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Nosotros, los desinformados niños del franquismo

A Baltasar Garzón hay que reconocerle muchas cosas, buenas muchas, no tan buenas otras. Nadie puede negarle, empero, su habilidad para colar sus mensajes entre los titulares de la actualidad, copados por la crisis económica en esta coyuntura. Su voluntad de abrir, como sea, una especie de causa general contra ‘los crímenes del franquismo’  --digámoslo así para simplificar-- ha sacudido a la sociedad española, haciendo añicos el pacto tácito de olvidar lo sucedido en aquella terrible guerra de españoles contra españoles, que comenzó hace setenta y dos años, y la no menos terrible represión que sucedió a la contienda, una represión que se iba a prolongar hasta ya entrados los años cincuenta, cuando a mí me tocó nacer.

Los niños que estudiamos bajo el franquismo –yo no soy mucho mayor que Garzón— crecimos desinformados acerca de la suerte que corrieron muchas decenas de miles de vencidos que no pudieron huir al exilio. Si hubo archivos fiables acerca de los fusilados en los años de posguerra por orden de unos muy cuestionables tribunales, se perdieron o se acumularon en legajos que nadie pareció o se atrevió a reclamar. Y los archivos parciales durmieron en las estanterías durante décadas el sueño de los injustos. Incluso cuando llegó la democracia, a los escolares les siguieron escondiendo la  historia de lo que ocurrió en aquellos años azarosos, lamentables, en los que sus padres, aquellos infantes de la dictadura, desconocieron oficialmente la verdadera naturaleza de un régimen oprobioso.

Un régimen que, por maquillarnos la realidad, en aras de la grandeza de la Patria, hasta nos negó verdades incontrovertibles sobre la conquista de América o sobre la inquisición, por ejemplo. Yo, niño durante el franquismo, tengo que lamentar ahora no haber conocido hasta muy tarde la parte oscura de ese por otro lado gran reinado de Felipe II, o la verdadera naturaleza de Pizarro  --que increíblemente tiene hasta una capilla a él dedicada en la catedral de Lima; ¡a él, que tan poco tuvo de santo!--, por seguir con los ejemplos.

Ahora, setenta y dos años después del levantamiento militar que dio origen a la guerra civil, acabando con una República que, es verdad, llenó España de incidentes, sectarismo y violencia, se reabre un capítulo informativo esencial para conocer quiénes somos y de dónde venimos. Lo cual no me parece ni bochornoso ni escandaloso, como quieren algunos. Puede ser discutible la iniciativa judicial del más mediático de los magistrados europeos, pero pienso que no se puede rechazar su iniciativa ciudadana, civil.

El lenguaje guerracivilista que emplean algunos comentaristas y ciertos representantes de instituciones para oponerse a la acción emprendida por Garzón, sacando ahora a relucir desde la matanza de Paracuellos hasta a los nuevos ‘mártires de la guerra’, beatificables, me parece altamente inadecuado. Eso sí que es susceptible de dividir a los españoles, curados de las heridas de la confrontación aquella. La ciudadanía tiene derecho, siete décadas después, a recuperar los restos de sus antepasados, a honrar a quienes, derrotados por las armas, tan deshonrados fueron luego, porque la Historia, ay, la escriben siempre solamente los vencedores. Y de eso es, precisamente, de lo que me quejo. ¿Es que acaso no ha llegado la hora de reescribir aquella páginas emborronadas que nos impusieron en la escuela?

Puede que Garzón busque protagonismo y, como decía al principio, titulares; puede que sacrifique la ortodoxia jurídica a su inquietud casi enfermizamente periodística. Puede que su carrera profesional acabe pagando tanto afán de salir en las fotos de los periódicos y en los noticiarios de la televisión. Pero no seré yo, niño desinformado del franquismo, quien condene su iniciativa, cuando tantos educadores, historiadores, políticos, periodistas y ciudadanos han mirado hacia otro lado para no remover las aguas ni mostrar la verdadera faz de quien logró mandarnos durante cuarenta años de paz…y de forzada ignorancia.
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