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Fernando Jáuregui

¿Actas? ¿Qué actas?

¿Actas? ¿Qué actas?

 

¿Actas? ¿Qué actas?

 

Fernando Jáuregui

 

08-07-2007 Lo peor de todo es que quizá nos quede una semana en la que las dichosas actas de las conversaciones del Gobierno con ETA van a seguir siendo objeto de tira y afloja. Pero la verdad parece ser que, pese a la insistencia con la que el Partido Popular las exige, el Gobierno no tiene las actas. Como suena: el Gobierno no tiene las dichosas actas de las conversaciones con ETA. Aunque sí existen: aseguran que están en la caja fuerte del centro Henri Dunant, a orillas del lago Leman, en Ginebra. Y de allí no saldrán a menos que sea con la anuencia de las tres partes (ETA, Gobierno de España y el centro internacional, que actuó de mediador y verificador). Así lo van ‘filtrando’ en voz baja desde instancias paragubernamentales a medios amigos, parece que reconociendo, de paso, que “tal vez fue una equivocación” pedir la mediación a la Dunant, pero recordando que también en tiempos de Aznar se recurrió a mediaciones de sacerdotes extranjeros y premios Nobel de la Paz.

 

Lo terrible es que todo lo que ha salido del debate sobre el estado de la nación sea esa exigencia reiterada por el Partido Popular para que el Ejecutivo de Zapatero haga públicas ‘las actas’. Nada más: ni una resolución que signifique un avance democrático ni otra cosa que la extemporánea, pero eficaz, oferta de los dos mil quinientos euros por niño nuevo. O, si usted quiere, también la microminiremodelación ministerial. Así que actas; eso es todo.

 

 Permitir que tales documentos se hayan redactado, y presumiblemente firmado por parte de todos los negociadores, es monumental error, desde luego. Porque ‘oficializa’ la existencia de ETA como parte del diálogo para llegar a la paz. Y porque permite que quede negro sobre blanco el contenido de una negociación, que es acción en la que priman las ofertas más locas, los intentos de acercamiento más vergonzosos, las claudicaciones (verbales) más patentes. Y digo ‘verbales’ porque a mí sigue sin constarme que, más allá de meter a la Dunant en esto, que ya es meter la pata, peor aún que meter a Pérez Esquivel, el Gobierno haya hecho una sola cesión seria a la banda a cambio de la paz.

 

Me gustaría mucho que desde el Gobierno saliesen a desmentir de un modo creíble todo lo que digo acerca de mediaciones internacionales, pero sería tanto casi como desmentirse a ellos mismos, que lo van filtrando a través de canales que ellos consideran más o menos favorables. De manera que, entre lo de Gara, las otras informaciones periodísticas y las propias versiones oficiosas, va a acabar sabiéndose más de esta no-negociación con ETA que de cualquiera de las precedentes; se sabe ya casi todo, incluso los nombres de algunos participantes por parte gubernamental.

 

Es un lío tremendo en el que, negándolo todo contra la evidencia, se ha metido el Gobierno; acaso el mayor embrollo de toda la Legislatura. Más valdría que, con declaraciones tajantes –me consta que hay quien lo está pensando--, con reconocimientos valientes, con explicaciones suficientes -- al fin y al cabo, no hay que ‘radiar’ una negociación, como tantas veces se ha repetido, pero sí contar lo básico--, el Gobierno, en general, y Zapatero, en particular, se reconcilie con la opinión pública y desactive la espoleta de la exigencia del PP. Una bomba, esta de las actas, que puede acabar estallándoles a los ‘populares’, dicho sea de paso.

 

Y lo saben. Los dirigentes del Partido Popular aprovecharán el verano para reflexionar y buscar propuestas que ilusionen a la sociedad. En este sentido, en otoño no habrá el previsto congreso nacional –“no conviene poner las cosas patas arriba precisamente ahora”--, pero sí una convención de exaltación de la figura de Mariano Rajoy. Y puede que algún imperceptible viraje en la estrategia: por ejemplo, no insistir mucho más –“algo sí”—en lo de las actas de las conversaciones con ETA, o en la inconstitucionalidad del Estatut catalán, donde un fallo demoledor del Constitucional dejaría a Rajoy sin aliados catalanes posibles tras las elecciones. De momento, los ‘populares’ insisten en que el debate sobre el estado de la nación colmó sus expectativas, y no reconocen haberlo perdido, pese a las encuestas casi unánimes. Y, por si acaso, dicen –‘La Vanguardia’ de este domingo atribuye la frase a Rajoy—que “tenemos que ser más simpáticos”. Bueno, es un principio de reflexión, pero quizá no sea suficiente.

 

Esta semana, antes de que Zapatero se marche a México y Panamá –estupenda ocasión para explicarse a gusto ante los periodistas, pero ya verán cómo no la aprovecha--, asistiremos a un nuevo capítulo del ‘culebrón navarro’. En el PP anda algo desconcertados, como el resto de la ciudadanía, a cuenta de qué acabará ocurriendo finalmente. Si por ZP fuese, no importaría que gobernase la Unión del Pueblo Navarro: es un dato puntual. Pero muy significativo del grado de control que el ‘aparato’ central del partido tiene sobre los socialismos periféricos, que son los que pueden acabar cuarteando el edificio que Zapatero quiere construir, está dispuesto a toda costa a construir, no solamente de aquí a marzo, sino para los próximos cuatro años y medio.

 

 

 

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