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La ‘lololalia’ y la lengua en cana

La ‘lololalia’ y la lengua en cana

En la actualidad no es extraño ir por la calle y escuchar un diálogo así: 
-    ¡Hola! po compadre, ¿qué talca?, ¿como andamio?
-    Aquí, piola, tomándome un copetito después de clases, pa’ pasar el rato. ¡Pero arrepotínguese aquí y pídase un copete pa’ ponerse a tono!
-    Demaikelt po loco, en qué topamos. ¿Y cómo va su life?

La ‘lololalia’, como denominó al lenguaje juvenil en la década de 1960 el ilustrado Académico de la Lengua Jaime Campusano, es una jerga que constantemente va cambiando, según las nuevas generaciones de jóvenes. Lo que antes significaba pasarlo bien, a través de las palabras choriflay o grosso, ahora es bacán, de lujo, la raja, entre otras.

La verdad se convirtió en la dura, o en la legal; los amigos pasaron a ser los partners, el malón pasó a llamarse carrete, el tonto quedó en amermelao; mucho pasó a ser ene o caleta, y los huachacas o cumas, pasaron a ser flaites.

Según el Profesor de Lenguaje y Comunicación, Jaime Campusano, “el 70% del lenguaje juvenil se compone de palabras informales, y solamente un 30% corresponde a palabras formales. El resultado: 700 palabras como promedio”.

Sin embargo, el experto no ve el tema como un problema de la sociedad actual, sino como una simple moda, la cual constantemente va cambiando. Un modo de hablar generado a raíz de una necesidad de ir contra lo formal: cenar bien, peinarse o vestirse adecuadamente, ser correcto etcétera.

El lenguaje es útil para los jóvenes y en todas las épocas ha sido distinto. Es nada más que una forma de expresarse, por lo que un alto porcentaje de éstos sabe cuándo y con quién hablar de esa manera. Sin embargo, cuando se ven enfrentados a los ámbitos de la formalidad, este vocabulario se acaba, puesto que cambia el núcleo de personas con quienes se rodea y se va produciendo una especie de acostumbramiento a pronunciar bien y a usar las palabras que fija la Academia.

Y pese a que existan diversas opiniones en torno al origen de este tipo de vocabulario, puesto que muchos creen que se debe al entorno social, al tipo de educación o a los medios de comunicación, la única razón, a mi parecer, es que es una moda pasajera. Pero una moda que sigue el 99,9% de los jóvenes el país.

El Coa

A diferencia del lenguaje juvenil, existe una jerga muy particular denominada “Coa”.  Ésta es utilizada por delincuentes y presos, pertenecientes al hampa. No se sabe a ciencia cierta cuándo y por qué se originó, pero se dice que es tan antigua como la delincuencia misma. Sus raíces estarían en el término gitano español coba, cuyo significado es embuste o adulación y tendría su origen en el caló, jerga que los gitanos utilizan en España. Pero otros dicen que viene de una jerga delictual española del siglo XV, y sería una deformación de “boca”. Como sea, la palabra coba llegó a ser “coa”, cuya definición contemporánea podría ser “el lenguaje que intenta ser creíble”.

Es una forma de expresarse bastante complicada para quienes no estamos insertos en ella, puesto que la deformación de las palabras, sumado a la rapidez por la cual nos caracterizamos, los chilenos, al hablar, hacen imposible la comprensión final.

A modo de ejemplo, el siguiente texto es un extracto del primer libro–diccionario “La Mancha de Chocolate”, que trata sobre la vida al interior de la cárcel. “Gambeteando por la cana, Raúl Guzmán, el Papito, escribió el Coa, el chochamu es buena tela, bacán, para nada balselata. Cayó por achacar, por afanar, cosa que no lo pone aplomao. Para entenderlo hay que llevar el apunte o si no puede quedar de asanjuanado, o sea hay que ascurrirse. Como este broca era bobina pero no buzeta, aprovechó la oportunidad para darle color al diccionario del coa, que se escribió en la cana y que es de primavera, más bien de dequerequesteque”.

En español, esto quiere decir que el autor de ese libro, Raúl Guzmán, más conocido como “Papito”, aprovechó sus caminatas por la cárcel para escribir la obra “Coa”. Una buena persona y para nada mal educado, estuvo en la cárcel por robar y no lo avergüenza reconocerlo. Para seguirle el paso de sus palabras hay que atenderlo muy bien o si no, se puede quedar de tonto; hay que estar bien despierto, inteligente, locuaz pero no parlanchín. Aprovechó su oportunidad y lanzó su primer libro, que según él mismo “se escribió en la cárcel y se vende en la cárcel”. El resultado: un completo diccionario para entender el lenguaje carcelario.

Aquí les presento los términos más utilizados:
Aceitar: aceptar
Andar de Toco: especialidad de robar dentro de los automóviles.
Bigote: .000
Boca Negra: pistola
Caballo: hombre que es obligado a asumir el rol sexual femenino al interior de la cárcel.
De quemador y mecha: de traje y sombrero.
Estar al chancho tira’o: especie fácil de robar.
Hacer la boleta: matar.
Pescadería: cuartel de Investigaciones.
Timbrar: acción que usan los carteristas, tocando el bolsillo de un transeúnte, para saber si la eventual víctima lleva dinero.
Zorrero: persona que hurta mientras las personas duermen (plazas, vehículos, etc.).

En definitiva, dos jergas que si bien se asemejan en algunas palabras, tienen orígenes y significados muy distintos. Una es una simple moda; la otra consiste ‘casi’ en un grupo social: el hampa.


Karina
Periodista
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