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Rivera, a punto de cruzar el río

Por Fernando Jáuregui
martes 29 de septiembre de 2015, 18:45h

Cada una de las elecciones que se van produciendo en España provoca un alud de cambios, de aceleraciones, de sustos y de saltos. Así, hablando de saltos, en las catalanas del pasado domingo, que tantos efectos están teniendo en tantos aspectos, el salto más espectacular, quizá el más prometedor de nuevos records, fue el deAlbert Rivera. Que, por cierto, ni siquiera se presentaba a estos comicios ‘autonómicos’, aunque eclipsó por completo durante toda la campaña a su candidata,Inés Arrimadas. Rivera fue el gran triunfador de la jornada electoral y, desde la noche del domingo, ha sido el invitado principal de múltiples programas radiofónicos y televisivos, a los que concurre sin poner nunca excesivas pegas, lo cual, aunque sea el primer deber de un político, es de aplaudir. Ya se sabe que no todos se prodigan tanto.

Que el triunfo en las urnas, que convierte a Ciudadanos en el líder de la oposición en Cataluña, y la lógica de sus diagnósticos, han reverdecido los laureles de Albert Rivera es algo indudable. Que las torpezas de otros han puesto la pértiga para que el ascenso del aún muy joven líder de Ciudadanos sea aún mayor, tampoco admite discusión. La salida deMariano Rajoya mediodía del lunes desde La Moncloa, para tratar de quitar hierro a lo ocurrido en Cataluña, presentando esas elecciones como meramente autonómicas y pretendiendo que nada había cambiado, puede ser un meritorio intento de aparentar normalidad, pero fue un enorme error político. Rivera hablaba de la inminente presentación de su proyecto de reforma constitucional y Rajoy sigue negándose a los cambios en general y ‘al Cambio’ muy en particular. Rivera, ambicioso, citaba alAdolfo Suárezde los tiempos reformistas y el presidente del Gobierno central, que es quien con más títulos podría citar a Suárez como ancestro, se limitó a un discurso romo, en el que decía más de lo mismo (o sea, poco), y a encerrarse con su Ejecutiva, ocasionalmente convertida en una cámara de aplausos.

La conclusión a sacar es obvia, por peligrosa, por audaz, quién sabe si por necesaria a fuer de arriesgada. Son muchas las voces que creen que Rajoy, que ha conducido con sensatez el proceso económico y con mucha desgana el político, empieza a estar amortizado: contra lo que dijo, apenas tiene ya capacidad de diálogo ‘con el otro lado’, es decir, con el independentismo catalán. Ni con la oposición, en general. Y no será a fuerza de hablar del imperio de la ley y de tratar de quitar trascendencia a una dinámica, la de Cataluña, que ni a él ni a muchos nos gusta, como solucionará los problemas.

Pero ya es tarde para cambiar de caballo en la carrera. Rajoy será el candidato en las elecciones que él mismo convoca en el último minuto posible: podría haberlas hecho coincidir con las catalanas, ahorrándonos tres meses de vacío legislativo y de perfil bajo del Ejecutivo, pero no lo hizo. Ahora tiene que engrasar la maquinaria electoral. El Partido Popular es una gran formación política, con centenares de miles de militantes, un millar de sedes repartidas por toda España, una disciplina que ocasionales dardos a la dirección, como el lanzado este lunes por Aznar, no puede desmentir. Es un partido aún muy capaz de ganar unas elecciones generales.

Lo que ocurre es que el PP está mal dirigido. Justo lo contrario, me parece, que Ciudadanos, que carece de infraestructura, de trayectoria, de militancia, de cuadros. Ah, pero tiene a Albert Rivera. Que está en la orilla del río, a punto de cruzarlo y de convertirse en el líder, al menos moral, del centro-derecha español, aunque posiblemente el hombre que creó Ciudadanos rechazase tajantemente este título –más de un colega se queja de que el por otra parte siempre amable Rivera se enfurece con comentarios que no le gustan o no convienen a la estrategia que se ha marcado--: él quiere ser una alternativa por sí mismo, sin que le adscriban a corriente o pacto alguno. Centro puro capaz de conquistar los votos de todo el país.

Muchas cosas tienen que ocurrir para que el ‘cinturón naranja’ se extienda hasta suplantar, o incorporar, a la gaviota –perdón, albatros. ¿O era charrán?-- . Quizá eso tenga que pasar por un previo acuerdo poselectoral de C’s con el PSOE, que dé la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez. Volvería a resultar un sapo difícil de tragar, pero es posible, y hasta probable, que la formación ganadora en diciembre, que, según indican los sondeos, será probablemente el PP, se quede liderando la oposición.

Eso, ya lo sé, es hacer futurología. Pero a muy corto plazo. Todo indica que Rivera aprovechará estas escasas semanas hasta el 20 de diciembre para rodearse de gente hasta ahora independiente pero prestigiosa, que potencie esa idea de que la vieja política ha muerto, viva la nueva política. No es tarea fácil la que tiene ante sí: tiene que variar algunos rumbos, cambiar algunas conductas, potenciar a algún colaborador y prescindir quizá de algún otro. Pero se le adivina un destino: en España, antes se llegaba a presidente a los cuarenta y pocos. Tiene que prender el joven Rivera que aún tiene tiempo, y a esperar.

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