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Reflexiones desde el puente de Triana

Reflexiones desde el puente de Triana

Por Ismael Álvarez de Toledo
martes 29 de abril de 2014, 15:38h
El puente de Triana de Sevilla, es el nombre con el que popularmente se conoce al puente de Isabel II, que une los dos frentes urbanos que mantienen el Arenal y Triana sobre el río Guadalquivir. Cuentan los sevillanos que si el viajero no cruza este puente es que no ha estado en Sevilla. Porque en Sevilla, como sucede en casi toda Andalucía, el valor fundamental es la existencia humana. Pero no como una realidad aislada e inconexa, sino como una presencia activa y vital, como un ansia de alegría y de poesía.

Cuando llegas a Sevilla, la primera sensación que percibes, es como una oleada inmensa de aromas que nos embarga los sentidos: jazmines. En ningún sitio se siente uno tan seducido, tan absorbido por una ciudad, como aquí; Sevilla arroja sobre ti el velo de oro de lo sensible. También lo ardiente, violento y fuerte: el flamenco, canto y baile, las corridas de toros que nacieron del culto antiguo al dios toro y leyendas como la de Carmen y la de don Juan Tenorio.

Desde lo alto de la Giralda, la ciudad con sus campanarios, sus relucientes cúpulas azules y verdosas y con sus alamedas, se divisa Triana y su puente. La orilla mística que guarda celosamente la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza y el Cachorro, como llaman aquí al Cristo de la Expiración. Diríase que todo en esta ciudad se mueve ardorosamente entre el gozo y la tragedia.

El puente de Triana guarda el pasado y el presente de los sevillanos, tendido sobre el Guadalquivir, testigo de la vida de propios y ajenos en perpetuo movimiento y, más recientemente, de historias de amoríos sobre candados colgados en sus barandillas. Sobre todas las luces de la noche de Triana se alza refulgente el Guadalquivir.... La Torre del Oro brilla entre las luces del Paseo de Colón como un cofre de hermosura. En algún jardín se oye cantar y bailar flamenco, para atracción de los turistas que llenan sus calles al anochecer.

Desde el puente de Triana se distingue la Maestranza, la famosa Plaza de Toros de fina arena dorada, por donde han desfilado las más grandes figuras del toreo, a un lado un minúsculo jardín acoge la estatua de Curro Romero y, un poco más allá el Hospital de la Caridad. Este edificio ahora reformado, fue antaño refugio de ancianos y gentes sin recursos. Incluso guarda una leyenda y un mito: aquí vino a acogerse don Juan Tenorio, desilusionado, vacío y humillado, tras sus diabólicas aventuras buscando cobijo en esta hermandad que desde antiguo se dedicaba a enterrar a los muertos que se hallaban insepultos. Precisamente, en el jardín que hay enfrente se alza su blanca estatua. La leyenda y la verdad se mezclan y confunden en el seno de la noche.

Precisamente la noche Sevillana tiene un encanto difícil de describir. Desde Triana a la Macarena, desde allí, al barrio de Santa Cruz y su Plaza de doña Elvira, con sus calles salpicadas de casitas y balcones de poesía, plazas recoletas y solitarias de las Cruces, sumergidas en silencio bajo enramadas de jazmines, naranjos y murmullos de agua oculta. Calles de la judería, recorridas con el corazón absorto y arrebatado.

Pero volvamos a Triana, la cuna del flamenco según los entendidos. Porque desde esta parte del río se divisa mejor la magnitud de Sevilla y es que Triana no ha cambiado en años, en siglos. Sus gentes, las de la Cava de los Gitanos y los de la Cava de los Civiles, todos trianeros, permanecen fieles a la vida de barrio, a las costumbres: Arte, Betis, Cante. Existen y viven y sufren y se divierten en derredor a este río maravilloso en una conciudadanía espiritual que cruza el Puente de Triana.


Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
 
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com
 
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