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Déjà vu

Déjà vu

Por José Luis Alonso
martes 03 de junio de 2014, 14:53h
El pasado día dos viví uno de los hechos históricos que marcará mi generación, uno de esos raros momentos en la vida de una persona en que la historia adquiere presencia y se siente como algo casi tangible a tu alrededor, deteniendo prácticamente el tiempo y dotándolo de transcendencia.
 
Me refiero por supuesto a la abdicación de Don Juan Carlos que ha sido, es y será una referencia de primera magnitud en esta España algo convulsa pero sin duda desacomplejada que hemos vivido entre siglos los pasados cincuenta años.
 
Creo que solo he presenciado tres momentos en que esa sensación de trascendencia histórica haya sido tan clara y rotunda, la caída del Muro de Berlín, el atentado de las Torres Gemelas y la ya mencionada abdicación del Rey de España, el hombre que europeizó nuestro país, pilotó el cambio y fue pilar fundamental para el mayor desarrollo económico y social que este país nunca había vivido.
 
Por razones laborales, me encontraba en un local público, una cafetería, cuando en la pantalla del televisor se anunció el comienzo del discurso de despedida del Rey. De inmediato pedí que subieran el volumen para poder escucharlo y me acerqué a la pantalla. Escuchando al monarca saliente sentí esa sensación de estar presenciando el fin y el comienzo de algo que nos llevará sin duda más allá de las personas individuales que lo protagonizan, aquello que el maestro Ortega llamaba "la historia viva".
 
Sentí también curiosidad por ver la reacción de los otros clientes de la cafetería ante un hecho de esa importancia. Mire a mi derecha y no vi a nadie. Luego miré a mi izquierda y tampoco había nadie. Dándome la vuelta me di cuenta de que era la única persona que se había acercado al televisor y el único que estaba escuchando el discurso, mientras todos los demás parroquianos hablaban de sus cosas con un café o un vino en la mano.
 
De inmediato tuve una sensación de 'Déjà vu', esa inquietante sensación de haber presenciado ya una situación nueva. 
 
Me acordé de como más de una década atrás había vivido una situación idéntica, pegado a un televisor en un local viendo sobrecogido como el mundo que conocíamos se derrumbaba con estrépito junto con las Torres Gemelas. También aquel día me sorprendió que nadie más parecía interesado en lo que estaba pasando, la gente a mi alrededor hablaba de lo que de verdad importa, de sus propias vidas, de sus problemas, sin apenas mirar de reojo el thriller en directo que fue el 11 de Septiembre.
 
Comprendí de nuevo que los españoles no somos egoístas o distantes, no es que no nos importe lo que ocurre a nuestro alrededor. Sucede simplemente que el espíritu placido y sobre todo práctico de Sancho ha terminado por imponerse y que se busca con afán arreglar la propia vida, solucionar los problemas personales y preocuparse de lo menos posible.
 
No es mala filosofía. El problema es que esa placidez es terreno abonado para agitadores profesionales, para que la mecha del descontento prenda en esta multitud despreocupada del escenario y algo hedonista.
 
Este es el problema prioritario que tendrá el nuevo Rey y su tiempo, despertar a los españoles, involucrarlos de nuevo en el proyecto común y hacerles ver que los problemas y proyectos de conjunto son tan importantes para ellos como los individuales. Difícil e ilusionante trabajo le espera.

José Luis Alonso
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