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No me diga que es inocente, por favor

No me diga que es inocente, por favor

domingo 06 de noviembre de 2016, 10:01h

Después de la caída de Hitler la mayoría de los alemanes desconocía la existencia de los campos de concentración, el exterminio de judíos, la persecución y el horror de un sistema. Después de la muerte del Caudillo de España, Francisco Franco, por la gracia de Dios, casi nadie sabía qué había sido la falange e ignoraba a los presos políticos, los fusilamientos y hasta había que explicarles qué era "el garrote vil". Lo mismo ocurrió con nuestro padrecito Stalin, con Mussolini y con cada uno de los dictadores de Latinoamérica, incluídos a nuestro Juan Domingo Perón y a nuestro camarada Fidel Castro. Cada uno en su tiempo, a su modo, sus banderas, sus mártires, sus líderes y sus características.

Creo, querido lector, en la filosofía de la sospecha, la idea "que no siempre somos conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor", como señala François Dosse. Hay lógicas inconscientes que explican con claridad la acción de las masas pero también la de los individuos. Volvamos a leer a Castoriadis y su análisis sobre el totalitarismo. Y veamos cómo plantea el tema de las jerarquías, el horror y la imbecilidad. Y la institución imaginaria de la sociedad.

Dispuestos a justificarlo todo empecemos a teorizar sobre las bondades del camarada Kim Jogn-un, la ternura de su padre y el misticismo de su abuelito.¿Alguien puede, en su sano juicio, defender o tomar de modelo a la revolución cubana – segundo país en el mundo de turismo sexual - en pleno siglo XXI? ¿Alguien puede, con una mano en el corazón, creer en la revolución chavista o nacional y popular de nuestras tierras? Quien haya leído un poco, un poco nada más, de los pensadores clásicos del siglo XIX, le es impensable. (¡Viva el virrey Pedro Cisneros! ¡Viva el virrey Juan José de Vértiz!). Estamos rodeados de cholulismo, de dictaduras democráticas, de revisionismo berreta, de pantomima épica. Les recomiendo que lean alguna biografía de Calígula, amado por su pueblo, y verán que su época era él. Y, también, que analicen sin prejuicios La grande belleza de Paolo Sorrentino.

Siempre es previsible la secuencia. Previsible y dolorosa. (Pensemos en nuestros intelectuales que ven en Chávez o en Maduro el futuro de la humanidad y de sus alrededores). Es desolador cómo se mezcla y se confunde todo. Desolador y patético. Parecería que el hombre no comprende o está imposibilitado de hacerlo. Lo digo sin demagogia, claro está. Intelectuales, hombres de ciencia o de formación artística, seres con vocación humanista, las más de las veces no ven lo grotesco. Eso que está allí a la vista, eso que un niño lo señalaría con facilidad. Bueno, es verdad, no todos los niños.

La atmósfera plúmbea que se cierne sobre el horizonte asfixia. No se quiere ver. No se trata de desesperanza ni de escepticismo. La hija del astrónomo Teón, Hipatia, es un eslabón de aquello que intentamos resumir. Lo dramático es qué se entiende por progresismo, por libertad. El Poder fomenta embrutecimiento y alienación. En el suburbio, digo. Hamsters reciclables los bautizó Esteban Peicovich.

Usted sabe, fariseo lector, que sostengo teorías libertarias. Durante décadas el Partido Comunista señaló en una suerte de Inquisición del Hombre Nuevo, que todo aquello que no pasase por su concepción era reaccionario, agente del imperialismo o secuaz de la CIA. Y quedó la marca. Diluida, sin criterio, pero el halo sigue dando vueltas. Nacieron los mitos, las leyendas. (¿Quién recuerda La revolución desconocida, de Volin?) Hicieron listas negras donde estaban Camus y Ionesco, Pirandello y Orwell. Se ocultaron datos de manera desenfadada, siniestra. Desde los campos de concentración o Gulag (qué no dijeron “los camaradas del mundo” de Solhzenitsyn) hasta los crímenes más absolutos en la Guerra Civil Española. Pero los camaradas leían Novedades de la Unión Soviética y todo estaba en orden. El mal estaba afuera: en la Alemania nazi, en la España franquista, en la Italia de Mussolini o en el liberalismo inglés. Y naturalmente lo falso, lo espurio, lo irracional, lo corporativo, provenía del Pentágono. El politburó estaba ajeno a eso. Era la Biblia, lo único digno, lo sagrado. Hasta embalsamaron a Lenin para cumplir con la tradición del culto a la muerte. Montañas de documentos, de contradicciones, de engaños. Y paralelamente mártires, persecuciones, exilios. Una cosa va con la otra. Una cosa va con la otra. Así se hace el juego. Destacados intelectuales que leyeron a Hegel o a Spinoza, a Svevo o a Joyce analizan la realidad desde la ceguera absoluta. La literatura, el arte, sirve para poco en ciertos seres.

Entre nosotros, lo que no es peronista es fascista. La razón de mi vida, escrito por el valenciano, falangista, Manuel Penella, fue un texto obligatorio. Como si lo hubiese escrito Rosa de Luxemburgo. La confusión general, ubuesca, se genera a través de engaños, claroscuros, conversos y leales, patriotas y traidores. Y sobre eso bombo, liturgia, sinarquia, maniqueo, silencio cómplice. Se formó un gran caldo donde se mezclaron deseos y creencias, sectas y castigos. Una enorme capacidad de olvido de nuestra sociedad y la falta de autocrítica hacen el resto.

El avión negro que trajo al General – Madrid-Buenos Aires – el 20 de junio de 1973 estaba acondicionado según órdenes de su secretario privado, José López Rega. En el sector A viajaban Licio Gelli, López Rega, Luchino Revelli, Giancarlo Valori, miembros de la Logia Propaganda Due (P2). En el sector B Juan Perón, Isabelita, Cámpora, su esposa Georgina, el coronel croata Milo de Bogetich, la esposa del embajador en España, José Campano.

En marzo de 1974 el General sentía que su organismo iba decayendo. No obstante se sintió con fuerzas para recibir al presidente de Rumania, Nicolás Ceausescu junto con su esposa, Elena. Ceausescu, joven lector, uno de los dictadores más brutales de la Europa del Este. A Ceausescu y a su esposa se les entregó el Collar de la Orden del Libertador San Martín y la Universidad de Buenos Aires lo nombró Doctor Honoris Causa. Vale la pena recordar que durante su primer gobierno no recibió al Premio Nobel de Medicina, 1947, Dr. Bernardo Alberto Houssay por ser antiperonista o contrera como solían decir despectivamente. O gorila.

Luego las nefastas consecuencias: el horror del Terrorismo de Estado (el PC Argentino sostenía que Videla era progresista, no así Pinochet), la demencia de una sociedad cada vez más enferma. Y una y otra vez sobre hechos revolucionarios, míticos, populistas; algo que forma parte del delirio latinoamericano.

Esperamos nuevas estratagemas. Esperamos nuevos ornamentos, cánones y pecheras. Aggiornamento y apelaciones desde algún populismo zurcido. Ahora quedó un remanente del peronismo K. Ahora nadie conoce a nadie, ahora son todos demócratas, ahora la corrupción está en otro lado. Y otra vez Ucrania, el dolor, el engaño, los viejos hábitos. Con sólo saber de la excentricidad, del lujo de la mítica residencia presidencial de Viktor Yanukovich: inodoro en forma de trono con dos cabezas de tigre, zoológico de avestruces… Kiev, otro ejemplo de lo que venimos diciendo. Por favor, no me diga que es inocente. Se lo ruego en nombre de lo todos los santos y en nombre del Estado del Vaticano. Y en el nombre de Halloween y de sus ritos de consumo. Gracias, una vez más, por leerme.

Carlos Penelas / Buenos Aires, noviembre de 2016

www.carlospenelas.com

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