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Si quieres hacer algo distinto, no hagas lo mismo

Si quieres hacer algo distinto, no hagas lo mismo

Por Fernando Jáuregui
martes 13 de septiembre de 2016, 19:50h

Nos lo decía Einstein, en una de sus célebres frases-fórmula para andar por la vida: "no pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo". Lo que ocurre, y ni quiero ni puedo, desde luego, puntualizar para nada a un hombre por muchos motivos admirable, es que a veces el cambio llega independientemente de la voluntad de las gentes. Y, así, puede ocurrir que en un país todos -bueno, casi todos-- digan que quieren cambios y, sin embargo, siguen haciendo las mismas cosas de siempre: que parezca que algo cambia lampedusianamente para que todo, o casi, siga igual. Y me refiero, claro, a Mariano Rajoy, a Pedro Sánchez, a Pablo Iglesias y, aunque en menor medida, a Albert Rivera y a todos sus estados mayores.

Faltan ideas nuevas, iniciativas valientes y revolucionarias. Falta el impulso por El Cambio.

Lo digo mientras escucho a Mariano Rajoy dirigirse a sus parlamentarios aplaudidores, y cuando aún resuenan los ecos de una Diada en la que tampoco hemos encontrado a nadie que nos diga cosas verdaderamente inéditas para desatascar algunos de los muchos problemas que taponan nuestro futuro. Me voy a fijar, por tanto, en apenas un asunto: el referéndum de Cataluña. Que es el único punto que, aunque de manera poco clara, ha puesto en el tablero el president de la Generalitat, Puigdemont, para sugerir, a cambio, su apoyo a una investidura para elegir a un presidente del Gobierno central. Y evitarnos, y evitarse, unas nuevas elecciones, catastróficas para todos. Menos, acaso, para uno.

Hace años, con perdón, que me he mostrado partidario de modificar la ley hasta donde haya que hacerlo --¿por qué no una disposición transitoria en la Constitución 'a la navarra'?- para que los catalanes puedan decidir de alguna manera, y bajo la supervisión del Estado, qué destino desean. En un debate franco, abierto, en el que el Estado ofrezca a Cataluña nuevas interlocuciones, más facilidades, podría fijarse un plazo no inmediato para celebrar ese referéndum, que no tiene por qué responder a una pregunta tipo "¿quiere usted la independencia, sí o no?", sino que podrían utilizarse, como sugieren voces notables en el socialismo catalán que quiere tomar el poder en el PSC relevando a Iceta, fórmulas más sibilinas, menos comprometidas y tajantes. Fórmulas referentes, por ejemplo, al alcance del Estatut de autonomía, o al encaje del territorio catalán en una España federal, una nación, sí, pero dentro de la nación española y enmarcados todos en una Europa cada vez más absorbente.

Hay que ganar tiempo para pensar serenamente, y acumular argumentos, para que quienes no se sientan independentistas en Cataluña -que creo que son mayoría- puedan expresarse, organizarse en sociedad civil, sentirse plenamente a gusto dentro de España como Estado, y para que las fuerzas políticas constitucionalistas se reorganicen allí, fusionándose algunas de ellas, incluso recuperando a figuras como Duran i Lleida o el propio Miquel Roca para la causa del 'nuevo estatus' de Cataluña. Una Cataluña que, como dijo recientemente un filósofo notable, está llena de gentes capaces de votar al independentismo sin ser independentistas: a ver cómo se explica esto, tan cierto, tan contradictorio y surrealista como la propia situación política catalana.

Pero de lo que me caben pocas dudas es de que, en algún momento, habrá que convocar ese referéndum, algún tipo de consulta, y que más vale que sea bajo los auspicios de un Gobierno central fuerte, cómplice a la fuerza de un nacionalismo que sabe que no podrá llegar la independencia a Cataluña, pero que un referéndum podría cambiar de alguna manera, para mejor, el 'statu quo' de la Comunidad, ya digo que dentro de la nación española. Estoy convencido de que esa consulta sería ganada, de manera mucho más amplia de lo que pensamos, quienes se muestran, nos mostramos, contrarios a una independencia absurda y perjudicial para todos.

Lo que de nada sirve es seguir amenazando con el peso del Tribunal Constitucional y del artículo 155, de nada sirven las advertencias del ministro de Justicia en funciones, para acallar un proceso, el iniciado por Mas y continuado por Puigdemont, por los chiflados de la CUP y por los malapata de Esquerra, lleno de defectos, divisiones, incongruencias y falta de talento; pero, a la vez, un 'procés' que me temo que está resultando, ante las vacilaciones, debilidades y dejadez del Estado, imparable.

Sé a lo que me arriesgo con lo que estoy ahora predicando. Comprendo las dificultades, desde las legales hasta las de imagen, con las que una política pragmática y rupturista se encontraría. Ninguno de los 'cuatro grandes', quizá con una cierta licencia por parte de Podemos, quiere el verdadero Cambio en este terreno. Pero Cataluña se ha convertido, dentro del calendario enloquecido de problemas que nos aguardan, en el primero de esos problemas y no valen ni tisanas, ni apósitos, ni calmantes y, menos aún, la fuerza porque sí, al estilo de la ensayada en 1934 -vade retro--, para acallar lo que, en la mente y en los espíritus de algunos catalanes, es un estado de espíritu, quizá poco racional, pero sí muy íntimo.

Hay que abrir el país a soluciones radicales, comenzando por lograr un Gobierno central fuerte y coherente, que haga frente al reto catalán, al europeo, al económico, al tecnológico, a lo que pueda ocurrir en un mundo en el que pueden ocurrir demasiadas cosas malas. Y ya digo: es Einstein.

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