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Acuerdo Estados Unidos - Irán: ¿es posible algo mejor?

Acuerdo Estados Unidos - Irán: ¿es posible algo mejor?

Por Ricardo Lafferriere
martes 07 de abril de 2015, 15:46h
En rigor, el acuerdo incluye a las grandes potencias, que sin embargo "delegaron" en Estados Unidos la discusión central.


¿Es un paso adelante o un paso atrás?


Ha sido recibido con alegría en Irán, con alivio en Europa, con preocupación en Israel y Arabia Saudita, y con agresividad por los republicanos que se oponen a la política exterior de Obama.


El Papa saludó el acuerdo expresando su satisfacción y su esperanza de que constituya "un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno".


Una mirada desapasionada permite afirmar que aunque no es todo el camino recorrido, es el acuerdo posible.


La opción de continuar con las sanciones forzaría a Irán a caer en la órbita de Putin y aún de China, que han manifestado su disposición a colaborar con el país persa.


Ese inexorable deslizamiento estratégico agravaría la incertidumbre en Europa Oriental, con un nuevo escenario conflictivo al que ya sufre en Ucrania, y tiene sobre ascuas a los países que formaron parte del ex bloque socialista, hoy temerosos de los próximos pasos rusos.


El acuerdo amplía en Irán el espacio reformista, y achica el de los "halcones" más agresivos, reforzando la posición del presidente reformista Hasan Rouhaní frente a los Ayatollahs.


Quienes más afectados se encuentran son los antiguos aliados de Estados Unidos en el oriente medio: Israel y el reino saudí.


El primero, porque Irán aún mantiene su amenaza de "destrucción total" del estado judío -aunque, debe reconocerse, sustancialmente atenuada con respecto a las furibundas declaraciones del ex presidente Amadinejah-.


Y el segundo, porque el alivio que significa para Irán el levantamiento de las sanciones le da aire para incrementar su apoyo a su brazo para-militar, Hezbollah, que profundiza su presencia en Irak, el Líbano y últimamente apoya la rebelión Houti en Yemen, amenazando la frontera sur de Arabia Saudita y el propio acceso sur al Mar Rojo con un gobierno pro-shiíta.


Para Obama, que no ha hecho otra cosa que continuar la política decidida por los think tanks bipartidarios sobre el despliegue estratégico norteamericano, el conflicto se traslada ahora al frente interno. Deberá defender el acuerdo ante su opinión pública y convencer al Congreso, de mayoría republicana en ambas Cámaras, de no obstaculizar su aplicación.


El acuerdo forma parte de un marco legal no totalmente claro. Los legisladores republicanos sostienen que se trata de un "Tratado Internacional" y que, como tal, requiere la aprobación del Senado. La tesis de Obama es que tal aprobación no es necesaria, porque no tiene la condición legal de un "Tratado" sino que es una decisión política que cabe dentro de sus facultades presidenciales, como responsable de las Relaciones Exteriores de la Nación. La batalla comenzará de inmediato, vehiculizada por un proyecto que tiene ya estado parlamentario y que requiere del presidente su remisión al Congreso. Obama ya adelantó que vetará esa decisión si llegara a ser aprobada como ley. Falta saber si los republicanos contarán con los 2/3 de cada Cámara para sortear el veto.


La otra situación es similar a la del acuerdo con Cuba: las sanciones. Si bien el presidente tiene facultades para actuar en cuestiones marginales, al haber sido aplicadas por el Congreso debe ser éste el que las levante. Y eso puede constituirse en otro obstáculo.


Israel, por su parte, protesta y expresa su indignación ante lo que considera una traición de sus socios occidentales. Es previsible ante esto un Estado judío con mayor capacidad de autodefensa, tal vez incrementando su arsenal nuclear, y hasta buscando espacios de coincidencia táctica con el mundo árabe sunita, frente a un rival común al que ambos, por diferentes razones, consideran un enemigo.


Sin embargo, no pareciera que hubiera otros caminos que los adoptados. El Secretario de Estado lo ha dicho con claridad: "Era esto, o nada."


"Esto" era lo que se podía lograr en la actual correlación de fuerzas y decisiones estratégicas: una reducción sustancial de las posibilidades de Irán de construir un artefacto nuclear -gran temor israelí- al precio de levantar las sanciones que atenazan la economía persa.


"Nada"... es volver a Bush. Privilegiar el conflicto, incrementar en Estados Unidos el gasto en armamentos -lo que echaría por la borda el esfuerzo que ha llevado a la recuperación económica-, volver a la búsqueda de la preeminencia imperial y al desempeño de su país como "sheriff" mundial.


"Nada", es decir continuar con el bloqueo, empujaría más a Irán a la órbita rusa y china, fortalecería al sector más duro de su política interna y conduciría a desatar una carrera armamentista global. Esto, que no quiere Europa Occidental, mucho menos quiere Estados Unidos sabiendo que, en última instancia, será al que miren todos pidiendo recursos, soldados y armas.


En el medio entre "esto" o "nada", está la construcción de un mundo cooperativo, multipolar, pacífico, democrático. Es el gran desafío de la actual generación y las que vienen. Lo único que no sólo tendrá en cuenta las necesidades de Estados Unidos, o de Israel, o de Irán, o de China o Rusia, sino de todo el género humano, entre los que estamos muchos otros.


Por ahora, "la economía es global pero la política sigue siendo nacional". La afirmación, compartida por politólogos de todos los matices, desemboca en estas contradicciones. El escenario va demostrando cada vez más que una economía global necesita una política global, que hoy por hoy se ve lamentablemente alejada de las posibilidades de los actores.


Hasta que el mundo cuente con un sistema político en condiciones de garantizar el manejo institucionalizado de la fuerza y un mecanismo de toma de decisiones articulador de las necesidades de cada región, fijando sus límites y facultades, las contradicciones seguirán apareciendo.


Es necesaria una especie de "Constitución" mundial, hoy por hoy utópica. Hasta que eso llegue, los fatales juegos de la diplomacia y de la guerra, de las alianzas y las armas, de los amigos y los enemigos serán una espada de Damocles sobre todo el género humano.


Sólo cabe esperar que no sea necesario atravesar una confrontación global desatada para que llegue la reacción sobre las ruinas, como fue la creación de las Naciones Unidas luego de las dos grandes guerras en las que debieron morir cerca de cien millones de personas.


Si las mortíferas armas de la segunda guerra mundial duplicaron los muertos que se dieron en la primera, la letalidad del arsenal planetario hoy podría llegar a exterminar al género humano, o, como alguna vez observara Albert Einstein, regresarlo a la edad de piedra.


Absurdo, si tenemos en cuenta que el otro arsenal con que cuenta la humanidad, el científico técnico, le permitiría ya hoy asegurar a todos los seres humanos que viven en el planeta una vida digna, sin necesidades básicas insatisfechas y con perspectivas de dar el gran salto hacia una vida plena. Sólo haría falta poner en marcha la cooperación, en lugar del conflicto.


Ricardo Lafferriere
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