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Los imbéciles de Internet (y los otros)

Los imbéciles de Internet (y los otros)

Por Enrique Arias Vega
viernes 27 de marzo de 2015, 01:45h
El número de imbéciles es infinito, dice la Biblia. Y eso que cuando se escribió el libro sagrado aún no existía Internet.
No es que la red social multiplique el número de descerebrados. Lo que hace es ponerlos en evidencia; mejor dicho, se ponen en evidencia ellos mismos al hacer comentarios que los incriminan.

Eso se acaba de comprobar con dos últimos acontecimientos bien distintos. Uno, lúdico, la final de fútbol entre el Athletic y el Barça, que ha permitido que se perpetren los peores insultos contra ambas aficiones por los precedentes de pitidos al himno nacional. Esta última tropelía -que lo es- ni explica ni justifica los delitos verbales contra vascos y catalanes, en general, realizados por algunos energúmenos.

El otro suceso, luctuoso, del siniestro del avión que volaba entre Barcelona y Dusseldorf, ha propiciado las más macabras diatribas contra los fallecidos de origen germano o catalán. ¡Dios mío, la virulencia que amaga tras las agresiones verbales de quienes en realidad no son más que homicidas en potencia!

Internet, está visto, no sólo permite realizar crímenes -calumnia, difamación,  incitación a la violencia...- contra otros seres humanos sino que, en la estupidez intelectual y moral de muchos de sus usuarios, ellos mismos se han puesto el dogal al cuello con ataques a sus propias empresas, confesiones delictivas, reconocimiento de infidelidades conyugales, exhibición de vídeos conduciendo a 230 kilómetros por hora, etcétera, etcétera. Si esto no es ser imbécil, que venga Dios y lo vea.

Pero la estulticia no radica sólo en el uso inconveniente de las redes sociales, sino en la credulidad exhibida ante sus mensajes. Antes era la sacrosanta -y única- televisión la que garantizaba la veracidad de una noticia: "Lo ha dicho la tele" era el argumento irrefutable de cualquier imbécil. Ahora lo son twitter y demás vehículos informáticos. La hábil utilización de mensajes electrónicos y su conversión en trending topics convierten en real cualquier patraña y acabamos por propagar nosotros mismos los infundios que otros han conseguido que nos creamos.

Lo dicho: gracias a Internet la frase bíblica de antaño ha acabado por ser una verdad como un templo.
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