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La campaña del café con leche

Por Fernando Jáuregui
lunes 19 de octubre de 2015, 09:35h
El ejemplar debate moderado el domingo por la noche porJordi ÉvoleentrePablo Iglesias y Albert Riverademostró, a mi juicio, muchas cosas: la más importante, quizá, que no es precisa tanta parafernalia para que dos políticos se encuentren cara a cara, hablen de problemas y soluciones para el país durante una hora sin requerir controles de tiempo o visionados de imagen. Debatir es mucho más fácil de lo que habitualmente se ha planteado. Participé en 1992 en los preparativos del encuentro, entonces en Telecinco y moderado por el ya fallecidoLuis Mariñas, entreJosé María Aznar y Felipe González: hasta la altura de las sillas desde las que hablarían y la intensidad de los focos se pactó, en medio de duras discusiones que a punto estuvieron de dar al traste con el espectáculo televisivo, entonces casi inédito.

Ahora, debatir ante las cámaras de televisión debe ser mucho más sencillo, como demostraron Évole y sus contertulios en torno a un café con leche: se puede discrepar, se puede coincidir –y fue mucho en lo que los dos ‘emergentes’ coincidieron-, se pueden exponer ideas y evidenciar la falta de ellas sin descalificarse, sin insultos, sin el menor grito. No quiero opinar acerca de quién ganó: me parece que ganaron los tres –Evole, por el gran tanto periodístico que se apuntó, sin alharacas ni egolatrías—porque dieron un gran espectáculo político. Y ya vimos que no es preciso tanto ruido para ofrecerlo.

Ya sé que las televisiones públicas están sometidas, lógicamente, a ciertas limitaciones. Pero no pueden quedar excluidas de un servicio ciudadano tan importante como son los debates libremente planteados. Ni se puede reglamentar, tal y como está la situación española evidenciada en las encuestas, que solamente los que tienen representación parlamentaria pueden participar en los debates ‘en plan de igualdad’, porque todos saben que tanto Ciudadanos como Podemos van a obtener un buen número de escaños, y sería un fraude al electorado no admitir a Rivera e Iglesias en los debates de los otros dos ‘grandes,’ Rajoy y Pedro Sánchez.

Ignoro lo que preparan otros medios en cuanto a debates durante la campaña: he oído de todo, y mucho de ello es un dislate desenfocado en el que algunos políticos tratan de poner puertas al campo. El interés suscitado por el encuentro entre Rivera e Iglesias, la buena audiencia conseguida, indican el camino que ha de seguirse: abrir las ventanas al aire fresco de la realidad, hacer normal lo que es normal. Bienvenidos sean, pues, todos los debates televisivos posibles, uno contra uno, dos contra dos, a cuatro…Las campañas nunca más volverán a ser lo que fueron, esos monólogos de políticos en mítines en los que la multitud enfervorizada aplaude frases vacías, pero, eso sí, gritadas contundentemente. La exigencia democrática de los ciudadanos ha aumentado: ahora queremos escuchar programas frente a programas, ideas contra ideas –o, ya digo, comprobar la falta de ellas, cuando así suceda-, ver talantes contrapuestos, comprobar que hay acuerdo suficiente en las grandes cosas como para estar seguros de que algo va a moverse, al fin, en la próxima Legislatura, que será inevitablemente la de los pactos y la regeneración.

Yo diría que, tras el debate del domingo por la noche, se ha abierto una reflexión sustancial: solo hace falta un café con leche y una dosis de sensatez para llevar una campaña electoral por derroteros diferentes. Y útiles para quienes seremos electores dentro de dos meses.
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