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La mala hora de los ídolos

La mala hora de los ídolos

Por Enrique Arias Vega
viernes 03 de abril de 2015, 09:50h
Resulta que Vicente del Bosqueha pasado de ser un personaje incuestionable a convertirse en un tipo cuestionado y sin ideas futbolísticas.

Ya ven lo que duran en este país los grandes principios: tan poco como los efímeros resultados en que se sustentan.

Lo malo no es eso, sino que enseguida echamos las campanas al vuelo a los primeros síntomas de éxito sin esperar a que se sostengan. Ahí tienen, si no, aFernando Alonso, un chico que a los 25 años, tras haber quedado dos veces campeón del mundo de Fórmula 1, se le dio el Premio Príncipe de Asturias, un reconocimiento que se supone debe validar toda una vida de excelencia y no el simple éxito momentáneo.

Cuando empezaron sus fracasos, se atribuyeron éstos a Renault, McLaren o Ferrari, o sea, a la última escudería del automovilista, en vez de al ídolo del momento. Luego, la realidad de lo efímero de su éxito se ha impuesto a las escusas de mal pagador.

Algo de esto, decíamos, está ocurriendo con Vicente del Bosque, como si sus triunfos no tuvieran que ver con la calidad y la forma específica de los futbolistas nacionales de un período determinado. Pero no: las virtudes taumatúrgicas atribuidas al seleccionador de fútbol se han traspuesto a otros ámbitos, otorgándole así desde Consejos de Administración de empresas del IBEX a un marquesado de los de antes, con privilegios antañones, reducciones de impuestos y otras prebendas.

Ni entonces debía ser el hombre tan listo como algunos creían, ni ahora tan poco como le critican los mismos que antes le alababan.Menos mal que estas cosas suceden en períodos de democracia política y no en aquéllos que al dictador de turno -como a Francisco Franco- se le hacía hijo predilecto de esto o de aquello para años después deshacerlo en medio del oprobio y la vergüenza colectiva de haber incurrido en adulación tan miserable.

La relación de ídolos caídos en desgracia podría ser interminable: desde antiguos e inmerecidos doctores honoris causa -recordemos la época dorada de Mario Conde- hasta copadores de la nomenclatura urbana de las grandes ciudades. Por eso, los personajes elogiados en el presente nunca deberían olvidar que ellos serán los primeros en resultar vilipendiados en el futuro.
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