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Estampas sevillanas

Estampas sevillanas

Por Ismael Álvarez de Toledo

lunes 20 de julio de 2015, 11:41h

Tendida junto al Guadalquivir, con su cuerpo ungido en perfumes moriscos, Sevilla más que una ciudad inmóvil es una presencia humana en perpetuo movimiento, una Carmen marcada en lo más hondo del corazón con la pasión de la vida y que se nos entrega con todos sus sentimientos con un puñal en el corazón y una rosa en el pelo.

Sevilla es poesía casi todo el año. Menos en verano, que aprovecha Lucifer para darse una vuelta por esta tierra de María Santísima, dejando la puerta del horno abierta, mientras los sevillanos se marchan al cortijo o a las playas de la vecina Huelva, según convenga. Entonces uno no esta para poesías, ni siquiera está, porque la estampa de esta tierra en el estío es de un fuego impenitente que no calman ni atemperan los muros de piedra y tierra, ni una cañita de cerveza, bien tirada, en el barrio de Santa Cruz.

Un servidor viene a Sevilla de entretiempo. Cuando la vida de esta ciudad se mueve ardorosamente y florecen los naranjos, es el momento. Cuando las hermandades empiezan sus ensayos, y las gentes viven en la calle, entre el gozo y la tragedia, que arranca indolente para llegar a una exaltación que nos parte el corazón. Ese es el momento en que la vida, en Sevilla, llega a su apogeo, en que sube a la superficie de todos los sevillanos, sean del tipo que sean, un estremecimiento divino cuando empiezan a desfilar las lentas procesiones de Semana Santa.

Cuántas mañanas, al despertar en mi casa sevillana de la calle don Remondo, entre una luz llameante, alzo mis ojos al cielo y lo encuentro limpio y puro, el aire huele a pañuelo, como dice la copla, y una sensación de plácido sosiego llena el patio, donde canta una fuente de agua que salpica a los jazmines. Recuerdo, entonces, que hago mi vida en Madrid, y que me pierdo por momentos el paraíso terrenal que puso Dios en Andalucia.

Adondequiera que te vuelvas, sentirás que te conocen, y probablemente sea así, o puede que el carácter de los sevillanos, tan extrovertido y alegre, implique esa parte de compadreo que no se da en ninguna otra parte de España. Al sevillano no se le escapan los detalles, es hombre de matices. Toda representación artística, cualquier paseo que demos por la calle, por las casas, están lleno de matices. Es observador, elegante en el vestir, incluso en la forma de hablar. “La armonía, el tino, la gracia, la mesura”, que enumeraba Manuel Machado. Y los problemas, no son problemas de conciencia, son problemas existenciales.

Camino con la mirada puesta en la torre de la Giralda, la torre campanario que, más que una pura realidad es una idea sensibilizada en marfil. Paseo entre sus patios y los jardines de Murillo. Desde lo alto de la Giralda, la ciudad con sus campanarios, sus relucientes cúpulas, azules y verdosas y con sus alamedas, bajo el señorío dulcísimo, de la densa luz, no llega a poseer sino “una sombra de realidad... y parece consumirse en las llamas de un nuevo Pentecostés”, nos dice Ortega y Gasset.

Sobre todas las luces de la noche de Triana se alza refulgante el Guadalquivir... La Torre del Oro brilla entre los luceros como un cofre de hermosura. En algún jardín se oye cantar y bailar flamenco. La noche serena echa sobre la ciudad un manto de seda, bordado de estrellas. Todo llega perfumado mientras alcanzo la Maestranza, siguiendo las huellas de don Juan Tenorio, que vino a acogerse en Sevilla, desilusionado, vacío y humillado, tras sus diabólicas aventuras.

A diferencia de ciudades como Madrid, donde la polución mata todo lo bello, Sevilla te recibe con una oleada inmensa de aromas que nos embarga los sentidos: jazmines. En ningún sitio se siente uno tan seducido, tan absorbido por una ciudad, como aquí; Sevilla arroja sobre ti un velo de oro de lo sensible y si no logras remontarte de estas cosas sensibles, la abundancia y la intensidad del placer te dejarán aquí para siempre.

Ismael Álvarez de Toledo

periodista y escritor

http://www.ismaelalvarezdetoledo.com

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