viernes 29 de agosto de 2014, 01:42h
Estos
días, en los que tanto se habla de la ley electoral, he recordado unas imágenes
de televisión de los años noventa que me llamaron, entonces, poderosamente la
atención. Se trataba de una crónica de la jornada electoral durante las
elecciones presidenciales de Nicaragua. Lo que se me quedó grabado en la
memoria, fue la forma de votar de los electores. Se acercaban a la urna, el
presidente les entregaba la papeleta de votación, entraban obligatoriamente en
una cabina, marcaban su preferencia y después se acercaban a la mesa electoral y
entregaban su voto.
El
resultado de aquellas elecciones supusieron una sorpresa histórica ya que elevó
a la presidencia a la líder opositora Violeta Chamorro, a pesar de que todas
las encuestas daban como ganador, por un margen cercano al 15%, a Daniel
Ortega, candidato del Frente Sandinista en el poder. Los expertos, conocedores
de la realidad política de Nicaragua, desgranaron un sinfín de razones para
explicar aquel vuelco electoral. Yo que de esto entiendo poco o casi nada, sigo
creyendo, desde entonces, que aquel resultado se produjo porque por primera vez
la gente pudo votar libremente y, lo que es más importante, de forma directa y secreta.
Toda
esta historia viene a cuento tras anunciar el PP su intención de modificar la
ley electoral para las elecciones municipales de 2015, con la intención espuria
de que gobierne la lista más votada aunque no tenga la mayoría. La historia no
es nueva; ya el PSOE, al final del mandato de Zapatero, planteó la elección
directa de alcaldes para las elecciones municipales de 2011, al ver peligrar
muchas alcaldías socialistas. Está claro, que cuando los partidos que llevan
repartiéndose el pastel electoral durante casi cuarenta años, ven en peligro su
hegemonía transitoria, intentan cambiar las reglas del juego. Un juego que
siempre les ha favorecido, gracias a una ley electoral nacida en la transición,
que nació con la intención, precisamente, de favorecer a las mayorías.
Parece
increíble, que con el descrédito de la política, los dos grandes partidos del
nuevo turno, no hayan aprendido la lección. La gente, que cada vez los vota
menos, lo que quiere es una reforma electoral que propicie que sean más las
personas y los partidos que puedan acceder a la toma de decisiones; que las minorías tengan una representación
real proporcional a su electorado. La gente está cansada de que los mismos de
siempre sigan haciendo lo mismo de siempre; la gente quiere que las cosas
cambien .
Dicho
lo cual, queda por hacer una última pregunta: ¿con la actual ley electoral, en
nuestro país, el voto es realmente libre y secreto? A lo mejor, si algún día se
modifica la ley y se eliminan los mailings electorales pagados por el estado, o
se da el mismo tiempo a todas las opciones en los medios públicos, o se limitan
de verdad los gastos de las campañas, o se establece el uso obligatorio de las
cabinas electorales; a lo mejor, ese día, ocurre lo que ocurrió hace
veinticinco años en Nicaragua, que la
gente cambió su destino porque votó de forma libre, directa y secreta, que aquí,
por cierto, sigue siendo un mandato constitucional y no pretender que gobiernen
con mayoría aquellos que no la tienen.
Manuel
Visglerio Romero - secretario provincial del PA en Sevilla