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¿Qué pasaría si cambiaran las reglas del semáforo, y del NutriScore?
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¿Qué pasaría si cambiaran las reglas del semáforo, y del NutriScore?

Semáforo, del griego antiguo sē̃ma "signo o señal" y phōros que significa portador. Este sistema de señalización universal se ha convertido en un imprescindible elemento para la organización del tráfico. Su uso está tan extendido que nadie se detiene a pensar en qué ocurriría si de un día al otro, a alguien se le ocurriera modificar las reglas. ¿Qué pasaría si de la noche a la mañana se decidiera que el color rojo indica avance, en lugar de pare? Probablemente nadie se detuvo a pensar en ello porque es un sin sentido que acarrearía una gran confusión. Sin embargo, esta comparación sirve para ilustrar lo que está sucediendo en la Unión Europea con otro tipo de semáforo, el semáforo nutricional desarrollado en Francia y llamado Nutri-Score.

Poco conocido aún en España, este modelo de etiquetado nutricional ha generado un acalorado debate en el seno de la UE. Cada vez son más los expertos que alzan su voz con el fin de alertar sobre las limitaciones que oculta la etiqueta NutriScore. Desde su desarrollo, este modelo fue adentrándose en algunos mercados europeos como el francés y el belga, con el fin de consolidar su presencia y posicionarse como el favorito para ser considerado por la Comisión Europea a la hora de elegir un modelo armonizado a lo largo de la UE. Un proyecto que poco a poco se fue desvaneciendo debido a las polémicas que rodean al etiquetado.

Que puntúa mal a los productos tradicionales como los quesos franceses, el aceite de oliva español y otros productos típicos de la dieta mediterránea. Que su algoritmo se basa en la cantidad y no en la calidad al no tener en cuenta ciertos factores como el grado de procesamiento, ni el valor nutricional del producto. Que el algoritmo únicamente tiene en cuenta los nutrientes sobre 100 gramos o mililitros de producto, en lugar de considerar una porción habitual de consumo. Estos son algunos de los argumentos en contra del modelo que han llegado a los oídos de los tomadores de decisiones en Bruselas, razón por la cual se ha pospuesto este controvertido proyecto.

En concreto, este modelo imita el funcionamiento de un semáforo al otorgarle a cada producto una nota de la A a la E que se corresponde con una gama de colores que va del verde al rojo. Es decir, este logotipo se apoya en el concepto del semáforo de tránsito para dar paso libre a los productos que salen marcados con el color verde que son los ‘buenos’, contra los ‘malos’, cuyo consumo se desalienta a través de una etiqueta roja. Para expertos como Jean-Michel Lecerf, reconocido especialista en nutrición francés, esto demuestra que el NutriScore es “un concepto nutricional de los años 80” ya que “la alimentación es mucho más compleja que la suma de sus partes”. Es por ello que muchos tildan al sistema de reduccionista y simplista, al intentar reducir un tema tan complejo a cinco letras y colores. Algo que además, infantiliza a los consumidores.

Con el fin de apaciguar las críticas, los desarrolladores del sistema han recurrido a distintas actualizaciones del algoritmo. Cada revisión ha estado acompañada de su correspondiente campaña de promoción. Sin embargo, muchos consideran que se trata de un lavado de imagen que no solo no resuelve los problemas estructurales, sino que además acentúa la confusión.

Si ya antes las autoridades locales tenían dudas sobre el impacto de este sistema en las decisiones de los consumidores, como es el caso de la autoridad de la competencia de Rumanía que decidió prohibir el modelo al considerar que puede confundir a los consumidores, ahora tras su última actualización los interrogantes se refuerzan. Sobre todo debido a que se les otorga un plazo de dos años a los fabricantes que hayan decidido adoptar el NutriScore de forma voluntaria, para actualizar sus etiquetas. Durante este plazo, las antiguas etiquetas convivirán con las nuevas, lo que creará una gran confusión debido a que un mismo producto tendrá dos etiquetas diferentes y el concepto perderá todo sentido.

Como la comparación al inicio del texto, lo que está ocurriendo con la actualización del algoritmo de NutriScore es exactamente lo que ocurriría si de un día al otro los colores del semáforo significaran lo opuesto.

De un día para otro, los consumidores se enteraron que los cereales que venían consumiendo y que creían que eran saludables al tener una etiqueta verde, en realidad son productos cargados en azúcares añadidos que merecen una peor clasificación y por ende ahora tendrán otro color de etiqueta. Lo que ayer era verde, hoy es rojo. ¿Cómo explican eso los desarrolladores del sistema que llevan tiempo afirmando que el etiquetado ayuda a los consumidores a tomar decisiones de compra más saludables que incluso ayudará a reducir las tasas de obesidad? Porque más bien, parece que se trata de un experimento en el que no se tiene en cuenta la salud de los consumidores. Los interrogantes son muchos y las respuestas, pocas.

Esta nueva actualización deja en claro que el problema principal no reside en cuántas veces se modifiquen los criterios. El problema es el sistema en sí mismo y la obstinación por parte de sus defensores de querer que el modelo encaje, cuando queda claro que la alimentación no puede limitarse a comer alimentos ‘buenos’ y dejar de lado los ‘malos’. Esa visión antigua de la nutrición ya no sirve para responder a los desafíos actuales como lo son las preocupantes cifras de sobrepeso y obesidad, como así también un crecimiento en la población que necesitará cada vez más alimentos y cuya producción no está garantizada. Abordar estos desafíos requiere traer a la mesa un enfoque innovador y dejar de lado las soluciones que no han funcionado en el pasado.

Tampoco se debe perder de vista la individualidad de cada consumidor, a diferencia de la señal del tráfico que permite ordenar la circulación, la señal del semáforo nutricional no tiene en cuenta que los consumidores no son conductores, ni peatones y no se encuentran todos en igualdad de condiciones. Lo que puede ser ‘bueno’ para un consumidor, puede no serlo para otro debido a factores como la edad, el estilo de vida, enfermedades preexistentes, entre otros. Es por ello que cualquier sistema que busque decirle a los consumidores qué comer y qué no comer, estará condenado al fracaso.

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