Interpretado por el Ballet Imperial Ruso
Un 'Lago de los Cisnes' exitoso pero poco agraciado
Un Teatro Compaq semivacío, un hilo musical grabado, y un público algo variopinto es lo que parece definir a las funciones veraniegas del Ballet Imperial Ruso; una descripción bastante alejada del mundo de los zares al que quieren hacer referencia con su nombre.
Es curioso que El Lago de los Cisnes despierte tanta emoción y sea un éxito una y otra vez, sobre todo si tomamos en cuenta que cuando se estrenó en el teatro Bolshoi de Moscú, en 1877, fue un fracaso. En este caso la coreografía no era de Julius Reisinger, sino de Gediminas Taranda. Y aunque el estilo clásico fue impecablemente respetado por el director artístico, la reducción del formato de la obra significó un lamentable recorte de las escenas verdaderamente emocionantes.
En este arreglo de Taranda, los bailes de las cortes en el primer acto abogan por una obertura muy contextualizada de la vida del príncipe Sigfrido en el Palacio, pero, a pesar de la obvia calidad de los bailarines –uno se imagina que sino no pertenecerían al Ballet Imperial Ruso– la técnica resulta algo ‘pesada’ y la gracia, que debería ser el sello del baile, quedaba opacada por movimientos forzados.
Nariman Bekzhanov, el bailarín que personifica a Sigfrido, viene precedido por una gran reputación, pero tal vez por el espacio reducido que ofrecía el teatro, por el exceso de funciones, o por un sencillo mal día –nos pasa a todos– no se veía tan ‘suelto’ como de costumbre. Su coreografía con Alexander Volkov en el papel de Rothbart, sin embargo, es un compendio de movimientos limpios y sincronizados que revelan una faceta desconocida del malvado personaje: una evolución hacia la manipulación del mismo príncipe.
Cuando 'diferente' no significa 'moderno'
Nos enfrentamos a una versión del ballet que resalta la división entre lo bueno y lo malo; entre la pasión y la razón. En otros arreglos, la figura del cisne blanco y del cisne negro es la misma, en este caso las bailarinas son muy diferentes, tanto físicamente como en técnica y estilo. El hecho de que no baile la misma artista hace aún más hincapié en esa diferencia entre un personaje y el otro, entre los caracteres totalmente opuestos de Odette y Odil.
Un detalle a resaltar es la ausencia de la escena de la transformación. El príncipe Sigfrido se enamora de Odette después de verla en el lago con los demás cisnes, pero cuando cae la noche (acompañado de uno de los picos más altos de la banda sonora) la princesa debería cambiar a su forma humana para entonces conquistar del todo el corazón de su pretendiente. Para Taranda, en cambio, Odette es cisne durante toda la obra.
Es un buen ballet. Y es que es difícil equivocarse cuando se trata de El Lago de los Cisnes, pero cabe preguntarse si, por querer modernizarse, no se habrá quedado ‘corta’ esta versión de 2011 del Ballet Imperial Ruso.
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