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Lo político y lo auténtico

Lo político y lo auténtico

Por Fernando Franco Jubete
lunes 08 de abril de 2013, 13:43h
La elección de un Papa, del Soberano Pontífice de la Iglesia Católica, provoca siempre una revolución mundial durante unos días, ocupando las cabeceras de todos los medios de comunicación y los comentarios de la calle. De todas las calles y todas las gentes del mundo informado, católico o no. Al fin y al cabo, la influencia mundial de mil doscientos millones de personas, oficialmente católicas, y de la Iglesia católica como institución, no deja indiferente a nadie. Pero, por primera vez en la historia de la Iglesia Católica, el Papa elegido no quiere ser Soberano Pontífice y no quiere que le llamen "santidad". Quiere ser sólo Francisco. Y, como comenta su hermana  Elena Bergoglio, "gracias a Dios, Francisco sigue siendo Jorge". Es decir que, en sus primeros pasos como Papa, Francisco está demostrando que va a seguir siendo el mismo hombre que su hermana ha conocido y vivido desde siempre, que no va a perder su autenticidad. Que va a seguir siendo un cura de barrio vestido de blanco y con zapatos negros usados de cordones de andar por la calle y viajar en metro y autobús.

No estamos acostumbrados a encontrarnos personas auténticas en el mundo de la política, ni entre los mandatarios, dirigentes o ejecutivos de cualquier institución o empresa. No existe un solo político que no anteponga su beneficio personal, el de su partido, el de sus correligionarios, amigos o/y familiares al de la sociedad, al del auténtico bien común. Mucho menos en el mundo actual en el que las comunicaciones y la divulgación inmediatas permiten a la sociedad descubrir dichos comportamientos corruptos de los políticos y las instituciones que gestionan.

Basta recurrir al diccionario para comprobar que las personas auténticas son honradas, verdaderas, íntegras, fieles a sus orígenes y convicciones, rectos en sus actuaciones, constantes en sus afectos y en el cumplimiento de sus deberes y obligaciones respecto al prójimo. Unos valores poco frecuentes que el Papa Francisco ha revalorizado con su comportamiento, con sus gestos y sus palabras en los que la misericordia, la proximidad, el respeto e incluso la ternura hacia la sociedad y prioritariamente hacia las personas más necesitadas y desasistidas están suponiendo una recuperación del cristianismo más puro en la cumbre del catolicismo vaticano.

No es probable que la política vaticana más rancia, con todos los excesos característicos de la política laica más alejada del servicio social y más comprometida con el oropel, los majestuosos estrados, los papamóviles cerrados y blindados que impiden el contacto con la humanidad, las casullas deslumbrantes de seda bordadas en oro, las mitras suntuarias recamadas en pedrería, los ritos ampulosos interpretados por decenas de acólitos y adornados por la polifonía de fondo de la Cappela Sistina y el tufo de los incensarios, acepte sin rebelarse los gestos y métodos sencillos y humildes y el viento puro y auténtico del Papa Francisco. Gestos revolucionarios en su nuevo medio vaticano, que han conseguido irritar a los prelados y feligreses conservadores, pero que han cautivado a buena parte del mundo. Por ejemplo a un 95% de los católicos, un 83% de los italianos y un 72% de los españoles.

Al Papa Francisco, desde muy joven la vida religiosa le puso en cargos de gobierno. Recién ordenado sacerdote le nombraron maestro de novicios, dos años después provincial de los jesuitas y su progresión constante, con cargos de responsabilidad en la iglesia católica argentina hasta obispo y cardenal, no impidieron que haya sido siempre un hombre auténtico que ha sabido alcanzar la verdad sobre sí mismo y el arte de reducir lo complejo a sencillo.

Pero lo político y lo auténtico están tan alejados, son tan opuestos, que nadie comprende en el mundo que el Papa Francisco, el primer jesuita que dirige la Iglesia católica, sea capaz de convivir en el Vaticano con la podredumbre y la miseria moral que ahogan a su Iglesia y que el aparato vaticanista, la política vaticana, vaya a permitirle reformar hasta la regeneración sus costumbres, procedimientos y privilegios. Por ello, una gran mayoría de personas piensan que la vida del Papa Francisco está en peligro, porque están convencidas de que los políticos del Vaticano, antes de renunciar a su vida holgada de relumbrón son capaces de llegar a la máxima infamia aunque sean católicos y pertenezcan a la curia pontificia. Hasta esos extremos llega la incompatibilidad entre lo político y lo auténtico.
           
Fernando Franco Jubete. Ingeniero Agrónomo, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de Palencia.
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