Por
Pascual Hernández del Moral.
miércoles 20 de agosto de 2014, 10:27h
Estos días de descanso mato el tiempo leyendo
libros locales, en los que autores llenos de amor a sus tierras, escriben sobre
las cosas y las gentes de su entorno próximo. El último que he leído, La Sierra
del Agua, de Antonio Castillo y David Hoya, desarrolla ochenta historias de las
Sierras de Cazorla y Segura, con el referente permanente del agua en ríos,
arroyos y fuentes de las sierras. Veinte hablan
de personajes de la zona, que han sido, en los años medianos del siglo
pasado, destacados por sus diferentes perfiles. Y que han acabado siendo
profetas en su tierra.
En esto estaba cuando me enteré de que el
pueblo cabecero de la Sierra de Segura, Santiago de la Espada, ha tributado, a
través de dos de sus peñas, sendos
homenajes a un personaje de Génave: Manolo "Cohete". El alias le viene de
chico: corría tanto que las gentes del pueblo comenzaron a llamarlo así. Y con
ese remoquete se ha quedado.
Pero no es por eso por lo que ha recibido los
homenajes, y por lo que yo lo traigo a estas páginas, sino por haber llevado el
milagro de la música a los pueblos y villarejos de estas sierras. Por esa
razón, y digan lo que digan sus censuradores en el pueblo, he pasado un rato de
amable charla con él, y he decidido traerlo aquí.
Manolo aprendió música con Inocencio Campos,
maestro de música de Génave, que le enseñó a él y a otros chiquillos del
pueblo, los secretos de la solfa. Junto a él, aprendieron Ignacio, Dámaso, José
Vicente "Tente", Hilario, entre otros, que formaron la miga de la AGRUPACIÓN
MUSICAL DE GÉNAVE. Fue un buen ramillete de jóvenes músicos que recorrieron toda
la sierra, desde Santiago de la Espada, a los pueblos próximos de la Mancha,
llegando a tocar, incluso, en tierras tan musicales como Valencia y Alicante.
Con unos contratos de cuatro pesetas y unos transportes infames, camiones que
perdían las ruedas y con bancos de madera en sus cajas, fueron repartiendo sus
melodías con gracia y voluntad por todas estas tierras.
En los años cincuenta, la Agrupación se
disuelve. La necesidad de la época provocó la dispersión de los músicos: unos
se fueron a buscarse la vida a Madrid, otros, los más, a Barcelona, y bastantes
otros a Mallorca, convertida en Eldorado de muchos genaveros; algunos se
quedaron aquí Así, la necesidad de los
cincuenta acabó la obra del maestro Inocencio Campos.
Pero Manolo no olvidó el trombón y el
bombardino. Años más tarde, hacia mediados de los setenta, Manolo y unos
cuantos amigos, alguno antiguo compañero de la Agrupación, acostumbraban a
montar alguna que otra "juerga" con las mujeres en el molino Rajamantas, en la
carretera de Albadalejo. Allí llevaba
Manolo sus instrumentos musicales, y montaban sus bailes. A la música se
incorporaron otros compañeros de juergas, en principio sin conocimientos
musicales, pero con muy buen ánimo, y con instrumentos musicales imaginativos,
por ejemplo, las latas de aceite de coche que Macario hacía servir de cajas, o
el bombo que improvisó Nicolás con una caja de cartón.
Un día, me cuenta Manolo, pasaron por el arroyo
una pareja, ella con bañador y él con caña de pescar, a la que convidaron a la
juerga. Los invitados se unieron a ella, y libaron "cuerva" más de lo
recomendable. En medio de los efluvios báquicos, él, que era camarero, dijo,
como un gran piropo, que el grupo musical era mejor que el de Pizarrín, de su
Alcaraz natal. Y ahí nació el nombre. Manolo enseñó solfeo a una nueva
generación de jóvenes genaveros: a Manolín, Marquitos, Pablo el de Bienvenido,
Mercedes la de Ignaciete, Emilio, Inmaculada, Luis Manuel...Alguno de esta
segunda generación salió trasquilado por "diferencias" con el maestro. Pero ya
eran otra vez "Los Pizarrines". Y otra vez, a cerrar contratos y a ir por esas
sierras, animando fiestas y procesiones.
Pero la dicha nunca es eterna. Pronto surgieron
celos profesionales entre los mayores, los mozalbetes de la segunda generación
se pelearon entre ellos, y la desarmonía rompió la banda. Y una parte de "Los
Pizarrines", ya sin Manolo, siguieron tocando hasta hoy, y podemos oírlos
amenizando los anocheceres de los domingos en la plaza del pueblo, y llevando
su música a los pueblos de los alrededores.
Manolo rehízo la banda de La Puerta de Segura,
que se había descompuesto. Y la llevó por esos pueblos a los que iba cuando era
todavía "Pizarrín". Incluso la trajo a Génave, en donde en un Viernes Santo,
una parte de los Pizarrines de siempre delante del paso y otra detrás, tuvieron
un duelo musical que aún se recuerda.
Me parece una lástima que a los setenta y siete
años, Manolo reciba el homenaje de un pueblo que no es el suyo, y en el suyo
pervivan los rencores y rencillas que, con buena voluntad "por todas las
partes", podrían superarse.
Pero, como dice Cohete, con amargura, nadie es
profeta en su tierra.