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Las décimas de Montoro

Las décimas de Montoro

Por Fernando González
jueves 10 de abril de 2014, 10:16h
Me asombra cómo se aplica en la simulación política el ministro Montoro, el aplomo con el que manipula los balances oficiales y los conocimientos de alquimia política que oculta en su despacho. Es muy capaz de convertir en oro estadístico los apuntes presupuestarios que le facilitan sus colaboradores, quedándose para él la fórmula magistral empleada en menesteres tan extraordinarios. Viste muy bien el muñeco articulado de la recuperación y tal apaño resulta muy conveniente en los tiempos que vivimos. Comparando el ejercicio del 2012 con su correspondiente del 2013, sin añadir el rescate bancario, sólo se ha reducido en dos décimas el déficit público, incumpliéndose así los compromisos adquiridos con la Comunidad Europea. De un parto tan doloroso, crispado de contracciones sociales y alaridos de desempleo, ha nacido un ratoncito de dos décimas, incapacitado para estabilizar nuestra deuda pública y liberarnos de tantísimos prestamistas internacionales. Nuestro particular ginecólogo, ajeno al tamaño de la criatura parida, contento como parece de su buena mano y dispuesto a eternizarse en su cargo, promete asistirnos en nuevos alumbramientos.
Dos décimas no más, como dice la popular ranchera, para justificar tantos sacrificios impuestos a la ciudadanía administrada. Todo lo hecho era inevitable y cualquier alternativa foránea nos hubiera llevado a la indigencia generalizada. Todo nos sabemos de memoria la letra de tan popular cantable: si no hubiéramos hecho lo que tanto nos critican ustedes, ahora viviríamos tutelados por la troica comunitaria y ya no existirían muchos de los beneficios sociales de los que aun disfrutamos. Armado el tenebroso espantajo de la intervención apocalíptica, bien ensamblado en la plataforma móvil de la herencia recibida, todavía lo pasean entre nosotros, como si todos estuviéramos circulando en una interminable procesión de Semana Santa.
Nunca se pagó tanto por tan poco. Las décimas que anualmente se van restando al porcentaje de nuestro déficit público, esas que Montoro almacena en su cajón de lo bien hecho, nos han costado un millón más de parados, la emigración al extranjero de cientos de miles de trabajadores cualificados, el recorte de servicios públicos esenciales, el copago de muchos otros, una reforma laboral restrictiva y un debilitamiento peligrosísimo de la cohesión social. Debemos lo que somos capaces de producir en un año y

somos más pobres que cuando Monotor juró su cargo. La coyuntura se nos presenta como si todo estuviera ya bajo control, pero apenas se ha corregido la deriva negativa de nuestra economía nacional. Cada subasta consumada de deuda se anuncia como un éxito resultante de la credibilidad recuperada, como una bicoca a bajo interés que devolveremos en la otra vida y como un milagro vinculado a las oraciones de nuestro Gobierno frente al altar de la prima de riesgo.
Afrontamos ya otra etapa electoral, estación primaveral que transforma lo inalcanzable en posible, lo contraindicado en conveniente y lo que era pernicioso en saludable. Ahora es oportuno combinar la austeridad sin recortes con la rebaja de impuestos, las taquicardias que afectan el crecimiento con la ocupación masiva de desempleados y la desesperanza con los pronósticos triunfalistas de nuestros gobernantes. Así las cosas, cuando terminen los fastos y tengamos que volver a la realidad de una economía convaleciente, habrá que pagar un alto precio por las muchísimas décimas que Montoro, o quien le suceda, recupere forzosamente. Avisados quedan.
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