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La vieja agenda, la nueva agenda

La vieja agenda, la nueva agenda

Por Ricardo Lafferriere
martes 10 de noviembre de 2015, 19:23h

Tomando distancia para aislarse de la –necesaria- vocinglería electoral, la impresión que causa el momento que vivimos los argentinos deja la sensación de una bisagra, de uno de esos cambios en que no sólo un nuevo equipo toma a su cargo la gestión del Estado, sino que termina un estilo de convivencia y comienza otro.

Por supuesto, se trata del mismo pueblo. Es la misma generación de argentinos que protagonizarán este cambio, y ello aconseja detectar las continuidades, los comunes denominadores –históricos y culturales- y las características de la nueva etapa.

Venimos de una agenda iniciada con la recuperación democrática, en 1983. Ella dio fin a una etapa de inestabilidad política, violaciones constitucionales, ruptura de derechos e incertidumbres políticas.

Desde 1983 pasamos muchas cosas. Sin embargo, la institucionalidad resistió aún las tensiones más dramáticas, como la del 2001. Cinco presidentes se sucedieron en pocos días, pero en todos los casos se respetaron las normas constitucionales, como la única tabla de flotación a la que el país pudo aferrarse en una incertidumbre sobre todo lo demás, en que se trató de un país buscando su rumbo durante las tres décadas.

Mientras, el mundo cambiaba. Del paradigma bipolar y de las autarquías nacionales se pasó a un entramado multipolar. La economía planetaria se hizo una y se conformaron encadenamientos productivos globales estimulados por la revolución tecnológica, la ampliación del mercado mundial al terminar la guerra fría y los techos objetivos que implicaban, por su escala reducida, los mercados nacionales cerrados, límite de los proyectos autárquicos que dominaron la primera mitad del siglo XX.

Hoy la evolución planetaria enfrenta una nueva agenda. Recursos naturales, biodiversidad, ambiente, inclusión, nuevas formas de distribución de ingreso, protagonismo ciudadano individual potenciado por las redes sociales, neutralización de la violencia, todo ello apoyado, sostenido e impulsado por una revolución científico-técnica cada vez más acelerada y avasallante.

La Argentina no es ajena a este cambio. Su vieja agenda –las secuelas de los años de plomo, la reconstrucción democrática, la crisis de la deuda externa iniciada en los 70 que se desbordó en al terminar los 80 y los 90- fue enfrentada con diferente suerte, pero descuidando el cambio que se producía en el mundo, que el relato oficial decidió imaginar congelado en la mitad del siglo XX.

No obstante, el cambio modernizador impregnó la sociedad porque su nota característica, justamente, es su gran capacidad de expansión potenciada entre nosotros por la tradicional disposición de los argentinos a incorporar las novedades. Sus “naves insignias”, los teléfonos celulares, convertidos en computadoras multifunción, llegaron a los rincones más alejados y a los sectores sociales más diversos, acompañados de los “MP3”, “MP4”, redes sociales, proliferación de señales de cable, aprovechamiento de Internet para aplicaciones exponencialmente sofisticadas, sentando las bases de la nueva economía apoyada en la información.

Esa nueva economía no sólo moderniza las viejas fuerzas productivas sino que surgen otras, con características desconocidas en el mundo que queda atrás y que crea nuevas fuentes y acumulaciones de riqueza con poca relación con las antiguas –tierra, petróleo, acero-. Hoy el avance se llama inteligencia artificial, confluencia bio-tecnológica, robotización, nanoingeniería, "Internet de las cosas" y capacidad de adquirir, procesar y utilizar las microinformaciones a través del “big-data”, los megaservidores y la economía estructurada por Internet.

En su retaguardia, la nueva agenda demanda enfrentar las secuelas no deseadas del éxito de la de la modernidad: polución ambiental, agotamiento de los combustibles fósiles, despilfarro energético, limitación de los recursos naturales, exclusión social, violencia y terrorismo, delito global, lavado, redes delictivas.

La vieja agenda y la nueva agenda. De conflictos inexorables motorizados por la lógica excluyente de “unos u otros” –al decir de Ulrich Beck- pasamos a la posibilidad de solucionar todos los problemas que deseemos, apoyados en la gigantesca acumulación de conocimiento pero con una lógica diferente. La lógica del “todos”. El "quitar para dar" es reemplazado por el " juntos, hacer".

La vieja agenda privilegia la política agonal, la de la lucha de unos contra otros. La nueva, requiere la política arquitectónica, la cooperación. En la vieja agenda, es necesario derrotar al adversario. En la nueva, es imprescindible orientar los esfuerzos conjuntos por la magnitud de los problemas a enfrentar y aún asociarse a los eventuales adversarios.

Los cambios culturales, sin embargo, no son automáticos. Requieren transiciones, porque las personas comprenden los procesos en forma gradual tanto en el plano individual como en el colectivo.

Habrá tiempos de coexistencia entre las miradas del ayer y las del hoy-mañana. Chocarán. Pero el avance será inexorable, porque responde al avance del conocimiento y del desarrollo científico-técnico, que por definición es incremental y no retrocede.

De cara a los formadores de las decisiones públicas, lo importante es la conciencia del rumbo y la importancia de la generación de consensos. Las sociedades que lo logren, avanzarán más rápido. Tal vez la mejor demostración es Alemania, que sorteando luchas históricas pudo conformar una “Gran Coalición” de gobierno entre el agua y el aceite: los “demócratas cristianos” que los halcones socialistas consideraban “herederos de los nazis”, con los socialdemócratas, que los demócratas cristianos más duros solían considerar durante años “idiotas útiles del estalinismo”. Hoy muestran que su trabajo conjunto ha convertido a su país, de hecho, en el conductor de Europa.

En el otro lugar, los ejemplos lo dan Venezuela en nuestro Continente y Siria, Irak, Afganistán y Libia en el Oriente Medio. Con sus enfrentamientos convertidos en batallas campales e intolerancias macabras, están condenando al atraso, hambre, muerte y exilio a millones de sus ciudadanos.

La nueva agenda y la vieja agenda. Los argentinos están asomando a lo que viene, con esperanza, algo de temor pero cada vez con más optimismo. Mucho de eso se juega el 22. Pero más allá de ese día, será importante lo que siga.

Quiera el destino iluminarnos para decidir con inteligencia el rumbo de nuestro país, en las elecciones pero también en los tiempos que vienen.

Seguramente habrá turbulencias, pero los desafíos que llegan serán apasionantes.

Ricardo Lafferriere

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