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Lo bueno del 'caso Matas' (y otros)

Puestos a ver la botella medio llena, yo diría que el ‘caso Matas’ -o el ‘Gürtel’ y, antes, tantos otros- tiene de bueno que el pez gordo no ha salido impune del lance. Bien es cierto que tanto el ex presidente balear como los Correa de este mundo, o sus predecesores los Roldán, pongamos por caso, creyeron que podrían hacer literalmente lo-que-les-diera-la-gana sin que a ellos les alcanzase el largo brazo de la justicia, tan veloz a la hora de ajustar cuentas con el chorizo de tres al cuarto. Me dirá usted que conoce a dos o tres importantes a los que da la impresión de que la vara de medir sus fechorías tiene otras dimensiones, y tendrá usted razón: es impensable que todo vestigio de corrupción quede erradicado por decreto, resulta insostenible la ficción de que la Justicia es ciega. No lo es. Pero no es tan tonta la diosa de la venda y la balanza como para pensar que podría, sin que se siguieran consecuencias, ser siempre benévola con el poderoso y rigurosa con el menesteroso, aunque algo de eso ocasionalmente haya.

Lo bueno del 'caso Matas', como antes de los casos Gürtel, Bárcenas, Roldán, Rubio, Cañellas, Filesa, Urralburu y un largo etcétera -no cito más para no hacer la lista interminable-, es que acaban descubriéndose y siendo sancionados. Ejemplarmente. A veces, incluso tan ejemplarmente que incluso el juez instructor decide -excediéndose, como ha sido el caso con Jaume Matas- imponer por su cuenta la ‘pena infamante’ al imputado, que aún no condenado.

Contra lo que ocurre en otras naciones europeas, España aún es capaz de sonrojarse ante el golfo que cree que el dinero público está para disfrutarlo él -me refiero al golfo en cuestión-. Y tengo para mí que el próximo que sienta la tentación de traspasar todas las barreras éticas y estéticas lo pensará dos veces antes de repetir el triste trayecto de alguien que se llamó Jaume Matas, lo fue todo en una Comunidad Autónoma, casi todo en la política nacional, y ahora está a punto de convertirse en un recluso más, olvidado y despreciado por todos en un país que posiblemente odie el delito, pero, desde luego, no compadece al delincuente, y puede que alguno ni siquiera lo merezca.


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