Catafora

Mi amigo Pedro Lara me pidió hace unos días que comentara la pregunta que hizo la Universidad de Barcelona en la prueba de Selectividad el pasado día 9 de junio. Como Pedro es inteligente y culto, no creo que la invitación a que les hable del término CATÁFORA tuviera motivación filológica de análisis textual, sino que, supongo, me pedía una reflexión sobre lo oportuno de la cuestión en el examen y, si se me ocurría, alguna más.

Vamos a ello: la cuestión, aunque pertinente en un examen de Lengua y Literatura de selectividad es, por lo menos, sorpresiva, si tenemos en cuenta que pocos alumnos hacen en su bachillerato Análisis Textual. La mayoría no está familiarizada con términos como Deixis, Coherencia, Cohesión, a alguno le es familiar Anáfora y a casi ninguno CATÁFORA. Este párrafo es un ejemplo de este recurso: un elemento textual ANTICIPA LO QUE SE DIRÁ DESPUES; así, tras el “Vamos a ello” con el que se abre este párrafo, viene la explicación catafórica: “la cuestión…” etc

La anáfora y la CATÁFORA son, como decía antes, elementos que dan a los textos COHERENCIA TEXTUAL. La coherencia se define, en el Análisis Textual como en la vida cotidiana: LA RELACIÓN DE CONSECUENCIA LÓGICA DE UNAS COSAS CON OTRAS de manera que guarden homogeneidad las ideas de un texto. Mi amigo Pedro y ustedes, seguro que me perdonan que les haga gracia de una explicación más profunda, y que no me refiera a los medios gramaticales que se usan para conseguir la COHERENCIA.

Pero creo que lo que Pedro me pedía era una reflexión sociopolítica sobre la CATÁFORA, como medio de analizar la COHERENCIA… de nuestros políticos. La definición del término podemos hacerla referida a la COHERENCIA entre las IDEAS, que se formulan en campaña electoral, y las ACTUACIONES que se hacen, una vez ganadas las elecciones, o sea, actuaciones CATAFÓRICAS tras las campañas electorales.

Y ahí es donde les duele a nuestros políticos, yanto los consagrados como los noveles. Ya no es dar trigo, tras predicar mucho, sino aplicar la CATAFORA a sus ideas para lograr la coherencia entre lo que se anticipa, y lo que se hace: mientras se está intentando convencer al elector, las ideas son todas aventuradas, pero elector espera su cumplimiento. No hay CATÁFONA en la paralización de las expropiaciones que pretenden algunos gobernantes municipales, a sabiendas de que carecen de legitimación para ello, aunque catafóricamente realicen algún paripé. O en la creación de un banco público, o en la renta básica, o en tantas medidas prometidas que se quedarán en nada, salvo que se realice una revolución profunda que cambie el sistema, como sucedió en el 31 del siglo pasado.

La filología tiene términos para casi todo. Así, a la figura que consiste en el rompimiento del orden lógico en un mensaje, entre lo enunciado y lo desarrollado, en un texto, lo denominados ANACOLUTO. Es, en pocas palabras, la falta de coherencia entre los elementos de un texto, o sea, entre las ideas formuladas y las actuaciones realizadas por los políticos.

Así, cuando Rajoy en su campaña del 2011 anunció medidas fiscales de defensa de los más desfavorecidos y de mejorar la situación de las clases media, cometió un ANACOLUTO. Den las razones que se quiera para justificarlo, pero no hubo CATÁFORA entre lo prometido y lo hecho.

¿Y los noveles consistorios, los Podemos y sus marcas blancas? ¿Podemos esperar de ellos que su comportamiento, CATAFÓRICAMENTE, se ajuste a lo predicado? ¿O serán gobiernos ANACOLUTOS?. No es nada nuevo: acuérdense de lo que decía Tierno, el “viejo profesor”: LOS PROGRAMAS ELECTORALES ESTÁN PARA NO CUMPLIRLOS.

A lo mejor, la Universidad de Barcelona pretendía provocar unas reflexiones sobre los políticos actuales, a cuento del término, aunque conociendo la UB, donde estudié y profesé, me costaría trabajo creerlo.

¡Señores políticos, CATÁFORAS y no ANACOLUTOS!

¿Satisfecho, amigo Pedro?