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Ruidos en el alma

Ruidos en el alma

miércoles 31 de octubre de 2012, 00:01h
Sé que hoy no debería escribir, porque no tengo el alma para ruidos, pero también sé que si no escribo, algo revienta dentro de mí y será peor el remedio que la enfermedad. Me he dado cuenta que llevo una semana tratando de recobrar mi vida habitual y no lo consigo. Acabadas las elecciones gallegas y finalizado también el caos existencial que a mis años origina el pasar más de 15 días fuera de tu casa, trato infructuosamente de conseguir esa paz que da tu cama, tu barrio y tus rutinas. Nada. Imposible. Tengo un runrún dentro que acabo de localizar y que me tenía permanentemente preocupado.

Siempre dicen que las mujeres tienen un sexto sentido para ver venir las cosas y yo,  que me crié entre seis hermanas, he debido heredar algo de esa intuición femenina para barruntar que algo estaba pasando en mi interior, que no me dejaba en paz, ni durante el tiempo de luz, ni por la noche. Y acabo de descubrirlo a tiempo.

Bueno tampoco es para exagerar y asustar a la gente de bien que me lee y algunos que quizá, no solo me lee, sino que me quiere. Voy a tratar de explicarme para que si a alguno de ustedes le está pasando algo parecido, lo diagnostiquemos  juntos  y le pongamos remedio.

Yo me acuesto normalmente, antes que las gallinas, pero desde hace unos días, me acostaba incluso antes de que las gallinas acabasen de cenar. Tenía prisa, quería que se acabase el día y buscar la oscuridad y la cama, para que llegase cuanto antes otro día. Era una extraña sensación de esperanza. Como si creyese que al día siguiente, sucedería algo extraordinario. Ya les digo que no estoy deprimido, que no busquen por ahí.

Cuando amanecía, antes de las siete de la mañana, ya estaba en pie y dispuesto a comerme el día, buscando tareas, resolviendo cosas pendientes en el ordenador e intentando llenar el corazón de energía positiva. Pero a las dos horas, después de leer los periódicos y escuchar un poco la radio, salía a la calle, y se me caía el mundo. 

Perdía las ganas, porque veía que ahí fuera la gente está permanentemente triste, cuando no irritada, o al menos yo así lo percibía. 

No quiero exagerar, pero ¿cuánto tiempo hace que no ven una mirada luminosa o un rostro alegre de verdad?

Me volvía a casa, a mi ordenador, a mis rincones, y a  mis cosas. No veía nada bueno ahí fuera. Esa esperanza del día anterior, se me caía cada día de forma repentina. 

Al mediodía, ese derrumbe que había visto en la calle se hacía familiar y me rodeaba, se hacía mío al escuchar las noticias del día o ver el telediario. Incluso me daba cuenta de que le cogía manía a gente que antes veía con buena cara.

Y ayer, al analizar las sensaciones con tanta nitidez, me entró el vértigo, tenía la certeza de que me había entregado a la desesperanza, de que había perdido mi ímpetu de combate, que no encontraba los porqués para seguir luchando. 

Y me dio miedo pensar que podía haber muchas personas en este país, que tuviesen las mismas sensaciones que yo, que sintiesen lo que yo sentía. Porque eso sería muy peligroso. Y además, injusto. 

Por eso, después de analizar las sensaciones, llegué a la conclusión de que esto es una enfermedad que está atacando nuestro espíritu, virulenta, traidora, pero temporal, y que solo será un nublado previo a la calma, porque los españoles no podemos seguir viviendo así, no nos merecemos estar arrodillados, temerosos, desilusionados y vencidos.

Así que sensaciones ciertas, diagnóstico acertado y decisión tomada. Yo voy a formar parte de esa generación que puso este país de nuevo en marcha con su esfuerzo.

Daniel Movilla. Secretario General SCD.
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