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Lúdicamente violentos

Golpear y quemar a una persona es algo que calificamos erróneamente como inhumano. Pero son las personas, nos las bestias quienes cometen estas atrocidades. El siguiente paso es grabarlo, ahora es fácil con la cámara incorporada al teléfono denominado móvil. Recuerda al cazador que ponía su botaza sobre su presa una vez abatida. Lo más terrible es que se graba para mostrarlo, sabedor de que el otro lo celebrará en lugar de denunciarlo.

Miren, el denominado asesino de la Katana -Javier Rabadán- que mató cobardemente por la noche a sus padres y a su hermana afecta de Síndrome de Down, recibió cientos de cartas de otros jóvenes que le solicitaban que les explicara con detalle cómo lo había hecho (alguno de ellos, para emularlo).  A lo largo de 25 años, he aprendido que la violencia una vez ejercida resulta atractiva. Es el poder. ¡Cuánto más en grupo!  Podemos denominar la violencia como gratuita, lúdica, pero no sin causa, pues la razón es divertirse ejerciendo miedo en el otro, transmitiendo superioridad, desprecio.

Como psicólogo forense, con la especialidad de clínica cubro guardias en la Fiscalía de Menores (en el primer mes del 2006, tres, -dos de ellas en domingo-), y compruebo que hay quien sale a golpear al distinto, quien sustrae un teléfono celular para disimular, porque lo que realmente busca es agredir “me miró mal”.
 Hay jóvenes que desde la insatisfacción, elaboran un “Yo” hipertrofiado, se endurecen emocionalmente. Los hay que vomitan la náusea que les ahoga.
 La sociedad está anonadada, desconcertada, cuando no encuentra explicaciones se acobarda.

En la historia se señaló a los poseídos, endemoniados, más tarde a los locos y perturbados, dando paso a los psicópatas. Pero ahora el interrogante que golpea es ¿mi hijo puede realizar un hecho tan bastardo? La respuesta es no, si ha sido correctamente educado, si se le ha sensibilizado, si se le ha formado en el autodominio. Pero no es menos cierto que se extiende como la pólvora la moda de acosar a un compañero y grabarlo, se entiende como una gracia, como un gaje del oficio (“alguno tiene que ser la víctima”).

El cuerpo social está enfermo, se consume cocaína, pornografía infantil, pieles de animales en extinción. Nihilismo, hedonismo, disfrute sin límite. Mensajes endogámicos. Violencia contra uno mismo, maltrato en el hogar, matonismo en la escuela, violencia territorial en la urbe. Violencia desde las pantallas, en las lecturas. Generamos una sensación de alarma, de sucesos negativos que nos paraliza y devora. Nos sentimos impotentes.

Hablemos de estos temas con nuestros hijos, nuestros alumnos. Planteémosles que esos jóvenes tendrían que girar la cámara para que viéramos su cara de verdugos, insolentes, depravados y penosamente estúpidos. Formemos y transmitamos la compasión (concepto y posicionamiento en desuso).  Los seres humanos disponemos de un cerebro que actúa como órgano de deliberación, elección e inhibición voluntaria no biológicamente predeterminado.

Nuestro comportamiento, la elección de nuestras conductas, también ante la violencia, está en nuestra capacidad de optar, en el componente de libertad, en la voluntad y la motivación, que se matizan con la herencia y la educación recibidas. La ética, el respeto y la autolimitación son asignaturas de la vida que el ser humano debe aprender pronto. Mostrémoslas.

Las asociaciones de padres, de consumidores, de derechos humanos, las ONG han de comprometerse e invertir tiempo, esfuerzo para estructurar una red ciudadana que aborde los problemas graves infanto-juveniles. Bueno es arbitrar leyes como la de Dependencia para Mayores, Disminuidos y Enfermos, pero algo habrá que hacer por los jóvenes, no sé si crear un Ministerio. Desde luego la inacción perjudica seriamente la salud, de generación en generación. Tras la violencia compartida hay mucha víctima sola y silenciada.

Javier Urra es Psicólogo Forense y Asesor de UNICEF

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