Amigo que no da y navaja que no corta...
Por
Pascual Hernández del Moral.
martes 12 de agosto de 2014, 20:56h
Pues sabrás, amigo Venancio, que estamos
pasando unos días en un pueblo pequeño que se llama Génave, al pie de la Sierra
de Segura. Durante el día, el calor aprieta, pero es un calor viril, seco y
áspero, no húmedo y fondón como el de tu Cuba natal. Además, las noches son una
delicia con un fresquito, sobre todo cuando sopla un poquito de ábrego, que
envidiarían todos los de la yet set (creo que se dice asina) de esas Ibizas y
Málagas.
A lo que iba, colega Venancio. El pueblo está
en la falda de una sierra gallarda, aunque no muy alta, que se llama la Quebrá,
y al pie del monte Picarzo, de unos mil y pocos metros. Desde el Collao de
Torrres, al este, al oeste y al norte, se ve un espléndido llano, que recorre, un
más que arroyo pero menos que un río, el Guadalmena o Gualmena, afluente del
Guadalimar, que luego rinde sus aguas al padre Guadalquivir, un poco más alante
de la estación Linares-Baeza. Al fondo del llano, se ve el arranque de la
Mancha ciudadrealeña, donde por las noches, a lo lejos, pestañean las luces de Terrinches
y Albaladejo, que por cierto, celebra fiestas en honor de Santiago, al Patrón
de España, el 25 de julio; son muy nombradas por los alrededores, sobre todo,
su "esbarre" o "e´farre"; no te cuento en qué consiste, Venancio amigo, porque
espero que vengas un año a verlo. En mi pueblo también celebramos por estas
fechas, en agosto, una bonita semana cultural, con actividades musicales muy
celebradas, entre otras gracias; vienen músicos de un pueblo hermano, de
Valencia, que nos deleitan con conciertos muy celebrados. Y hay también
encierro de vacas bravas, sin las cuales las fiestas son menos fiestas; y las
mujeres no tienen ocasión de dar esos chillidos (¡Que viene la vaca, que
viene!), que acongojan al más valiente. También te invito, caro Venancio, a
pasar unos días entre nosotros, porque te quedarás encantado.
Pero no era de esto de lo que te quería hablar,
sino de otras cosas más enjundiosas. Verás: en el llano que te acabo de
describir, cada mañana de labor, entre las diez y las once, tenemos acrobacias,
piruetas y cabriolas aéreas, que no consigo ver aunque sí oír. Los aparatos
deben volar tan alto y ser tan chiquiticos que mi pobre vista, cada día más
relapsa, no acierta a dar con ellos. Creo que son los aviones de guerra del ala
no sé cuál, de Albacete, que salen a hacer jeribeques por los cielos, supongo
que para hacer prácticas. De cuando en cuando, antes de comenzar a oírse el
ruido de los motores, se escuchan uno o dos truenos oscuros, opacos y profundos,
que los producen los aviones al romper la barrera del sonido. Se conoce que
debe ser una barrera muy dura, por el trueno que producen. Y a partir del retumbo,
comienzan los aviones a cumplir con sus quehaceres aéreos, con los que, a lo
que se ve, se adiestran para defender la Patria, caso que sea necesario, que ojalá
no.
Y, la verdad, compañero Venancio, a los vecinos
del pueblo, nunca se les ha ocurrido reproches exóticos, ni suposiciones
extrañas y venenosas, como en otros sitios, a saber, en un pueblo de la
provincia de Lérida, cuyos cielos también emplean los aparatos para hacer sus
pruebas y prácticas. A las autoridades se les ocurrió que estos vuelos eran
para acogotar al aldeano, amenazándolo con lo que podía ser una "invasión"
españolista de las tierras catalanas, si persistían en pedir la independencia. Exigían,
en consecuencia, que se dejaran de hacer prácticas aéreas en sus cielos
cuatribarrados, para tranquilidad del paisanaje ¿te acuerdas, compañero
Venancio, de esa capullada de hace unos años? Si es que los tontos florecen
como los hongos en las humedades, y además, huelen como ellos.
Pues a lo que iba: que yo sepa, en ninguno de
los pueblos de estos pagos, en los que todavía tocan las campanas al ángelus, a
nadie se le ha ocurrido que lo que pretenden los aviones es inquietar al
paisanaje, ni amenazarlo, ni asustarlo. Lo ven como cosa natural, que a veces,
con los truenos de la barrera del sonido, a lo más, pueden asustar a las
ovejas, pero que ni pierden la leche ni nada de nada.
A mí, querido Venancio, al recordar lo tontos
que son muchos de los independentistas, les desearía que Dios les concediera lo
que piden. Porque, como dice un amigo de taberna de mi pueblo, de gracia
Marcelo: "Amigo que no da, y navaja que no corta, si se pierden no importa".
Así, podían irse con Dios en buena hora, como decía don Quijote, y que la
Malena les amparara. Aunque, pensando en las buenas gentes, que también las hay
por allí y que no quieren aventuras independentistas, ¿por qué condenarlos al hambre
y al crujir de dientes? El que quiera irse, que haga su hatillo y que tire para
donde quiera, que esa tierra, con aviones o sin ellos, es también España.
Por cierto: les voy a dar una idea a los
gobernantes andaluces y ciudadrealeños: volviendo a los aviones y al ruido,
aquí, en lugar de pedir que se vayan, lo que habría que estudiar es COBRARLE AL
EJÉRCITO UN IMPUESTO, LLAMÉMOSLE "ECOLÓGICO", por los sustos que le pegan a los
pobres bichos y a las personas. Unos milloncejos de euros de nada. Así tendrían
cuatro duros más para quedarse con ellos... ¿A que está bien pensado, colega
Venancio?
Pascual Hernández del Moral.