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Pero ¿dónde estaban Felipe y Aznar?

Pero ¿dónde estaban Felipe y Aznar?

Fiesta, por todo lo alto, conmemorando los treinta años de las primeras elecciones democráticas. Una fiesta de esas en las que –ocurre apenas en las muy solemnes ocasiones—se abe la puerta principal del Congreso, para que por ella entren los Reyes. Era la fiesta de la nostalgia y del orgullo por lo logrado y de la esperanza en que el futuro sea, al menos, tan bueno como estas tres décadas de prosperidad, etcétera.

Muchos de los antiguos rostros que este canapero, cuando se dedicaba a ser paseante en Cortes, tanto frecuentó, allí estaban, avejentados, dignos. Otros, lamentablemente –querido pacordóñez, querido Ruiz Gallardón (José María, claro), carísimo Modesto Fraile, cuánto te hubiera gustado estar allí este jueves lluvioso--, ya no estan entre nosotros.

Algunos, muy enfermos, acudieron: Gabriel Cisneros, desmejorado pero entero. Otros, igualmente enfermos, no pudieron acudir, como los ‘padres’ de la Constitución Miguel Herrero de Miñón y Gregorio Peces-Barba. Y Adolfo, claro, el gran, enorrrrme, ausente. Otros no fueron porque no les dio la gana: algunos presidentes y muchos ex presidentes autonómicos, comenzando por Espe Aguirre, que presidió el Senado y allá hubiera debido estar. Y la clamorosa ausencia de dos ex presidentes de sendos gobiernos demócratas: Felipe González y José María Aznar.

Se preguntaba el presidente del Congreso, el valioso, aunque seco, Manuel Marín, qué problemas de agenda pudieran haber tenido ambos que no aparecieron por allí: ¿viajes al extranjero para cuidar los intereses del mexicano Slim, el uno, y para atender a ese fondo especulativo en el que se ha metido el otro?¿Algún contencioso contra Telefónica en América Latina el uno, alguna conspiracioncita contra el Gobierno actual en los EE.UU el otro?

Convendrán ustedes con este humilde canapero que, en día tan lacrimógeno y señalado, ese par tendrían que haber estado ahí, como ahí estaba Leopoldo Calvo Sotelo, breve presidente que no surgió de las urnas y que,a sus ochenta y algo, allí estaba como Carrillo, como Nico Redondo –a quien homenajeamos este sábado--, como Pablo Castellano, como Alonso Puerta, o Blas Camacho, o García Ronanillos, o Alvarez de Miranda, o, claro, Manuel Fraga. O Landelino, que no se pierde una de esas.

Era, en suma, una fiesta de la democracia, todo lo institucional y festivalera que ustedes quieran, pero representaba lo que representaba y ese par, que son lo que son gracias a que un día los pusimos a gobernarnos, no debería haber faltado a los salones del Congreso, donde, por cierto, tan buenos canapés nos dieron.

Por cierto, que mucho hablar de los políticos que allí estuvieron –solo Guerra, Alfonso, ha estado en todas las legislaturas—y nada de hablar de los periodistas que llevamos tres décadas, tres, pisando las alfombras congresuales. Pero los periodistas, ya se sabe, pobrecitos, que pasen y que coman, aunque sean las migajas informativas del corrillo del otro presidente del Gobierno que sí estaba, muy junto a los reyes, José Luis Rodríguez Zapatero, un hombre que nada tuvo que ver con aquella primera transición, pero que bien pudiera encabezar, a este paso, la segunda.

Calificaciones

Ambiente: 8 (muchos invitados,muchos reencuentros, algunas emociones fuertes. Lástima que el marco no sea el adecuado para meter a seiscientas personas. Por eso se cayeron tantas bandejas con copas de cristal). Diversión, 8 (lo mismo: mucho cotilleo, mucho qué es de tu vida, mucho intercambio de tarjetas de visita). Canapés, 9 (Marín, como sus predecesores, se esmera. Y Arturo, flamente presidente de la CEIM, también).

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