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El timo del referéndum

El timo del referéndum

Por Enrique Arias Vega
jueves 12 de junio de 2014, 17:02h
Tras el éxito electoral de Podemos se ha puesto de moda la democracia directa, como si nuestros representantes en las instituciones públicas existentes fuesen una especie de okupas indocumentados: la Casta, como se ahora se dice.

Esta denigración intencionada de la democracia representativa conlleva una deslegitimación de la democracia a secas, sin apellidos. Cuando a la democracia se la adjetiva -directa, popular, orgánica o lo que sea- es porque ha dejado de ser el poder legítimo que emana del pueblo para convertirse en el instrumento interesado de un dictador, una ideología o una banda facciosa.

Lo de la democracia directa, además, sólo tendría sentido en una isla artificiosa y televisiva tipo Supervivientes, con cuatro gatos habitándola. En la mayoría de las comunidades de vecinos, en cambio, ya se ve lo poco operativas que suelen ser estas democracias asamblearias a medida que crece el número de intervinientes.

Lo dicho se aplica también a esta nueva moda del referéndum, ahora llamado derecho a decidir, sobre cuestiones que tienen cauces, mucho más sosegados y reflexivos para ello, en las instituciones parlamentarias vigentes. Porque, puestos a preguntar a los ciudadanos sobre temas concretos, ¿quién diría que "no", por ejemplo, a la abolición de los impuestos o a la paz en el mundo, aunque se trate de cuestiones declarativas simplemente irrealizables?

No deja de ser curioso, por cierto, que los regímenes dictatoriales, nada propensos a la participación democrática de los ciudadanos, no hagan ascos a la utilización de la herramienta emocional del referéndum o del plebiscito para legitimar con ella sus propios puntos de vista. El mismo general Franco, contumaz enemigo de la democracia, obsequió a los españoles con un par de referendos amañados a lo largo de su vida.

Lo que debería preocuparnos, pues, es el consiguiente debilitamiento de la democracia ante el asamblearismo, por un lado, y la proliferación de referendos, por otro. Al revés: tenemos que reforzar la independencia de nuestros representantes y de las demás instituciones de la sociedad civil existentes, haciendo que los partidos quiten sus garras de tribunales, empresas, asociaciones,... y que los políticos respondan ante los electores y no ante los partidos que los usan como marionetas.

Ésa es la auténtica democracia y todo lo demás resulta simplemente un timo.
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