rostros, revelaciones. Me sentí avergonzado de mi ignorancia, agradecido por los nuevos amigos y la musa protectora. Descubría una verdad desde la obnubilación. Sentía deslizarse la bruma; la llovizna, esa nutrición espiritual; dones de los dioses de Galicia. El estado de confusión se mezclaba con la audacia de recorrerlo todo. Así fui a Orense, a La Coruña, a Vigo. Así visitaba monasterios y aldeas. Obstinadamente intentaba recordar cada lugar, cada emotivo y deslumbrante misterio. Se entretejían conversaciones en ese insondable y cautivante andar. Todo fue revelación.
 
Ahora sobrevivo, en estas tierras, como una presencia solitaria y hambrienta.
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