La Monarquía, tal y como está
concebida en España, es completamente diferente a como son las del resto de
países europeos que siguen manteniendo esta costumbre ancestral. Las fórmulas
de gobierno en el siglo XXI, sobretodo, en países con un alto nivel de
democracia no permiten que los reyes y su corte se muevan en los entresijos de
la política, aunque se nutran de ella entre bastidores y se mantengan con una
cierta actividad según las necesidades del gobierno de turno.
En España, que somos un país
distinto a los del resto de Europa desde la médula, y lo asevero con total
claridad y firmeza, necesitamos de la presencia de un líder que esté por encima
de los partidos políticos, de las grandes fortunas y, sobretodo, que sea un
referente de los más necesitados, de los pobres y de las clases medias.
Probablemente sea por nuestra cultura y sentimiento de inferioridad ante el
resto del mundo, pero la presencia de un estandarte internacional que nos
represente a todos, sea lo único que nos quede en el despropósito de gobiernos
que se suceden en este país de rateros, troleros y demás castas políticas.
Los españoles dentro de nuestra
vehemencia visceral de latinos cabreados eternamente, somos buena gente. Lo
mismo nos matamos en una pelea de tráfico que aguantamos cuarenta años, o los
que nos echen, a un líder; sea dictador, Rey o un perico de los palotes, pero
el caso es no protestar mientras no nos pisen en el dedo malo. Las
circunstancias de una guerra civil nos trajeron a un Caudillo que murió de
viejo, y a la mayoría de la población, aunque ahora el que más y el que menos
se rasgue las vestiduras, le fue bien. El Caudillo Franco puso a un Rey, que
probablemente era lo que menos querían los españoles de entonces, pero no estaban
los tiempos como para salir a protestar decisiones de tamaño calado y, hasta
Santiago Carrillo, el diablo de marras, el más rojo entre los rojos compartió
amistad, mesa y mantel con el regio Borbón.
Durante el reinado de Juan Carlos
I los españoles hemos aprendido varias cosas; una, es que la visceralidad
monárquica es menos intensa que la futbolística; otra, que sin Rey no somos
nada, al menos de cara al exterior. Nuestra carta de presentación fuera de
nuestras fronteras y en el marco empresarial mundial es tan mala, que hasta
hace unas semanas hemos necesitado tirar de un anciano y desvalido Rey, al que
tanto denostamos en ocasiones, para que nos abra las puertas de pingues
contratos en el Oriente Medio y nos saltemos a la torera a nuestros más directos
competidores. Puede que en determinados países y círculos económicos nos
bastemos por nosotros mismos, pero hay que reconocer, se piense del color que
se piense, que los contratos que firma el Rey en el exterior con sus homólogos
amigos, no serían posibles si cualquier presidente la República de turno se
presenta con ellos bajo el brazo teniendo como competidores a países como
Francia o Alemania.
Después de dos líderes impuestos,
un Caudillo y un Rey, llega el relevo generacional para el vástago del segundo,
y lo hace en el peor momento posible, en las horas más bajas de la Monarquía,
en el momento más encrespado de la sociedad con los políticos, con los reyes,
con los sindicatos, con los propios españoles, con el mundo que se tambalea sin
rumbo cierto. Pero los políticos que mandan, o sea el gobierno, han tenido la
suficiente lucidez, cosa que asombra, como para gestionar la abdicación del Rey
en el Príncipe Felipe, mientras se le tenga respeto, mientras nos quede en la
retina esa imagen de anciano venerable que ha intentado hacer lo mejor posible
por su país, y que lo ha conseguido en multitud de ocasiones, por no decir
todas, a pesar de que no dejamos pasar una en cuanto los Borbones meten la pata
en algo. Por eso esto es España y no la Gran Bretaña, donde a sus reyes y demás
personajes de la casta se les permite casi todo y el pueblo clama que Dios
salve a su reina, como si tuviera la varita mágica del bienestar de los
ciudadanos.
Lo que nos ocupa en España es
hacer gala de la mayor sensatez en los asuntos serios, que cuando queremos
podemos y sabemos hacerla. Está muy bien el discurso ese de la República y
todas esas pamplinas, pero si no somos capaces de mantener impoluto un gobierno
en cuatro años, cuánto pensamos que iban a tardar en salir los trapos sucios de
un hipotético presidente de la República, de su mujer, de sus hijos, del cuñado
y el yerno....
Mientras la vida sigue y la
política nos la amarga, pienso que más vale lo malo conocido -como sistema- que
lo bueno por conocer.
Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com