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Repartiendo la torta en 38 millones de pedazos…

Repartiendo la torta en 38 millones de pedazos…

La distribución del ingreso, las oportunidades laborales y el bienestar económico
constituyen indicadores obligados de igualdad, eficiencia y calidad social en
cualquier modelo de desarrollo.

1 Plan Estratégico Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación “bicentenario” (2006-
2010). Noviembre 2006

Según el excelente informe del Banco Mundial “Desigualdad en América Latina ¿rompiendo con la historia?”, editado en 2005, “...la desigualdad es una característica omnipresente de las sociedades en América Latina en términos de diferencias en ingresos, accesos a servicios, poder e influencias y, en muchos casos, tratamiento por la policía y el sistema judicial”. Sólo para tener una idea de la magnitud del desequilibrio, en la mayoría de los países relevados en la región, el 10 % más rico de los individuos recibe entre el 40 y el 47 % del ingreso total, mientras que el 20 % más pobre recibe sólo del 2 al 4 %

Desde mediados de la década de los años setenta la desigualdad en Argentina ha tenido un claro patrón ascendente, con tres episodios de fuerte aumento de las disparidades de ingresos: en la segunda mitad de la década de los años setenta, fines de la década de los ochenta y gran parte de la década de los noventa. A grandes rasgos este patrón de evolución es compartido por todos los índices que se puedan considerar para el tema: la evolución del coeficiente de Gini para tres conceptos alternativos de ingreso: el ingreso per cápita familiar, el ingreso individual proveniente del trabajo y el ingreso laboral horario.

Durante los primeros años de la década de los años 1990 y después de una década de virtual estancamiento, la economía argentina –al igual que la mayoría de las economías latinoamericanas –experimentó un renovado ciclo de expansión y crecimiento. Esta recuperación, como ya se dijo, tuvo lugar en el marco de medidas de ajuste y de un proceso de transformación estructural y redefinición del papel del Estado y de los mercados.

Como consecuencia de este proceso, la economía experimentó durante los primeros años de la década de los años noventa un crecimiento importante del producto y una mejora en la mayoría de las variables macroeconómicas, entre las que cabe destacar la sostenida estabilidad de los precios internos y el aumento del gasto social.

Sin embargo, las transformaciones ocurridas también tuvieron un impacto en sentido inverso sobre las relaciones laborales, las oportunidades de empleo y el funcionamiento general del mercado de trabajo. Al respecto, son efectos evidentes de esta doble tendencia: la mayor precarización del trabajo asalariado, el incremento acelerado del desempleo y la desvalorización de las instituciones que tuvieron tradicionalmente a su cargo la defensa y regulación de los tradicionales derechos sociales y laborales. (Beccaria, 1991, 1993).

En la investigación producida por FIEL (1999), se concluye que la desigualdad en la distribución del ingreso en la última década, luego de una mejora al principio de la década de los años 1990, ha empeorado hasta ubicarse por encima de los valores de décadas anteriores.

EVOLUCIÓN DE LA DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO 1975-1999
PARA EL 20% MÁS POBRE Y MÁS RICO DE LA POBLACIÓN DEL GBA

Los años 2001 y 2002 fueron extremadamente críticos desde el punto de vista social. El incremento de la pobreza estuvo explicado fundamentalmente por el fuerte aumento del desempleo y la pérdida de poder adquisitivo originada tanto en la inflación que siguió a la devaluación (pass through) como en la caída de los ingresos nominales. En octubre del 2002 el 57.5 % de la población se encontraba bajo la línea de pobreza y el 27.5 % bajo la línea de indigencia. A partir de ese pico, de la mano de la reactivación y el crecimiento del PBI, los indicadores empezaron a mejorar. La caída del desempleo fue un factor crucial.

Si bien una gran parte de los empleos creados fueron informales (lo que implica menores niveles de remuneración, carencia de obra social, etc) sirvieron para mejorar la situación de muchos.

Un paliativo importante para los sectores de menores ingresos fue el Plan Jefes y Jefas de Hogar, que generó empleos y/o ingresos para una gran cantidad de hogares de bajos recursos (este plan impactó fundamentalmente en el índice de indigencia).

A partir del primer trimestre del 2003, las cifras proporcionadas por el Ministerio de Economía muestran un mejoramiento significativo en lo referente a la distribución del ingreso.

Como ocurriera en los comienzos de la década del ´90, gran parte de ese mejoramiento está explicado por el crecimiento de la economía, y la reducción del desempleo.

Pero creo que para revertir décadas de flagrante desigualdad (no olvidemos la desigualdad en los indicadores sociales de distintas provincias) es necesario plantear estrategias de largo plazo, inmunes a los cambios de gobierno.

Las áreas fundamentales a atender son:

1. Educación: si bien los indicadores cuantitativos (índice de analfabetismo, abandono escolar, etc.) pueden no ser alarmantes, los aspectos cualitativos muestran enormes desigualdades. El hecho de que la tercer semana de marzo 5 provincias aún no habían comenzado su ciclo lectivo es una muestra de ello.

2. Infraestructura: como expresara en un artículo memorable Vargas Llosas, la brecha social pasa por la disponibilidad de agua y servicios sanitarios. Esto repercute no solo en el bienestar sino en la vida misma. También la disponibilidad de infraestructura vial, energética y de comunicaciones permite el desarrollo de múltiples actividades.

3. Mercado laboral: el actual mercado laboral y sistema de seguridad social e incluso los sindicatos, protegen los intereses de los trabajadores del sector formal. Los trabajadores del sector formal impulsan muchas prebendas que pueden influir negativamente en el resto de la sociedad. Las instituciones del mercado laboral deben replantearse a la luz de la realidad actual en la que aproximadamente el 43 % de los trabajadores no está formalizado.

4. Empresarialidad: en muchos países (entre ellos Irlanda, Portugal, Israel) el fomento a la empresarialidad (entendida como impulso a la creación de empresas pequeñas y medianas con alto dinamismo) fue un factor que contribuyó enormemente a la mejora en la distribución. Las pequeñas empresas en general tienen una relación trabajo / capital mayor que las grandes, y en la medida que estén orientadas al desarrollo de valor agregado y a la diferenciación permiten crear empleos calificados y contribuyen a la expansión de la clase media.

Estas son algunas de las líneas a seguir. No debemos olvidar tampoco el análisis de una profunda reforma impositiva, del sistema de coparticipación, y la mejora y eficientización en la gestión de los recursos. Recursos que deben tener como objetivo el alcanzar una sociedad más justa y más desarrollada, y no la maximización del poder por parte del partido gobernante.

Al final de cuentas, para qué tanto poder, multiplicado por tantas reelecciones?

Hay gente que olvida (y su entorno le ayuda a olvidar) que “de polvo somos, y al polvo volveremos.”

Alicia Caballero
Profesora y Directora de la Carrera de Economía de la Universidad Católica Argentina (UCA)

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