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El audaz proyecto de Lavín para el bicentenario

El audaz proyecto de Lavín para el bicentenario

La nueva incursión del líder derechista chileno Joaquín Lavín, en el variopinto pero en general poco original escenario político local, vino a animar un tanto el debate, poniendo en la discusión, un tema más allá de la constante descalificación de gobierno “socialista”, por parte de la derecha, o de la caracterización de “pinochetistas”, con la cual se busca identificar a la derecha, desde la Concertación y la izquierda radical.

La autocalificación de Lavín como “bacheletista-aliancista”, el proclamarse partidario del éxito del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, y proponer la “colaboración” con el gobierno, como estrategia de la oposición de Derecha, fue sin duda una provocación, un golpe a la cátedra que remeció el tinglado, descolocando a varios de los actores habituales de la escena política.

Esta toma de posición de Lavín, se produce cuando la Derecha política y empresarial tradicional ha enconado su oposición al Gobierno de Bachelet y a la oficialista Concertación de Partidos por la Democracia, en el marco de la campaña electoral municipal, parlamentaria y presidencial, que tiene como leit motiv, y consigna movilizadora para la Derecha, la tesis del “desalojo”, una categoría más propia de la “guerra sucia” que de la confrontación política normal, e ideada por el ex “liberal” y actual senador, Andrés Allamand.

Con su propuesta de colaboración, Lavín contradice la línea de odiosidad y descalificación puesta en práctica por su sector, no tanto desde un punto de vista ético, sino porque la considera ineficiente, improductiva.

De acuerdo a Lavín, ”la única manera de avanzar en un mundo moderno es logrando acuerdos”, no con la confrontación “ni la pelea chica”.

El planteamiento es “de fondo”, asegura Lavín, y  es la manera de entender la política en la presente época, y , enfatiza, “tiene que ver con pensar Chile en grande y con una nueva mirada de la política”.

“Cooperar con el gobierno, ayudar a que al Gobierno le vaya bien es algo que comparte la gran mayoría de los chilenos”, subraya el político derechista y ex candidato presidencial en dos ocasiones.

“Para avanzar como país, en el momento en que Chile está, la única alternativa es con acuerdos”, asegura, y agrega que, de todos modos, “esta nueva política va a llegar a Chile para instalarse”.

Se trata de un proyecto político claramente post dictatorial, que tiene como objetivo un modelo de país del siglo XXI, un escenario político que quiere partir de nuevas bases, una renovación profunda.

Cierto es que la postura de Lavín representa en lo inmediato una especie de tregua para La Moneda, cuando el gobierno y la coalición oficialista -la Concertación de Partidos por la Democracia- presentan algunos signos de crisis y contradicciones internas, lucha de liderazgos por la correlación de fuerzas, con vista a los elecciones municipales de 2008 y las presidenciales y legislativas de 2009.

Pero claramente no se trata de “salvar” a la Concertación, aunque es posible ver en la perspectiva, la intención de distanciar, separar, a la persona de la Presidenta Bachelet de su coalición, en la búsqueda, a largo plazo, de la conformación de una nueva coalición de fuerzas de centro, que excluyendo a comunistas y “pinochetistas” duros, avance en un gran acuerdo social y político.

Y no deja de ser parte del esquema de Lavín y de quienes están representados o reflejados por su posición -quizás el Opus Dei o el propio Vaticano- una visión político estratégica  post bicentenario.

Es decir, que después de un quinto gobierno de la Concertación, se pase a un “nuevo” o “novedoso” liderazgo (de Lavín, por cierto) pero sobre todo de una coalición de fuerzas que se definan en los marcos de un “Gran Acuerdo Nacional”, patriótico, transversal en sus concepciones partidarias, sin la carga ideológica que prevalece, define y diferencia las posiciones en la actualidad.

O sea un gobierno que eluda la confrontación, que funcione en base a los acuerdos y la colaboración, que busque el diálogo, “pensando en Chile”, “huyendo del conflicto”. Y partidos que  actuando “por el bien de Chile” como orientación principal, busquen los acuerdos, la transversalidad, la transparencia y la honestidad política.

Y con un líder, un Lavin, de 60 años el 2013, cuando deban realizarse las elecciones presidenciales para el período 2014-2018.

La fórmula parece atractiva  en un país donde la clase política, los partidos, sus dirigencias, de acuerdo a las encuestas, aparecen francamente desprestigiadas en la consideración ciudadana.

Se trataría, aparentemente, de un triunfo del sentido común. Y podría ser acogida por esa mayoría de chilenos que no  cree en los partidos, que no está ni con la opositora Alianza por Chile, ni con la Concertación de Partidos por la Democracia, y que mira aún con recelo a la izquierda marxista, es decir ese sector amplio, y cuyas fronteras aparecen difusas, caracterizado como “Independiente”.

Las encuestas de opinión públicas recientes constatan que los chilenos quisieran que Gobierno y Oposición encaren en conjunto  los problemas más serios del país.

Pero más allá de la aparente simpleza de la propuesta, lo cierto es que refleja una compleja elaboración política e ideológica. Y representa un proyecto que apunta a recomponer el escenario político nacional, superar las objetivas contradicciones ideológicas, económicas, sociales y hasta culturales, existentes en el país.

Se trata de una fórmula que, además, busca “dar vuelta la página” a las confrontaciones que llevaron al país al drama de 1973 y la dictadura militar, y sus dramáticas secuelas: las violaciones brutales de los derechos Humanos, y todas las consecuencias sociales, políticas, y hasta  personales, de la tiranía.

Se busca superar tanto la “lucha de clases” como  el “ideologismo”, cohesionar en torno a un programa básico común, un proyecto nacional.

Pero ello implica que los actuales actores políticos dejen el campo libre a nuevos protagonistas, o como pretende Lavín, que se “reciclen”, dejen de lado su sistema de categorías, procedan a una renovación ideológica y práctica difícil de encarar.

Quedarían de lado los “patriotismos”  de cada tienda política, sus intereses electorales, sus cuotas de poder, y quizás hasta sus principios, para confundirse en un solo gran conglomerado, un nuevo arco iris.

Y por cierto, se trataría dar por superadas las contradicciones objetivas de intereses de las clases, los sectores, los grupos, las regiones, las etnias, etc., que muchas a veces, a lo largo de la historia, han sido en realidad, fórmulas para intentar eludir los conflictos y, en los hechos, acallar las demandas de justicia social de los desposeídos, los explotados, los pobres.

¡Nada fácil la tarea en la que se ha embarcado Joaquín Lavín!

Un proyecto que, si se piensa serenamente, aunque , claro, desde la perspectiva actual y un modelo de hacer política que hemos heredado del siglo 20, y aún del 19,  está más cerca de la utopía, que de la realización práctica.

Un proyecto que debe superar las sospechas sobre los objetivos reales del propio Lavín, o de los eventuales objetivos encubiertos tras la sonrisa y buenos propósitos enunciados.

Lavín, por lo demás, según sabemos, es de los que -como reza el refrán de nuestros abuelos- no da puntada sin hilo.

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Marcel Garcés
Periodista
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