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A contrapié

A contrapié

No puedo evitarlo cada vez que paso por ese rincón de la Tierra de Campos, a la salida de uno de esos pequeños pueblos de tapiales y adobes, por donde me conduce una carretera que se ha hecho familiar en mi vida, giro la cabeza y vuelvo a ver unos indicadores informativos casi al pie de la carretera. En ellos se me informa, si fuera capaz de parar, de abrirme paso, según las estaciones, entre la nieve, el barro, la maleza, la solanera, e incluso el desconcierto de algún vecino extrañado de que alguien se aventure hasta ellos, de que estoy ante lo que se anuncia como algo así como “parque de interpretación de la estepa cerealista”.

Lo juro, cuando llevas recorridos kilómetros de paisaje, con inmensas tierras de trigos, cebadas, avenas,  a ambos lados de la mirada que te va abriendo el viaje en coche por esas tierras cosidas por una autovía, entre Valladolid y Zamora, no puedo evitar preguntarme quién habrá pensado que unas líneas en un panel, acompañadas de imágenes del mismo panorama que te rodea, serán capaces de explicarme mejor lo que veo que sencillamente hacerlo.  

Sé que es ir en contra de los tiempos no entender el sentido de muchos de estos lugares de interpretación del agua o de la sequía, del patrimonio o de su expolio, de la flauta o del tamboril, con los que te encuentras que quieras que no en el camino. Seguramente formo parte de ese pelotón de torpes que casi siempre tiene la sensación de que la mejor información la he encontrado siempre fuera.

Puedo estar equivocada, pero este fin de semana he vuelto a sentir esa sensación al cruzarme en mi camino con  los entusiastas visitantes que se han acercado al Parque Ambiental, recientemente inaugurado en Valladolid. Caso cinco millones y medio de euros de inversión  para “el disfrute, la experimentación y la sensibilización en materia de medio ambiente”. 

Bordea el nuevo parque, por unos de sus flancos, un viejo canal de riego, ceñido de árboles que te conducen a unos veteranos pinares. Una niña estaba a orillas del canal con su padre, seguramente jugando a pescar unos cangrejos que hace unos años hicieron la maleta y se fueron de aquí, sus bicis dormían en la yerba y hablaban de un pájaro de cola azul que atravesaba el aire. Al lado, detrás de la verja que rodea el parque, otros niños jugaban a jugar con la naturaleza mientras sus padres, que competían por las sombras de los jóvenes árboles recién plantados en el lugar, jugaban a explicarles lo que veían, mientras un nutrido grupo de jóvenes monitores vigilaban sus pasos y sus ocasionales dudas.

Lo dicho, no tengo remedio, no logro encontrar el sentido que tiene que alguien me interprete lo que puedo ver con sólo mirar y no es por ir a contracorriente porque ya he dicho que soy del pelotón de los que necesitan aprender y estoy dispuesta a ello. ¿Por qué no puedo toparme algún día con un centro de Interpretación de las fusiones frías de las cajas ardiendo o el de las agendas calientes contra la fría despoblación?

¡Hay tantas interpretaciones que se me escapan!

 

Carmen Domínguez. Periodista.

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