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Franquicias de la mendicidad

Franquicias de la mendicidad

Por José-Miguel Vila
domingo 01 de junio de 2014, 09:55h
Sé que puede resultar escandaloso juntar en un titular los conceptos de mendicidad y de rentabilidad. Yo mismo me he preguntado siempre hasta qué punto se pueden unir dos términos que son antitéticos en sí mismos, cómo se puede apelar a la generosidad de los viandantes y concluir, al final de una jornada, que esa actividad , bien organizada, y con los elementos mínimos necesarios para ponerla en marcha , pueda llegar a convertirse en un pequeño o gran negocio porque, como casi todo en esta vida, depende de lo bien que se pueda llevar a la práctica lo que en las escuelas de negocio denominan genéricamente el "plan". En definitiva, repito, que yo mismo me escandalizaba al oír hablar en estos o parecidos términos a amigos y colegas, a quienes atribuía un cierto cinismo a la hora de juzgar a terceros por su forma de aprovecharse del altruismo y la generosidad de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Hoy, sin embargo, me sitúo muy cerca de esa visión del fenómeno, por las razones que explicaré a continuación.

El cambio radical de óptica la he tenido recientemente. Transito a diario por una comercial y céntrica calle de Madrid en donde, al menos desde principios de año, y en una distancia aproximada de un kilómetro, estaban ubicadas unas 10 o 12 personas pidiendo en ella. Varias coincidencias llamaron mucho mi atención. Situados a uno y otro lado de la calle y separados entre sí más de 150 ó 200 metros, hombres y mujeres de mediana edad, aunque algo maduros (entre 40 y 50 años); su aspecto homogéneo, su idéntica disposición física a la hora de pedir (sentados, envueltos en ropajes oscuros con varias capas para hacer mejor frente a las variaciones del tiempo); su inevitable saludo de "buenos días" a todo el que pasaba por allí y, por cierto, con estudiada sonrisa y cercanía; su irrupción diaria dibujando un verdadero despliegue militar en el espacio físico que tomaban y, por último, su desaparición conjunta, ya que a cierta hora, de pronto, no quedaba más rastro de ellos que los cartones sobre los que ejercían el oficio.


Pruebas
Pero las pruebas concluyentes de que el fenómeno no era casual, sino que estaba perfectamente organizado las he tenido hace solo unas semanas. Un buen día pude ver como una furgoneta llena de individuos de las características descritas, iba apeando a sus ocupantes en varios puntos de la calle y que estos, en perfecto despliegue, después de comentar ciertos extremos de última hora, se iban situando en sus puntos de "trabajo".

Y la última y definitiva prueba la encontré cuando otro día, de pronto y sin razón aparente alguna (quiero decir que nunca he visto hostilidades de los viandantes hacia ellos, ni despliegue policial alguno que pudiera intimidarlos, etc.), desaparecieron al unísono del mismo modo que meses atrás habían aparecido. Hoy, probablemente, estarán haciendo lo mismo pero en cualquier otro punto de la ciudad, o en alguna otra capital que, a juicio de los expertos que dirigen el negocio, sea mucho más rentable.

Lo descrito hasta aquí, si no es un verdadero negocio, desde luego, se parece mucho a ello. Es -permítame el símil- una especie de franquicia de la mendicidad que ciertas mafias (en el caso que nos ocupa, claramente rumana) han levantado hace algún tiempo, para explotar, por un lado a los hombres y mujeres desesperados por su situación personal en su lugar de origen y, por otro, al otro factor necesario para obtener rentabilidad en la acción, es decir, el ciudadano corriente y moliente que, movido por su solidaridad, no duda en socorrer como buenamente puede al necesitado.

Obras son amores, y no buenas razones, que decía el clásico, de modo que si Vd. No quiere ser un mero espectador de la mala situación que atraviesan muchos de nuestros semejantes-compatriotas o no, da igual-, y quiere pasar a la acción, a compartir parte de lo que tiene con los más necesitados, me parece mucho más productivo y rentable (tanto social como económicamente) que lo haga a través de organizaciones cuyo objetivo es precisamente ese. Estoy pensando en Cáritas o Cruz Roja, aunque hay muchas otras. Nadie mejor que ellas conoce tanto las necesidades más perentorias de quienes no tienen nada, o casi nada, y nadie como ellas es capaz de exprimir un euro con mayor eficiencia y eficacia. Y, desde luego, siempre, mucho mejor que cualquiera de nosotros, por muy buena voluntad que nos mueva.
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