Una absurda serenidad

Iba a ponerme a escribir sobre el bipartidismo en España, sobre el final necesario de esta partidocracia que nos está llevando a la ruina, y de pronto me ha entrado una pereza terrible. Un aburrimiento solemne me impide repetir de nuevo los mismos argumentos que una y otra vez planteo en mis comentarios. No me apetece nada seguir escribiendo sobre algo que no tiene solución. Lo peor de todo es que ya he llegado a la conclusión personal, eso sí, de que no merece la pena argumentar con serenidad. La serenidad pasmosa de los españoles nos ha llevado hasta el lugar sin retorno en el que nos encontramos.

Con esa serenidad de la que hablo, compruebo que la estafa de las preferentes sigue su curso; que los políticos siguen tomándonos el pelo cada día más; que los españoles seguimos pagando calladamente los impuestos, y que aceptamos sin más, y serenamente eso sí, el final del actual sistema de pensiones, mientras ellos, la aristocracia política viaja gratis, aparca gratis y bebe gratis.
 
Entonces, aunque ustedes puedan tacharme de estúpido o ingenuo, al constatar estas realidades, me di cuenta que yo no pinto nada en este mundo de serenidad. Que no me gusta, que no disfruto absolutamente nada interesándome por algo o por alguien que no piensa en absoluto en mí y en mis problemas o preocupaciones. Que no merece la pena ni un solo esfuerzo intelectual más para luchar contra esta pantomima democrática que no hemos tragado impunemente. No quiero más serenidad, ni quiero engañarme a mí mismo un solo día mas.

Así que ya lo saben ustedes, no me busquen más entre teorías políticas y actualidades económicas. Si quieren saber de mí, búsquenme en las distancias cortas, en las conversaciones claras y en la acción. Lo demás ya me aburre.