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El juego de la oca

El juego de la oca

Por Pascual Hernández del Moral.
lunes 29 de diciembre de 2014, 01:52h
Tengo que reconocer que ya voy de recogida, que no soy muy electrónico ni cibernético y de que me resisto a serlo. El teléfono móvil no es santo de mi devoción porque no es discreto: suena en cualquier momento y en cualquier lugar, que quita intimidad y atenta contra la tranquilidad y el descanso, sobre todo de la siesta, un vicio que me resisto a quitarme: acabé con el tabaco, pero el coscorrón en el orejero después de comer, es algo extraordinario.

No entiendo a los jóvenes que prefieren el teléfono, el guasas, ese que continuamente suena con el silbido con el que comenzaban muchos de los piropos que les echábamos a las mozas rotundas, a la conversación "bis a bis" como se decía antes, de la que, sin duda ninguna, se aprende, por lo menos, a escuchar y a esperar tu turno, salvo que quieras imponerle tu opinión a tu interlocutor. Y entre los aprendizajes que se derivan de la conversación entre "presentes", está el respeto a las reglas, el saber esperar, el adecuar la forma a lo que quieres decir... en fin, muchas cosas que se pierden con el telefonito y los guasas.

Entiendo mejor, sin embargo, a los niñitos de ocho años (y de menos) que se han criado en este mundo digital de nuestros pecados. A un chiquillo de siete años le das un aparato cualquiera, un teléfono, una tableta o un diablo cibernético, y en un minuto ha descubierto cómo se pone en marcha y qué tiene dentro. Dáselo, y verás qué pronto aprende a usarlo, por supuesto mucho antes que tú, querido lector. Y no es que eso sea malo, es que no aprenden las enseñanzas que nosotros recibíamos de nuestros juguetes "manuales", como un caballico de cartón, que tiraba de un carro de madera, un triciclo, un tambor con el que castigábamos a nuestros padres, una escopeta de corchos, unos indios de goma y un fuerte, y tantos juguetes "de los de siempre". Entre los de antes ya desaparecidos están las cajas de Juegos Reunidos, en las que encontrábamos el parchís, la oca y algunos más que ya no recuerdo.

¿Te acuerdas, amigo lector, del juego de la Oca, ese de "De oca a oca, y tiro porque me toca"? Estos enseñaban mucho a los chiquillos, y sin provocar ningún inconveniente: se dormía bien, sin dolores de cabeza, sin excitaciones de las que producen las pantallas de los aparatos electrónicos, sin autismo lúdico, porque siempre se jugaba con otros chiquillos. Aprendíamos a guardar el turno, a respetar a los otros jugadores, y temíamos claro que el ganar a los otros exigía cumplir las reglas, y no hacer trampas, aunque se pudiera. ¡Hombre, todos -yo también- hemos adelantado algunas casilla en la oca, cuando los demás jugadores estaban distraídos, pero al menor reproche, avergonzados bajábamos la cabeza tras protestar un poco, nos volvíamos a nuestro sitio, rezongando, porque nos habíamos equivocado, y nos habíamos adelantado "sin querer".

Quizás hoy tendríamos que hacer jugar a la Oca a nuestros políticos, a ver si recordaban que las reglas están para ser respetadas, que nadie se las puede saltar, que el otro jugador, que somos todos los demás, puede reñirnos por intentar ganar la partida "barcinándonos" unas cuantas casillas, como se decía en mi pueblo. A ver si nuestros políticos, para llegar a la meta, respetan a todos, y no se alzan con el santo y la limosna, en la partida de gobernar a los ciudadanos.
Con la pérdida del contacto humano, con la debilitación de la conciencia moral, con el "¡qué listo soy, que he engañado a los otros", con la falta de honorabilidad, con la poca decencia, con la ratonería, con las uñas largas que arramblan con todo lo que pillan, han

destrozado valores esenciales para la buena convivencia. Por eso, pidamos que todos los políticos se pasen estas vacaciones jugando con los juegos reunidos, a la Oca, a ver si algo se les pega de honestidad y respeto a las normas, y si es así, eso que habremos ganado.
Que los reyes les traigan a vuestros hijos y nietos un juego de la Oca, que les aprovechará mucho. Y a ti, querido lector, que el año viejo se vaya, y que venga pronto otro, a ver si es mejor. Aunque cumplamos un año más.
Paz, pan y amor.
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