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Fantasía y realidad en el mito de los Mares del Sur

Una exposición del Museo Nacional de Antropología muestra cómo se creó y difundió el mito

Los navegantes que en los siglos XVIII y XIX viajaron hacia las islas de los Mares del Sur, hoy Oceanía, quedaron fascinados por una cultura y un entorno que parecían el paraíso en la tierra. El Museo Nacional de Antropología reconstruye con la exposición 'Los paraísos perdidos. Ilusión y realidad en los Mares del Sur' el alcance del mito y lo enfrenta a la realidad de los pueblos que habitaban estas tierras coralinas a través de los objetos de su día a día.
La piezas expuestas datas de los siglos XVIII y XIXUno de los muchos navegantes que durante el siglo XVIII visitó Tahití, Boungainrille, describe la isla como si fuera el jardín del Edén. Habla de hermosos frutales, riachuelos que refrescan y personas que reposan. "En todo lugar veíamos viva la hospitalidad, el reposo, una dulce alegría y todas las apariencias de la felicidad", afirma el viajero.

Con textos como estos, relatos de viaje y diarios de a bordo que se difundían a través de su publicación como libros o en las ediciones de las gacetas, el mito de los Mares del Sur se extendió por Europa durante los siglos XVIII y XIX, explica la comisaria de la exposición, María de la Cerca González.

María del Corral González, comisaria de la exposición En esos relatos aparecían lugares donde la naturaleza era lo suficientemente inteligente como para dar por sí misma alimentos al hombre, la gente descansaba tranquila, no parecía haber reglas que subyugasen a las personas y un largo etcétera de elementos que encajaban a la perfección con el buen salvaje de Rousseau. Así, las islas de los Mares del Sur se convirtieron en un referente, "en ese mito o héroe que el ser humano siempre busca para vivir", en palabras de María de la Cerca.

En la exposición pueden verse armas, objetos rituales o adornos corporales La leyenda se refuerza aún más en el siglo XIX, cuando los cambios sociales, las guerras y demás conflictos, hacen que los románticos, ávidos de mitos, difundan el de los Mares del Sur. Pero no se pierde aquí, sino que continúa en el siglo XX de la mano de artistas como Paul Gaugin, que viaja a las islas Marquesas.

Ni siquiera llegado el siglo XX los viajeros se atreven a destruir el mito al confrontarlo con la realidad de esos pueblos, que sí tienen reglas y muy estrictas, y que tienen que trabajar para conseguir alimentos pese a lo que pudiese parecer. Durante la primera mitad del siglo, el mito sobrevive en las películas de la industria de Hollywood, como algunas de Elvis Presley, en las que se representan lugares exóticos en los que "la gente es estupenda, todo es maravilloso y la vida es una guitarra y una canción".

El cuenco de kava es la joya de la exposición La Comisaria continúa explicando que la leyenda persiste en los "los tiempos actuales, al convertirse en un producto de marketing a través de las agencias de viajes". Eso sí, sólo como reclamo publicitario, pues a partir de la Segunda Guerra Mundial tanto la impresión que se tiene de estas culturas oceánicas como sus tradiciones empiezan a cambiar. Basta pensar en una ciudad como Honululu, capital del estado norteamericano de Hawai.

De la leyenda a la realidad
La exposición, que puede visitarse hasta el 9 de marzo en el Museo Nacional de Antropología, utiliza dos lenguajes paralelos para dos visiones diferentes: "El mito se explica a través de relatos; y la realidad, con objetos, que reconstruyen cómo eran estas culturas realmente", expone María del la Cerca.

Junto con los extractos los diarios de viaje de los navegantes que reflejan como fue transmitido el mito a través de la literatura, se exponen objetos de la vida cotidiana de estos pueblos para mostrar cómo era su realidad. Para ello, la exposición reúne piezas de los siglos XVIII y XIX, cuando el mito estaba totalmente vigente, del propio museo de Antropología, y otras cedidas por el de América, el Naval y el del Ejército.

  De esta manera, objetos que se utilizaban en las ceremonias de duelo, adornos corporales, herramientas agrícolas, útiles de pesca o armas de guerra dejan vislumbrar la vida de estos pueblos, sometidos a estrictas jerarquías en las que dominaba una clase que unía política y religión y se decía descendiente de los dioses. Pero, además, la edad o el sexo también imponían restricciones a las posibilidades de cada uno.

Cráneo decorado Estas jerarquías establecían tabúes de uso, por los que ciertas acciones no podían ser realizadas por todos, sino sólo por unos pocos. Algunas piezas de la exposición muestran hasta qué punto esto era así. El casco y el manto de plumas del siglo XVIII expuestos sólo podían ser utilizados por ciertos 'cargos' de la estructura social de estas culturas. "Ni siquiera todo el mundo los podía fabricar", precisa la comisaria.

Otra pieza que refleja una de las costumbres que compartían los pueblos de las islas de los Mares del Sur son las calaveras adornadas incluso con tatuajes. Eran animistas, por lo que creían que los muertos seguían estando presentes en vida a través de diferentes ritos.

Los objetos expuestos muestran la realidad en las islas de Oceanía en los siglos XVIII y XIX Pero la pieza estrella de la exposición, así como una de las joyas del Museo de Antropología, es el cuerno de Kava, asegura la comisaria. Se trata del único ejemplar completo que se conserva en el mundo. Estos cuencos se utilizaban para contener un brebaje, que se hacía masticando una raíz que después se mezclaba con agua y se bebía en todos los acontecimientos sociales, explica María de la Cerca.
 
La armas de guerra que se exponen también reflejan que ese paraíso terrenal que los navegantes europeos creyeron encontrar en las islas de los Mares del Sur no era tal; pero, como siempre, el mito cumplió la función que tiene en la psicología humana.
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