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Mulie Jarju, actor y educador en el centro de menores 'Los Almendros'

"Un menor 'sin papeles' está perdido"

 Vino a España hace un cuarto de siglo, con una mano delante y otra detrás. Mulie Jarju (Gambia, 1957) pasó de ser un 'sin papeles' más a ganar la Concha de Plata como mejor actor en el Festival de San Sebastián, gracias a una película casi autobiográfica, 'Las cartas de Alou', dirigida por Montxo Armendáriz. Ahora, entre uno y otro 'trabajillo' de interpretación, desempeña su labor como educador en el centro de menores infractores 'Los Almendros', dependiente de la Agencia para la Reeducación y Reinserción de Menor Infractor (ARRMI) de la Consejería de Presidencia, Justicia e Interior y gestionado por la Asociación Respuesta Social Siglo XXI.
¿Por qué decidió venir a España?
Dejé Gambia, mi país natal, junto a un amigo, con la intención de viajar a Oceanía. Pero en Mauritania caí enfermo y le dije que no me esperara. Allí estuve trabajando en un cine durante tres años, hasta que por medio de un amigo obtuve el visado que me permitió viajar a España. Corría el año 1984.

¿Cuáles fueron sus primeras experiencias como 'sin papeles' en nuestro país?
Cuando llegué a Figueres, la situación era muy difícil para los 'sin papeles': no  nos dejaban trabajar. Muchos trabajábamos en los campos, pero si nos detenían sin documentación nos devolvían a nuestro país, y al agricultor que nos contratado le imponían una multa de medio millón de pesetas. Empecé a trabajar en un vertedero recogiendo botellas de plástico, cartones, etcétera, para sobrevivir, hasta que lo cerraron. Después aprendí a coser a máquina y luego trabajé en una fábrica de escayola. Entonces fue cuando Montxo Armendáriz empezó a visitar los lugares donde vivían los inmigrantes africanos para entrevistarlos de cara a un documental. Me entrevistó, ya que fui el único de mi casa que no le pidió dinero, y se marchó. Volvió algunas veces y en 1989 me anunció que el productor prefería hacer una película y que quería hacernos pruebas. Días después de hacer el 'casting' en Madrid, supe que me habían dado el papel de protagonista. No podía creerlo.

Y así fue como se convirtió en actor...
Sí, aunque yo hablé con mi jefe para reincorporarme a mi puesto después del rodaje, ya que era una cosa coyuntural y tenía que asegurarme un sueldo. Mi gran sorpresa fue que en el Festival de San Sebastián premiaron 'las cartas de Alou' como mejor película y a mí como mejor actor. Regresé a Barcelona, y en 1991 me llamaron para mi segunda película. Luego vino una obra de teatro en el Olimpia, 'La mirada del hombre oscuro', y apariciones en series de televisión, como 'Farmacia de guardia' o 'Los ladrones van a la oficina'. Así seguí hasta 2003.

¿Qué ocurrió entonces?
Una amiga que trabajaba en centros de reeducación de menores me preguntó si me gustaría tener un empleo allí. "Creo que con tu experiencia tienes mucho que aportar a los chicos", me dijo. Y así llegué a Los Almendros, que entonces se llamaba El Paular.

Un cambio muy radical.
Sí, fue un cambio brusco. La vida de una persona se constituye de etapas y todo lo que hayamos hecho en ella forma parte de nosotros. La propuesta me pareció fabulosa y, además, cuando me sale una obra, una serie o una película, me dan todas las facilidades del mundo para ir a rodar o actuar. Creo que aquí doy todo de mí y por eso ellos también son sensibles cuando me surge algo. Incluso algunos compañeros han viajado para conocer mi país, mi casa y mi familia, y eso me llena de orgullo.

¿Le resultó difícil acostumbrarse a trabajar con los chicos?
Al principio no conocía bien este mundo, pero cuando asistí al curso previo me explicaron cómo actuar. Hay que hacerles ver que no tienen nada escrito en la frente: han cometido un delito, lo están pagando y cuando salgan de aquí nadie va a saber que han estado en el centro, excepto sus familias.

¿Qué hace para ayudarlos?
Cuando un menor ingresa por primera vez en un centro está a la defensiva y piensa que cualquier persona con la que se cruza le está tachando de delincuente. Hasta que empiezan a ver que nosotros no estamos aquí para hacerles la vida imposible, sinpara enseñarles que hay un montón de caminos que pueden elegir para labrarse una vida mejor. A ellos les choca mucho que les explique que soy actor, y lo seré hasta que muera. Cuando les pongo la película me preguntan, asombrados: "¿Qué haces aquí?" Y yo les contesto: "Ayudaros. Haceros ver que uno puede cambiar su vida si quiere, pero el que no quiere no la puede cambiar". Así que les cuento todos los sitios donde he trabajado y cómo he aprovechado las oportunidades mostrando siempre mi cara alegre, no la otra, que todos la tenemos y que hay que saber lavar en cada circunstancia.

El director del centro, Juan Nebreda, cuenta que usted mantiene relaciones excelentes con los chicos…
Yo he visto lo que es sufrir. Cuando se lo explico se quedan 'cortados', pero después me usan como saco de boxeo, me dan puñetazos cariñosos... Yo quiero que se sientan mejor, que no piensen que todos estamos aquí para machacarles. Ellos son libres: se les impone la sanción correspondiente cuando cometen una falta grave, pero no se les machaca. Yo nunca me sentiría orgulloso de estar trabajando en un centro donde se maltrate a los menores, y desde que estoy aquí, cuando era el Paular, después en mi paso por Los Rosales y ahora a mi vuelta a Los Almendros, nunca he visto que un compañero haya castigado a un menor o haya sobrepasado su labor educativa.

¿Trabaja a menudo con menores 'sin papeles'?
Yo estuve nueve años en esa situación y aquí hay algunos que también lo están.La dirección y el equipo técnico se desviven para conseguírselos. Buscan todos los resquicios para poder legalizarlos antes de que salgan a la calle, porque si salen sin ellos, acabarán recurriendo a lo único que han conocido, pero si salen en situación legal tendrán un recurso para evitarlo.

Casi veinte años después de ‘Las cartas de Alou’, donde se denunció la situación de los inmigrantes irregulares, y veinticinco años después de haber  llegado a España, ¿cómo ve la situación actual de los 'sin papeles'? ¿Han cambiado mucho las cosas?
En los nueve años que estuve en situación irregular solo me pidieron una vez la documentación, y fue mientras estaba rodando la película en Barcelona. Me paró la policía y les dije que estábamos en mitad del rodaje, y me contestaron: “Sí, claro, y yo soy Steven Spielberg”. Hasta que vino corriendo el ayudante de producción y les enseñó las cámaras. En cuanto a la situación actual, es brutal. Estamos en la nueva era del tráfico de personas, que vienen aquí engañadas por los traficantes pensando que van a encontrar el paraíso. La Administración está empezando a luchar contra las mafias, pero como no las ve, ataca a los propios inmigrantes, los ilegales. Estoy seguro de que si vieran las redes mafiosas que están haciendo posible ese tráfico, no tocarían a ningún inmigrante. A veces no puedo dormir pensando en los que mueren en el mar. Y si llegan, se quedan unos días en un centro y luego los abandonan a su suerte, y acaban durmiendo debajo de un puente. Si yo pudiera hablarles, les diría que fueran a la Administración, que les pagase el billete y que cada uno regresara a su país. Eso no es un fracaso: si no han tenido suerte, vuelven y en paz. Eso es mejor que dormir bajo un puente y tener a la familia esperando el dinero que no llega.

¿Qué opina de los actuales procesos de regularización?
Durante la regularización de 1985, deposité todos los papeles que me habían pedido y seis meses después me pidieron un contrato de trabajo. Llegó un momento en que si pedías un contrato a un empresario para sacar la tarjeta de residencia, este te pedía la tarjeta de residencia para hacértelo. Un niño que nace necesitará primero el certificado de nacimiento y luego el DNI, y el certificado de nacimiento de los ilegales es el contrato. Así que los inmigrantes están entre la espada y la pared. A mí me gustaría que se legalizara la situación para todos, pero lo veo difícil.

¿Y los menores no acompañados?

Para ellos es peor. La mayoría de ellos suelen estar en centros para menores tutelados por la Administración. En ese caso, tienen menos peligro de delinquir, al menos mientras no cumplan la mayoría de edad y sean abandonados a su suerte. Un menor está totalmente perdido sin los papeles. Es como si un chaval mayor de edad sale de aquí sin un trabajo: seguro que termina en la cárcel. Una persona que no ha pasado hambre no sabe de lo que es capaz un ser humano cuando la tiene. Y no desearía la situación de ilegalidad ni a mi peor enemigo: lo he vivido y sé lo que es.
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