¡Ay!, si el lector se armara de paciencia

Trabaja aún en estos días la consejera Pilar del Olmo con ritmo de opositora en la antesala del examen final. Como en los viejos tiempos. Tijera por aquí, tijera por allá, a la espera de recibir el visto bueno del maestro Montoro. Y al final, para mantener abierta la Administración autonómica hasta el 31 de diciembre y... ¡poco más! Cuando no hay dinero y se limita -por fin- el endeudamiento, poco más va a poder hacer este año la experimentada consejera.

Se entiende, por lo tanto, la tranquilidad que transmite José Antonio de Santiago, el consejero Portavoz. A estas alturas del ejercicio, dijo el viernes pasado, qué más da que la Junta presente el Presupuesto siete días antes o siete días después.

A efectos internos, casi tiene razón el portavoz. Aunque, es probable que el ministro Montoro no opine lo mismo. Mientras el Gobierno de España trata de convencer a unos mercados sin alma, que se atreven a examinar las garantías de devolución de sus inversiones (más intereses); mientras busca fórmulas para que el conjunto de las administraciones se endeuden este año en la friolera de 114.200 millones de euros, jo... Mientras, sí, algún gobierno autonómico parece seguir la inercia festiva.

No es el caso del Gobierno de Juan Vicente Herrera, claro. Con cuatro impuestos nuevos y el progresivo descalabro de los ingresos tributarios, en el Colegio de la Asunción ya se sabe qué es eso de la corresponsabilidad fiscal. Y alguna cosa más. De la adolescencia de estos 30 años, a la madurez en tan sólo unos días, como diría Victoria Prego.

En todo caso, lo importante es que finalmente cuadren las cuentas. Y que la Junta gaste lo previsto, o menos. Pero no más... Ya, en efecto, parece una nueva excursión literaria hacia los límites de la paremiología que encumbró Perogrullo. Sin embargo, a tenor de los datos, quizá sea más bien una aproximación a la tozuda realidad.

Si el lector tuviese la paciencia y el ánimo suficiente para examinar las cuentas de 2010 (año en el que se congeló el presupuesto regional en los 10.500 millones), observaría que los gastos de personal se elevaron un 1,5% sobre la cifra presupuestada y sólo se redujeron en un 1% con respecto a los del año anterior. Comprobaría que el gasto en bienes y servicios fue casi un 13% mayor de lo presupuestado y un 18% más que el del año anterior. Y que la cifra de las transferencias corrientes se elevó en un 5% sobre la cantidad presupuestada y un 3,3% sobre la del año anterior. Pero, claro, los recursos destinados a la inversión no se congelaron: ¡se redujeron en un 23%!

Y si el lector se armara de paciencia, con una inyección de moralina, quizás, y se asomase también a las cuentas de 2011 (año en el que el presupuesto regional se redujo en un 5%), observaría que el gasto de personal no descendió, no. Aumentó en casi un 5% sobre la cifra presupuestada, aunque sí representó un 1,1% menos con respecto al gasto de 2010. Y también descendieron los gastos en bienes y servicios (-21%) y en transferencias corrientes (-5%), en relación con los de 2010. Pero la inversión... ¡se desplomó en casi un 48%!

Y así, después de este paciente, aunque fugaz, repaso a las cifras de la ejecución presupuestaria de los dos últimos ejercicios, el lector habrá llegado -al menos- a cuatro conclusiones: 1) La tremenda rigidez del gasto estructural convierte en inviable cualquier presupuesto público. 2) El Gobierno regional, como el del Estado y los del resto de las comunidades, cuadran sus respectivos presupuestos en estos años de crisis a martillazos: con cargo a la inversión. 3) La Junta ha renunciado, al menos temporalmente, a sus competencias como instrumento dinamizador de la economía regional. Y 4) Mientras se desmorona el Estado del bienestar como consecuencia del empobrecimiento general del país, el discurso político se adorna con negativas al copago o alarmas en torno a líneas rojas, que sitúan al ciudadano ante una realidad que no pudo ser. Que no regresará en muchos años.

Manuel Trapote. Periodista.