Por
Pascual Hernández del Moral.
domingo 29 de junio de 2014, 02:07h
He estado, camarada
Venancio, unos días fuera, en nuestro país hermano, que han coincidido con
acontecimientos fastos y nefastos. La derrota de España en el Mundial de Brasil
produjo entre mis amigos portugueses las condolencias irónicas por el fracaso.
Yo les aconsejé que no derramaran todo su caudal de lágrimas por la derrota e
España, porque por detrás llegaba su selección, y debían guardar un lote para
llorar su previsible fracaso. No pude devolverles las condolencias
personalmente porque ya me he vuelto a España. Ya ves, amigo Venancio, donde
las dan las suelen tomar.
Los momentos fastos han
sido los relacionados con la monarquía: la marcha del rey Juan Carlos y la
entronización de Felipe VI. Los acontecimientos fueron, como todos han dicho,
"históricos", aunque en la televisión, además de históricos, fueron
machacantes: durante dos largos días, las emisoras españolas que se ven fuera
de aquí estuvieron repitiendo los "acontecimientos históricos" a todas horas.
Los portugueses, desde que don Manuel II se marchó al exilio en 1910, no saben
nada de monarquías. Sienten, sin embargo, cierto cariño por nuestra familia
real, que vivió en Villa Giralda, en Estoril, muchos años. En Cascais hay un
restaurante llamado "Muchaxo", en la playa de Gincho donde acostumbraba a ir
don Juan con sus hijos, quien llamaba al camarero con la palabra que ha dado
nombre al establecimiento. Los comentarios que me hicieron sobre los reyes, el
viejo y el nuevo, fueron de simpatía, incluso de cariño contenido.
También llegó a
Lisboa la polémica abierta sobre el aforamiento del Juan Carlos. Les costaba
entender qué diferencia existe entre aforamiento e impunidad. Para ellos, la
única figura que no puede ser juzgada durante el ejercicio de su cargo es el
Presidente de la República. Ni los miembros de los ejecutivos de cualquier
nivel, ni los militares de alta graduación (salvo en caso de guerra) ni los
jueces, ni los miembros de los altos órganos de la República, ni nadie, goza de
privilegio de ninguna clase. Para ellos, pues, la polémica sobre si el ex rey
debía ser "aforado" carecía de sentido.
La sorpresa, querido
Venancio, se convirtió en perplejidad cuando comenté que en España pasan de diez
mil (sin contar a los militares de alta graduación y fuerzas de seguridad del
Estado, incluso policías locales) los individuos que gozan del PRIVILEGIO DE
JURISDICCIÓN, o sea, que son juzgados por tribunales especiales, por cualquier
tipo de delito que comentan, tenga que ver o no con el ejercicio del cargo. El
aforamiento les hace perder alguna instancia de apelación, pero les evita el
tener que rodar por los juzgados de instrucción. A mis amigos lusos les costaba
entender que si la Constitución establece la igualdad de todos ante la
justicia, avalara, a la vez, que "unos fueran más iguales que otros". Los Art.
71 y 102 de la Constitución, y el 57 de la LOPJ son los que establecen quiénes
son los aforados. Ya ves, colega Venancio, se asombraban de que el ordenamiento
jurídico estableciera la desigualdad ante la ley de los españoles. Por lo
visto, con el aforamiento SE TRATA DE EVITAR LA VENGANZA Y LA ENVIDIA, tan
nuestra, tan española, contra los hoy aforados. El Tribunal
Constitucional lo justifica como la salvaguarda institucional de determinados
personajes. Dado que nuestra Constitución permite judicializar cualquier asunto
con cualesquiera actores (Art.24.1 de la Constitución), se intenta evitar que
se instrumentalicen pruebas "que puedan engañar a un probo juez de
instrucción". Por lo visto, el TC piensa que los españoles somos como decía que
era Lázaro de Tormes, "HOLGÁBAME A MÍ DE QUEBRAR UN
OJO POR QUEBRAR DOS AL QUE NINGUNO TENÍA".
Por otra parte, parece
un sindiós que la agudeza de nuestros legisladores, desde 1977, no haya
previsto que los reyes pueden irse del trono o morirse, y que, en el devenir
normal de los acontecimientos, otros les sustituyen, y que esos sucesos han de
preverse. ¿O eran tan ingenuos de pensar que Juan Carlos duraría por siempre
jamás? Ahora se ven forzados a modificar
de prisa y corriendo la Ley Orgánica del Poder Judicial para incluir en la
condición de aforados a la nueva Reina y a los Príncipes de Asturias. Y a otorgar
por la vía rápida el aforamiento a don Juan Carlos, al que, al parecer, le
tienen ganas muchos, aparte de las demandas de paternidad que parece que se le
vienen encima.
Otro día, camarada
Venancio, hablaremos de si Juan Carlos tiene o no derecho a ser aforado. Aunque
antes, y ya puestos, quizás debería reducirse el número de aforados a un par de
ellos: al Rey y al Presidente del Gobierno. En Portugal, Italia, Francia,
Inglaterra, EEUU... o no hay ninguno o son uno o dos. Y TODOS LOS DEMÁS, IGUALES
ANTE LA LEY. Pero ello nos obliga a abrir el melón de la reforma
constitucional, y eso...
Lo tenemos negro: los
propios aforados deberán votar en España si ellos mismos pierden "el privilegio",
que, con poca coherencia, le niegan al ex rey. ¡Joder qué tropa!, que decía
Romanones.