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Piqué, el PP y los nacionalismos

Piqué, el PP y los nacionalismos

Ha sido todo un terremoto el provocado en el espacio electoral de centroderecha por la decisión del ex ministro Josep Piqué no sólo de dejar la dirección del PP en Catalunya, sino también, según manifiesta en su carta a Mariano Rajoy, la dedicación a la política. El asunto es de extraordinaria complejidad por el personaje, por la historia de su incorporación al PP y porque implica la contienda subyacente en el partido de centroderecha entre los que defienden el diálogo abierto con los nacionalismos moderados y los que plantean una “confrontación rotunda y sin complejos contra el nacionalismo”, en palabras expresas de Vidal Quadras. Como suele suceder en la política, nada es blanco ni negro, sino cruzado de matices.

 Hombre inteligente y profesionalmente muy preparado, Josep Piqué es, en su trayectoria personal, un ejemplo de la complejidad de la transición española. Hijo de un alcalde franquista, el joven militante del PSUC y de Bandera Roja, se convirtió, con la llegada de la democracia, en una de las voces más modernas del empresariado catalán y llegaría a ser con José María Aznar, ministro de Industria, portavoz del Gobierno, ministro de Asuntos Exteriores y ministro de Ciencia y Tecnología. Al frente de la diplomacia española fue un sincero amigo y aliado de Estados Unidos. En los temas industriales y tecnológicos demostró nítidas convicciones liberales.

 Los antiguos comunistas “reconvertidos” siempre fueron del gusto de Aznar, que promocionó a muchos y tuvo varios en sus gobiernos. Pero Piqué no llegó por esa razón al gobierno, porque ya en esa época era un liberal con gran influencia sobre el empresariado catalán y muy cercanas relaciones con Jordi Pujol.

Mientras Mariano Rajoy ha mantenido una actitud serena y equilibrada ante la dimisión de Piqué, los dos sectores ya inevitablemente visibles del PP se han apresurado a tomar posiciones, lo que no parece que sea la mejor manera de ayudar al presidente del partido y al partido mismo.

Alberto Ruiz-Gallardón ha expresado su opinión, seguramente compartida por los centristas y moderados del PP y sobre todo, por el electorado de centroderecha, de que la renuncia de Piqué –inocultablemente forzada por el “sector duro” que encabeza Angel Acebes– es una mala noticia ante las elecciones generales del próximo marzo, en las que el PP, si aspira a desplazar al agotado gobierno de Rodríguez Zapatero, necesitará no sólo extender sus propios votos en el centro, sino probablemente también el acuerdo parlamentario con los nacionalismos moderados. Esto último podría dificultarse si se vuelve en Catalunya a un discurso de confrontación entre “españolistas” y “catalanistas”, es decir, a la renuncia a la integración de lo catalán en el proyecto común del Estado.

El sector de Vidal Quadras esgrime, por su parte, que la estrategia de Piqué no se ha correspondido con resultados electorales satisfactorios. Es la vieja pero veraz historia del original y la fotocopia. Si el PP catalán se desliza hacia un discurso nacionalista, los electores proclives a ese discurso preferirán el original, es decir, CiU, en tanto los electores que sufren el acoso del nacionalismo no se verán motivados a votar el PP, que se quedaría así en tierra de nadie.

Los dos argumentos contrarios tienen razones y peso, porque el PP no puede renunciar, sin perder su propia identidad, a ser un partido transversal del Estado, es decir, a tener afiliados y votos en todas y cada una de las Comunidades Autónomas, a dar voz en todas ellas a quienes creen en un proyecto español de centroderecha, liberal en lo económico y territorialmente integrado desde el respeto a la diversidad y las identidades. Pero al mismo tiempo, un PP centrista y liberal puede y debe hacerse ver, ante los nacionalismos moderados como el interlocutor más fiable, serio y coherente para los tres grandes objetivos comunes de las distintas identidades: el proyecto de Estado, el proyecto europeo y el proyecto optimizador de la unidad de mercado en el ámbito global.

La designación de Daniel Sirera como nueva cabeza visible del PP catalán es, a todas luces, una imposición de Ángel Acebes. Se ve que los métodos del secretario de organización del PSOE, José Blanco, hacen escuela incluso en el partido de la oposición. Sirera es un joven “apparatchik” de 40 años, uno de esos licenciados en Derecho que llenan los puestos de los dos grandes partidos. Habrá que ver y dar tiempo al tiempo, porque lo mismo era Rodríguez Zapatero en el PSOE y está nada menos que en la presidencia del Gobierno. Nadie ha dicho que el éxito en la actividad política se haga, como en las profesiones o en los negocios, con criterios de excelencia.

Lo importante de la cuestión es que la designación de un político de bajo perfil como Daniel Sirera convierte de hecho en candidato y figura visible del PP en Catalunya a su líder nacional, esto es, al propio Mariano Rajoy. En la precampaña y en la campaña, Rajoy tendrá que echar el resto ante los electores catalanes y será inevitable que el resultado del PP en Catalunya se apunte en el activo o en el pasivo del presidente nacional del partido. 

De momento, el PSOE ha encontrado, en la crisis del PP de Catalunya, un buen generador de niebla, que necesita para ocultar un agotamiento de Legislatura tan ostensible como para que la vicepresidenta Fernández de la Vega haya tenido que preguntar a los altos cargos del Gobierno a qué se dedican y espetarles que “parece que sobran la mitad de los ministerios, y si se suprimieran, ganaría el erario público”. Vamos, que no hacen nada. Poco se puede añadir a tan escandalosa –y honesta, todo hay que decirlo– confesión de parte.
Tiene razón la vicepresidenta. No hay proyectos, ni ideas, ni nada que trasmita la idea de que el Gobierno quiere de verdad agotar la Legislatura por razón diferente a la mera permanencia en los cargos. Pero el fondo de la cuestión es que los dos grandes “agujeros negros” del actual Gobierno, el terrorismo y la política exterior, son, cada día que pasa, más profundos.

En lo internacional, el espectáculo dado por el inefable Moratinos en el reciente viaje de los Reyes a China ha excedido el espacio de lo ridículo para ser empresarialmente letal. A diferencia de lo sucedido con una reciente misión francesa, los empresarios españoles han vuelto, y no por culpa de ellos, con las manos vacías. Lo mismo en Europa que al otro lado del Atlántico, grandes empresas españoles padecen una y otra vez las consecuencias de la mala imagen del Gobierno.

En la lucha contra el terrorismo el desconcierto es total. Como el famoso personaje literario que una vez tuvo una idea, Rodríguez Zapatero se niega a renunciar al bienintencionado disparate de la “alianza de Civilizaciones”, que pretende sustituir el necesario diálogo multicultural por el imposible diálogo entre civilización y barbarie. Todas las señales de alarma están disparadas. España es objetivo preferente de alguna nueva acción del terrorismo islámico, pero nadie pone en marcha acciones preventivas eficaces.

Y en el caso de ETA se ha llegado a la paradoja de que sea más clara, valiente y honesta la postura de un líder nacionalista, el presidente del PNV Josu Jon Imaz, que la del gobierno del Estado.

En estas circunstancias, el PP no debiera, dejarse arrastrar a una equivocada polémica maximalista. No necesita ya convencer a los electores de que su proyecto económico es más sólido, coherente y viable. Le bastaría con demostrar que su programa no cede a nadie en objetivos sociales. Tampoco necesita ya demostrar su ventaja en el terreno de la política exterior y en el apoyo a las empresas y negocios españoles en el mercado global. Pero es necesario que demuestre disposición y flexibilidad para el diálogo territorial, de manera que la armonización de las identidades plurales en el proyecto común del Estado no sea reduccionista, sino todo lo contrario. Lo negativo de la crisis concluida con la dimisión de Piqué no es la crisis misma, sino la imagen que las formas de gestionarla han trasmitido.
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