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El cansancio (de usted y mío) tras el combate

Por Fernando Jáuregui
miércoles 09 de noviembre de 2011, 00:34h
El paisaje después de la batalla televisiva era, al menos en lo que yo lo pulsé, como de cansancio. El 'día después' del debate marcó el fin prematuro de la campaña electoral, que me parece que ya no interesa a casi nadie, porque, salvo sorpresas mayúsculas -a quién no le gusta una sorpresa mayúscula, si es para bien-, el veredicto de las urnas se puede anticipar sin demasiado riesgo de equivocarse. Bien, quedan algunos mítines, alguna encuesta, algún rifirrafe y me temo que ya pocas ideas nuevas. Como quedó patente en el espectáculo que este lunes por la noche contemplaron doce millones de españoles.
 
El avezado político de 'aparato' Alfredo Pérez Rubalcaba debe pensar que un debate electoral ante la televisión es como una tertulia de La Noria: agresivo, fugaz, un pelín faltón, pero atractivo, que no aburre. En fin, ya saben ustedes. El bregado muchas veces ex ministro pero, sobre todo, triunfador en oposiciones de élite Mariano Rajoy debe creer que un debate es como cantar el temario ante el tribunal: mucho dato, si se puede, leyendo. Y así salió el encontronazo entre dos personalidades que son como el agua y el aceite: Rajoy iba a dar lecciones en su diagnóstico al desastre del Gobierno socialista y Rubalcaba le desconcertó inicialmente haciéndole preguntas que no estaban en las fichas que sus colaboradores habían entregado al presidente del PP y muy probable próximo presidente del Gobierno -porque este debate, sin duda, no servirá para dar un vuelco a las encuestas--.
 
Personalmente, debo decir que me aburrí algo, pese a la indudable 'marcha' dialéctica que, en ocasiones, un Rubalcaba fugazmente insidioso, pero eficaz, imprimió al combate, que no lo fue tanto: Rajoy estuvo más elegante, y ni sacó a relucir ese 'caso Blanco' que hace los titulares de algún periódico desde días atrás, ni habló de 'caso Faisán' alguno, ni quiso mostrarse desdeñoso cuando su oponente le hostigaba a preguntas, como si aquello fuese una entrevista periodística. Ocurría que Rubalcaba se empeñó en atacar el programa del PP, mientras que Rajoy se empecinaba en atacar la trayectoria del Gobierno socialista, quizá porque ni ha leído el programa electoral del PSOE. Tan elegante fue el aspirante conservador que ni se fajó preguntando a Rubalcaba por qué no se implementaron las medidas que el socialista propone ahora cuando él era vicepresidente del Gobierno de Rodríguez Zapatero.
 
Siento parecer banal, pero es que banal fue el debate. Ni una sorpresa, ni un atisbo de vuelo de altura; cuando Europa tiembla, cuando el mundo entero se interroga sobre su futuro, cuando los españoles se asoman a una segunda transición, a la nueva era, cuando dos primeros ministros europeos se tambalean, R y R dedicaron minutos y minutos a hablar de las diputaciones provinciales y a no sé qué recurso sobre la ley de matrimonios homosexuales. El mundo mundial, como diría Felipe González, que está tan de moda, simplemente no parecía existir para los candidatos. Y menos mal que Rajoy dedicó cuarenta segundos a referirse a la importancia de la política exterior. Ninguna aportación nueva, ninguna consideración original que no fuese exigir una moratoria a Europa, una bajada de los tipos de interés al Banco Central Europeo y un 'plan Marshall' al Banco Europeo de Inversiones para el Viejo Continente, exigencias planteadas por Rubalcaba y que, obviamente, en ningún caso dependen de la acción del próximo jefe del Ejecutivo español.
 
El candidato socialista a La Moncloa y el candidato del PP a lo mismo son personas honorables, honradas, políticos experimentados y que no me cabe la menor duda de que quieren lo mejor para su país. Lo que demostraron es que no son estadistas. Si me preguntan quién ganó, yo, aspirante a maestro benévolo, aun inclinándome más por la seriedad y la contención de formas de Rajoy, no podría dejar de apreciar el esfuerzo de Rubalcaba por hacer espectáculo vivaz de la política, que es algo que esta necesita también. Me gustaría una combinación de las características de ambos en un Gobierno presidido por Rajoy -le toca- y con Rubalcaba en la sala de máquinas. Utopía, ya lo sé, imposible. Les pondría un cinco a ambos, para que vayan contentándose 'ma non troppo'. Pero, tras el 20-n, no les va a bastar, al menos a uno de ellos, con un aprobado raspado para contentar a lo que se ha dado en llamar 'los mercados', ni a Angela Merkel ni, ya que estamos, a usted o a mí.
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