Decía Indira Gandhi, la ex primera ministra india asesinada en 1984, que no se puede estrechar la mano cuando lo que te ofrecen es un puño. Es decir, que en una negociación ambos interlocutores deben estar dispuestos al diálogo, sea porque se tienen simpatía o, como la mayoría de las veces en política, porque saben que en el fondo están condenados a entenderse. Mantenerse en el inmovilismo no es diálogo, es chantaje. Las opciones maximalistas que plantea Batasuna al anunciar que el proceso de paz se encuentra en estado comatoso pretenden en último término algo que la otra parte, el Gobierno, no está dispuesta a dar: la independencia sin condiciones de una Euskadi “grande y libre”. Esta opción no parece viable, máxime cuando, entretanto, las calles del País Vasco siguen rugiendo prácticamente cada noche con enmascarados que destruyen lo que es de todos y queman los símbolos de un Estado al que desprecian, pero que, para bien o para mal, es el suyo.
La cuestión de las nacionalidades es extremadamente compleja. Uno de los grandes filósofos del siglo XX, Isaiah Berlin, se manifestaba a favor del sentimiento nacional, pero era radicalmente contrario al nacionalismo, que consideraba una patología. Lo sea o no, sólo hay un principio inquebrantable, el de que la violencia debe estar excluida de cualquier tipo de diálogo, porque todo intercambio asimétrico es desigual y, por principio, injusto.
Lo que nos lleva a una encrucijada: mientras el PSOE ofrece la mano, Batasuna le contesta con el puño. Sin embargo, quienes nos autodefinimos como demócratas, no debemos olvidar cuáles son los compromisos morales con los valores de la democracia. Nuestra obligación moral es buscar la paz con todos los medios legítimos a nuestro alcance. La disposición al diálogo, como demócratas, ha de ser constante (los intransigentes son los otros, no nosotros); pero cuidado, es evidente que no debemos olvidar en ese necesario diálogo quiénes somos y qué es lo que podemos y no debemos conceder.
Si (
No(
