Si alguien tenía dudas sobre el papel que desempeña José Blanco en el PSOE es seguro que lo tendrá más claro tras la intervención que ha tenido ahora, después del descomunal atentado de ETA en la Terminal de Barajas. En un momento en el que, de manera global, se reclaman responsabilidades "a quien corresponda", y básicamente a la ETA atacante y al Gobierno que no se enteró del ataque que iba a sufrir, Blanco reparte mandobles a casi todos. Y le segunda en esa tarea otro personaje que, por su anterior condición de ministro de Interior y de Justicia, Juan Alberto Belloch, tiene también autoridad para el reparto de culpabilidades.
Blanco y Belloch coinciden en asegurar, primero, que la información que tenía el Gobierno no se correspondía con la voluntad de ETA. Y en segundo lugar, que debe hacerse autocrítica para no reincidir en errores en el futuro. "Tenemos que hacer autocrítica para no reincidir en errores en el futuro", dice Blanco. Y apunta más directamente Belloch: Zapatero ha cometido fallos de comunicación e información. ¿Sólo Zapatero? Belloch es más amplio en su reparto de responsabilidades: Fallaron, con bastante probabilidad, el interlocutor de ETA, Josu Ternera, y su conexión socialista, Jesús Eguiguren, que quisieron suponer que las advertencias y amenazas de la "ETA más radical" no irán a más.
Fallaron los servicios de información y el director general de la policía y Guardia Civil, que tampoco interpretaron debidamente los daros de los que se disponía, con reiteradas amenazas e incluso movimientos etarras: el zulo de Amorebieta fue la última pista de que los etarras habían reanudado su "lucha armada", y Mesquida no quiso verlo de ese modo. Y sobre todo, unos y otros condujeron a Zapatero a hacer un soberano ridículo en cuatro actos: la gloriosa rueda de prensa del viernes, cuando proclamó que en 2007 estaríamos mejor que en 2006; la deslavazada comparecencia del sábado, cuando no supo reaccionar al bombazo etarra, sus "uvas" en Doñana sin capacidad de reacción para trasladarse a Barajas a ver el desastre sufrido, y su mensaje del miércoles, cuando proclama su disposición a afrontar el problema -¿el de la lucha contra el terrorismo o el del diálogo con ETA?- con energía y determinación.
El único que estuvo a tono con los acontecimientos pareció Rubalcaba, e incluso dio la impresión de que funcionaba arrastrado por las críticas de Astarloa, y no por cuenta e iniciativa propia, como le correspondía al jefe del Gobierno y a él mismo, antes que a ningún otro.
Blanco y Belloch analizan someramente lo acontecido y se quedan cortos en sus reclamaciones, aunque más vale algo que nada. El único que estuvo en sus cabales fue Ramón Jáuregui, que la víspera del atentado había advertido lo que podía estar a punto de suceder, pero a quien nadie quiso hacer caso.
Si (
No(
