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El bien de los niños

El bien de los niños

sábado 07 de diciembre de 2013, 11:23h
Por qué de cuanto sucede que nos sienta agrio, a nosotros mismos o a los que amamos o nos rodean, nos dicen que es por nuestro bien, que es un mal pasajero que pronto quedará como un terrible recuerdo que se convirtió en terrible pesadilla. Por qué nos dicen que no hay otro remedio que ese camino plagado de trampas y dolor. Braman esos oradores del poder, capaces de justificar sus obras, o sus pasividades, con argumentos falaces, retorcidos, cínicos, sin sustancia, demagógicos, para decirnos con amplia batería de sofismas que todo lo que sucede es lo único que puede suceder, y además es para nuestro bien. Por qué nos venden esa moto rota del sufrimiento pasajero, del paraíso futuro, si ya casi nadie cree a nadie y aquí se ha engañado ya tantas veces que este pueblo oye la palabra política y mira para otro lado, o asume la peor acepción de ella que es la del egoísmo y la mentira, la palabrería como sustitución de las ideas.



Cuando era niño me envolvieron con una sábana hasta que no pudiera moverme. Y un médico cruel, de tez oscura y sudorosa, dedos bastos, voz aflautada, me sacó de cuajo las anginas con unas tenazas plateadas y relucientes. Sentí que me arrancaban la garganta y que en mi cuello tendría un agujero lleno de sangre. Lloré como un huérfano tirado en la calle. Y unos y otros me dijeron que era por mi bien, que aquel sufrimiento tenía su razón de ser en un futuro mejor. Después he contado el doloroso suceso a amigos médicos, y lo han refutado. Ni las tenía inflamadas o me dolían, pero alguien pensó que necesitaba ese dolor en mi vida. Y sin necesidad me hicieron tanto daño que todavía lo recuerdo. Lo mismo pasa con muchas medidas políticas que explican su mal presente en un mejor futuro, ese futuro que para Heráclito está en manos de un niño que tira los dados en la mesa del destino.



Cada vez que oigo ese argumento siento que nos miran como niños. Niños a los que hay que engañar para que tomen con gusto el aceite de ricino. Niños a los que es necesario convencer para que sufran con resignación, y esperen bondades que cualquiera sabe si llegaran, o si llegan no serán beneficios para otros. Por ejemplo hay que tragarse una legislación laboral decimonónica, propia de lugares asiáticos donde los trabajadores son casi esclavos. Dicen que es el paso necesario para conseguir un mercado laboral suculento. Pero hasta el más tonto sabe que no será así, al menos en mucho tiempo. Y mientras tanto muchísimos trabajadores se sienten desprotegidos ante algunos empresarios malvados y codiciosos. Crece el hambre, el desempleo y la tristeza, y todavía hay quien tiene geta para decir que es lo mejor para mañana, y que lo aceptemos con gusto. Pues va a ser que no.
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