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Renovarse o morir

Por Ismael Álvarez de Toledo
lunes 01 de febrero de 2016, 17:58h

La mayoría de tópicos que definen a los españoles son inciertos. Lo saben bien aquellos que estudian el comportamientos sociológico desde fuera, que desde dentro. Porque los españoles nos acercamos al carácter general que define a los latinos de puntillas, casi rozando los rasgos genéricos, pero sin las exaltaciones propias de los pueblos de sangre caliente y exacerbado dramatismo. Los españoles, a diferencia de los que ocurre con otros países europeos, somos tranquilos y perezosos en lo que concierne a los hábitos. Somos de ideas fijas; costumbristas, inalterables y lelos, hasta decir basta. Lo mismo aguantamos cuarenta años de dictadura, que permitimos que la corrupción se instale en nuestra vidas, como si formase parte de ella. Y lo peor de todo, es que lo justificamos por pereza. Somos tan inalterables a los cambios que damos por sentado que la corrupción es patrimonio de nuestra condición de españoles, y que cualquiera que toque el poder hará lo mismo, a fuerza de no molestarnos en cambiar. Incluso algunos políticos se permiten la indecencia de proclamar que la propia sociedad es tan corrupta como ellos, y nadie se lo rebate, por comodidad o pereza.

Necesitamos que nos coloquen al borde mismo del colapso, para reaccionar como es debido, ante la injusticia y el despropósito que se asienta en la sociedad y, cuando lo hacemos, miramos hacia adelante con recelo, con miedo, como si el porvenir nos pudiera deparar mayor inseguridad de la que dejamos atrás. Los periodistas extranjeros que conozco no entienden nuestra manera de ser. Tan fieros y exaltados para algunas cosas, y tan cautos y precavidos en otras, que parece que tuviéramos miedo al futuro. Los cambios drásticos no están hechos para la sociedad española, en general. Todos sabemos lo que queremos, pero nos da un miedo terrible afrontar los términos que conlleva una revolución social, que todos, en mayor o menos medida, hemos provocado. Y nuestra pereza congénita, nos lleva a dar, por buenos, planteamientos desechados de antemano, ha sabiendas de que no siempre es mejor lo malo conocido, que lo bueno por conocer.

Deseamos fervientemente acabar con las puertas giratorias para los políticos, con los privilegios de aforados que eximen la corrupción al amparo de la Ley, con la desigualdad social que nos margina, como españoles, ante el resto de Europa. Y sin embargo, nos da un miedo atroz afrontar una perspectiva de cambio, como si de ello dependiera la estabilidad del mundo o un cataclismo de imprevisible resultado en nuestras vidas. Somos tan reacios a los cambios, a las oportunidades de futuro, que los políticos sin escrúpulos aprovechan esa condición que nos define, para hacer con nosotros lo que se les antoja, exhibiendo un bipartidismo corrupto, impropio de la sociedad moderna que somos.

Probablemente, con el paso de los años, se estudie la revolución social que cambió España en 2016. Una revolución del pueblo contra los poderes fácticos que corrompieron la democracia, y situó a nuestro país en la vanguardia de los pueblos de Europa que buscan mayor equilibrio entre la desigualdad social. Un mérito que no será de todos, sino de aquellos que apostaron por una renovación total y absoluta en nuestra forma de vida, dejando a un lado la España profunda, donde los caciques de todos los tiempos siguen medrando, y dando la oportunidad al pueblo, por primera vez en nuestra historia, de la posibilidad de llevar a cabo las justas normas de gobierno que nos representen a todos.

La renovación en España es un hecho, o debería serlo en su totalidad. Con un Rey joven, unos políticos jóvenes, con ideas y formación propias del siglo en el que vivimos. Gentes que quieren un concepto de España basado en las personas, por encima de las Instituciones y el costumbrismo decadente que las soporta, donde el miedo no tiene cabida, y el porvenir es una incógnita que nos toca despejar a todos.

Ismael Álvarez de Toledo

periodista y escritor

http://www.ismaelalvarezdetoledo.com

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