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¿La confusión como política vecinal?

¿La confusión como política vecinal?

Escucho que la Presidenta no aceptó una invitación de Alan García para ir a Lima, porque esa visita no estaba agendada. Me pregunto a quien correspondía agendarla y un alma diplomática me dice que no se trata de un rechazo, sino de una suspensión de visita.

Pregunto, entonces, cual es el objetivo de la suspensión. Otra alma, esta vez marcial, me responde que es para no dar señales de debilidad ante la eventual demanda del Perú en La Haya. El mismo alguien me agrega que, por igual razón, se suspenden las reuniones 2 + 2 (Ministros de Defensa y cancilleres).

Entonces me repregunto yo solito, para mí mismo, si no estaremos reaccionando en superdiferido. Al parecer, las almas diplomáticas y las marciales no recuerdan que ya habíamos reconocido, de buen o mal grado, el derecho del Perú a demandarnos en La Haya. Pienso, además, que es una lástima. Estamos borrando con el codo la buena imagen para Chile que produjeron nuestros supremos, cuando extraditaron a Fujimori.

Por asociación de ideas, también pienso que es una linda manera de aplicar la ironía de Lenin, respecto a dar un paso adelante y dos pasos atrás. Para dejar de pensar, dictamino que nuestra política vecinal tiene un solo objetivo claro: despistar a los analistas.

Tras propinarme un coffee break reparador, trato de aplicar la simple y desinformada lógica y ésta me dice que estamos usando la carabina de Ambrosio. Si se trata de no mostrar debilidad ante un eventual demandante, tras asumir su desafío como señal de fortaleza, quiere decir que nos estamos acoquinando. Es decir, estamos dando una señal de debilidad a posteriori.

Quizás alguien influyente acaba de comprobar que nuestros argumentos jurídicos eran menos sólidos de lo que se pregonaba. O que se equivocaba ese embajador peruano que habló, fuera de cámara, sobre un pleito perdido para el Perú. O que nuestra Presidenta debió poner malísima cara cuando fue sondeada sobre la intención peruana de demandarnos en La Haya. Tal vez, sin pretenderlo, comenzamos a configurarnos como esos argentinos que, tras asumir el arbitraje del Beagle, dijeron que el laudo emitido era insanablemente nulo.

Serena esperanza

La semana pasada pude percibir, en Lima, que diplomáticos y empresarios tenían la serena esperanza de que el pleito fuera encapsulable y no alterara (demasiado) la marcha de la relación bilateral. Alguien me dijo que, por último, los resultados serían disfrutados o sufridos por los gobiernos que vendrán.

Tras darle varias vueltas al tema, creo que cualquier otra alternativa es peor. Debemos aprender a litigar y masticar chicle al mismo tiempo, por tres motivos principales: Uno, porque no supimos evitar el desafío a su debido tiempo. Dos, porque la Carta de la ONU privilegia la solución pacífica de las controversias. Tres, porque si ésta no es una controversia jurídica, según nuestra tesitura, sí lo es de facto.

Concluyo diciendo que o nos equivocamos antes, al dar luz verde al pleito o nos equivocamos ahora, al encender la luz roja. El caso es que las dos luces encendidas, al mismo tiempo, pueden significar cualquier cosa y eso es peligrosísimo cuando de relaciones vecinales se trata.

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José Rodríguez Elizondo
Periodista y diplomático

(Este artículo fue publicado en La Tercera el 4.10.07)
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