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Suárez y Arzalluz

Suárez y Arzalluz

Por Iñaki Anasagasti
viernes 04 de abril de 2014, 10:09h
La hipocresía es un fingimiento, una mentira teatralizada, un homenaje del vicio a la virtud. Se usa mucho, sobre todo en política. Lo acabamos de ver tras el fallecimiento del ex presidente Adolfo Suarez en gentes que le acuchillaron a placer, que le negaron créditos para su nuevo partido, que le insultaron y dejaron solo, que conspiraron contra él e incluso le montaron un gobierno sustitutivo con un militar al frente. Les hemos visto llorar como Magdalenas ante el fallecimiento de un tipo valiente y corajudo que supo desmontar con astucia un tinglado como el de la dictadura y hacerlo con elecciones, reconocimientos de partidos políticos, amnistías, legalización de la ikurriña, restablecimiento de la Generalita y del Consejo General Vasco, aprobar el estatuto de Gernika y devolver a Gipuzkoa y Bizkaia su Concierto abolido por ser "provincias traidoras" (¡que magnífico título!), ley del divorcio y cosas así. Escucharle a Alfonso Guerra decir que Suarez fue "un hombre de estado" cuando le había llamado "tahur del Mississipi" y ver gentes de este pelo poner los ojos en blanco y alabar al fallecido, sacaba una buena foto de lo que es el Madrid carnívoro y cainita, el de la palmada en la espalda cuando ya no eres más que un muerto mal enterrado, caso del rey, que no soportó que Suarez se legitimara en las urnas en 1977 y quiso seguir mangoneando como si nada hubiera ocurrido y le montó la salida por la puerta de atrás. El mismo rey que nada más fallecer salió en todas las televisiones diciéndonos lo compungido que estaba. Puro teatro hipócrita y más falso que un euro de madera.

El lunes 24 estuve en el Congreso en la capilla ardiente. Al dar el pésame a sus hijos, tuve una agradable sorpresa. A medida que les iba dando la condolencia a Adolfo, Sonsoles, y Javier, me decían todos lo mismo: "Nos habló mucho del "eskerrik asko" que ponía en la makilla que le regalasteis cuando nadie se acordaba de él'. Y me recitaron la oración en euskera que ponía debajo de la makilla. Y salí del salón de "los pasos perdidos" donde estaba el féretro de Suarez reconfortado con el personaje al que conocí y traté, pero también con mi partido que supo aplicar hace exactamente treinta años la necesaria regla de urbanidad que nos dice que es de bien nacidos ser agradecidos. Si, ya sé que Suarez fue ministro secretario general del Movimiento, que fue un falangista que provenía del corazón del régimen y un español de raza y demás, si, ya lo sé. Pero también que abordó solucionar en parte un contencioso de siglo y medio y como me comentó Mitxel Unzueta, "fue un hombre que supo donde daba el aire".

El año 1980 fue un año terrible. ETA mató una persona cada tres días, el PNV se retiró de las Cortes Generales, el PSOE le presentó a Suarez una moción de censura, la situación económica era de crisis, UCB se deshilachaba en capillas y familias, y los militares y golpistas conspiraban. En ese clima Suarez visitó oficialmente Euzkadi. En Bizkaia le hicimos el boicot a través de los ayuntamientos. Pedíamos la puesta en marcha del estatuto y la devolución del concierto económico. En la comida oficial en la Diputación de Bizkaia, su anfitrión, Jose Maria Makua, le dio plantón y tuvo que venir de Gasteiz el lehendakari Garaikoetxea. El enfrentamiento estuvo al rojo vivo. Años después fue el propio Suarez quien nos dijo a Benegas y a mí: "solo cuando decidí dimitir abordé la devolución del concierto para Gipuzkoa y para Bizkaia. No sabéis la resistencia que había". Ocurrió en diciembre de 1980. En enero dimitía.

Pasaron tres años. Suarez era un zombi. Se había quedado sin partido y había fundado el CDS. Estaba solo con Rodríguez Sahagún en el Grupo Mixto. Nadie daba un duro por él, salvo unos tipos raros en Bilbao que decidieron darle el premio Euzkadi en febrero de 1984 junto a D. Jose Miguel de Barandiarán, al Athletic y a Musikaste.

Fue Kepa Bordegarai, director de la revista Euzkadi, quien tras los postres inauguró el acto de entrega de premios, con una alocu­ción en la que puso de manifiesto el sentimiento de la publicación a la hora de conceder los galardones. «Nos sentimos componentes y partícipes de un pueblo que sabe premiar a quien lucha por él, así como sabe defenderse de quien le persigue, oprime o no le deja ser quien es».

Makua aprovechó la ocasión para disculparse ante Adolfo Suárez por el plante que le dio en 1980, con ocasión de la visita de este a Euzkadi, en otras circunstancias políticas y que hemos narrado. «Suárez es el hombre -dijo Makua con un tono desen­fadado-, que nos sorprendió a todos un Viernes Santo domesti­cando a los comunistas», para añadir que «esta vez te pido disculpas y te recibo como a un bilbaíno más, haciéndome eco de un sentir popular que asegura que con Suárez estábamos mejor».

Con su sempiterna y televisiva sonrisa, y haciendo gala de un aspecto rejuvenecido -debido, en gran parte, a un bronceado invernal- del que parecían haber huido definitivamente las ojeras que le adornaron en todo su mandato presidencial, Adolfo Suárez bromeó y fue objeto de la expectación general a lo largo de toda la cena.

La presentadora anunció el premio político, otorgado al ex­presidente español por su defensa en el Parlamento de la supremacía del poder civil sobre el militar y por su decidida defensa del estatuto de autonomía para Euzkadi, en un año en donde toda reivindicación autonomista estaba férreamente controlada. Suárez manifestó a los presentes su profunda gratitud, a la vez que reco­nocía que «frente a un auditorio tan selecto y con un micrófono en la mano, me siento tan feliz como un tonto con una tiza». Rehusó, sin embargo, hacer un discurso político para, en una breve muestra de agradecimiento, dirigirse a José María Makua, manifestándole que «me siento muy honrado ahora, tal como me sentí al ser recibido entonces -refiriéndose a la visita señalada por Makua- por el presidente Garaikoetxea. Si entonces hubo algún plante, entendí, en su momento, que estaba rodeado por circunstancias políticas distintas, y este premio recompensa y me hace olvidar con creces aquello».Suárez remarcó el especial interés que siempre le había movido a preocuparse por el pueblo vasco, y finalizó diciendo: «Contemplaremos algún día el árbol de Gernika como un monumento al entendimiento de todos».

Especial interés tuvo también la intervención del presidente del EBB, Xabier Arzalluz, quien hizo una semblanza del tiempo en que Retolaza, Ajuriaguerra y él mismo se entrevistaron con Martín Villa, tendiendo los primeros cables del estatuto. "También hablábamos mal de ti -dijo Arzalluz-, pero siempre fue de frente. No creo que exista el derecho -continuó refiriéndose a Suárez- de frenar a un presidente como lo hicieron contigo".

"Contigo se movió el cambio, hiciste un montón de cosas de las que entonces tenían valor, como la amnistía, que fue un gesto de coraje político. Nos devolviste el Concierto y apostaste por el estatuto, que supuso mucho para nuestro pueblo. Fuiste lo sufi­cientemente valiente y lúcido como para hacer cosas que otros no se han atrevido a hacer». Xabier Arzalluz terminó señalando que él no tenía arte ni parte en la concesión del premio, pero se alegraba de ello, al margen de cualquier acto electoralista. El presidente del EBB le hizo entrega de una makilla a Suárez, a quien advirtió que servía también para defenderse de los lobos, «y todavía quedan muchos lobos».

No me tengo por profeta y no hay que serlo si se tiene algo de experiencia de lo que es el Madrid político, por eso mucho antes del fallecimiento de Suárez terminaba así el capítulo dedicado a él en mi libro "Jarrones Chinos" de ésta manera:

"Seguramente el día en que fallezca, los codazos para estar en primera fila del funeral, los homenajes tildándole de padre de la democracia, el incienso que atufará todos los rincones, los ojos en blanco, las mil biografías con que nos aburrirán, lo llenarán todo. Está en el guión de la fiesta de vanidades que es el Madrid político, sobre todo cuando eres ya un cadáver insepulto o da buen tono referirse a ti cuando eres un inofensivo jarrón chino. Será el ho­menaje hipócrita del vicio a la virtud. Pero podemos reivindicar al estilo de los locos de la matraca: fuimos los únicos que en pleno desierto reconocimos a Suárez su valentía y le llevamos una cantimplora con agua fresca cuando con Pelopincho atravesaba aquel duro desierto de soledad y nadie sabía qué hacer con aquel Jarrón Chino a quien Juan Carlos había dado su real patada". Ahí queda.
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