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En Francia se habló español esta Semana Santa

En Francia se habló español esta Semana Santa

· Crónica apresurada de una visita 'de guiri' a París

Visité París y alguna otra localidad francesa esta Semana Santa. Una vieja promesa a mi mujer: ir a París, visitar algunos lugares típicos, ver un poco de pintura 'clásica', almorzar en algún clásico y, naturalmente, hacer u n poco el 'guiri', con esos recorridos inevitablemente turísticos por el Sena en un 'bateau-mouche', cena y música romántica incluídas.
 
Hicimos todo eso, además de un breve recorrido político, a lo largo de cuatro días en semana Santa. Hicimos todo eso y esperar en largas colas a las puertas de los museos (y de casi todo), constantando, una vez más, que los españoles somos los mejores, más exigentes y más chillones turistas del mundo. Y los más numerosos: ha sido de locos constatar que en las calles de París, en casi todas ellas, pero, desde luego, en las más conocidas y turísticas, había más españoles que franceses.
 
Estuvimos en el Museo Marmotan, donde reina, con derecho y luz propios, Monet. Está cerca del Bolis de Boulogne y, si tienes un carnet profesional (por ejemplo de prensa, y mi mujer lo tenía) es gratis. Si no, ocho euros. Merece la pena, aunque el museo, un bello palacete de los Marmotan, esté un poco alejado del cogollo. De los impresionistas, Monet es mi favorito. Hay buena representación suya también en el museo del Quai d'Orsay, que sustituye con ventaja al viejo Jeu du Pomme, que es donde yo tomé contacto directo con este movimiento tan franchute, renovador del arte moderno.
 
Visitamos, claro, el Louvre, donde había un especial dedicado a Praxiteles (no me interesó mucho, la verdad). Y anduvimos un montón por calles, puentes y orilla del río, porque el tiempo, en los días que estuvimos, era magnífico. Incluso visitamos, tras hacer cola interminable, la Tour Eiffel, que es tributo obligado a una visita parisina, aunque las demoras en la espera son algo desesperantes. Ya digo: al menos, hacía sol y una temperatura bastante agradable, más que en España, según nos contaba por teléfono la familia. También quisimos ir al nuevo Museo Antropológico (o "museo Chirac"), pero la cola era tal que nos desanimamos; otra vez será.
 
En esta temporada, siendo mi mujer periodista y yo curioso, no podía faltar un poco de recorrido turístico-político. Fuimos a la sede de Sarkozy, a la de Segolene Royal y a la de Peyrou. Nos quedamos convencidos de que ganará 'Sarko', que es el que mejor organizada tiene la campaña y el más entrevistado por los influyentes semanarios (en Francia, L'Express, Le Nouvel Observateur y Le Point siguen siendo literatura de cabecera para los informados; no como en España, donde las revistas políticas son ya prácticamente clandestinas). Además, tengo la sensación de que Le Figaron está por el candidato de la derecha, mientras Le Monde lo está por Segolene, pero más tímidamente.
 
(Por cierto, cuando vaya a París en plan turista guiri, no deje de comprar la guía Pariscope. Hay de todo)
 
Y fuimos, claro, de gira gastronómica. Hay buenas guías que recomiendan lo que hay que recomendar, pero tengo para mí que Francia ya no es el templo gastronómico que era, por mucho que sean ellos los que controlan la concesión de estrellas Michelin. Fuimos, por el 'módico' precio de trescientos cincuenta y cinco euros los dos, a La Tour d'Argent, frente a Notre Dame, un sitio con la carta cortísima, los camareros estiradísimos y los precios larguísimos, donde el libro sobre vinos (no es una carta al uso, sino un tocho) no te aofrece ninguna posibilidad por debajo de los ciento diez euros. No me extraña que, como nos comentaron, los franceses ricos y 'bien' ya no vayan por allí; yo tampoco volveré.
 
De los palacios a las cuevas, estuvimos también en Chartrier, en el Boulevard Montmartre, un sitio donde van a comer estudiantes, militares sin graduación y gente que se ha quedado sin blanca. Es un sitio divertido, donde no se come mal, paradójicamente. Y cuesta el veinte por ciento de la Tour.
 
¿Qué decir de los hoteles? Uno suficientemente bueno, como aquel en el que estuvimos (no lo voy a citar: el servicio no lo merece), junto al Louvre, doscientos francos. Habitación exterior amplia, cuatro estrellas y desayuno para salir corriendo. Pero es París, y París bien vale una Visa, sí he escrito Visa, porque menudos precios, mon Dieu
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